El seminario satírico francés Charlie Hebdo es emblemático. No tuvo miedo en reproducir las caricaturas danesas cuando el resto del mundo practicó el arte del avestruz porque estaban cagaos, según versión feliz de la revista. No ven lo que ocurre, no hablan de lo que ocurre, no oyen a los que ven y hablan de lo que ocurre
Francia es el referente más fiable ante los retos de este conflicto.
En mi libro La república islámica de España, son intelectuales franceses los que merecen una atención especial, primero porque llevan años reflexionando sobre el reto fundamentalista. Y segundo, porque son los que han demostrado una mayor valentía. A diferencia de sus asustados homólogos de otros países, imbuidos de una sobredosis de corrección política que los convierte en monos de Gibraltar –no ven lo que ocurre, no hablan de lo que ocurre, no oyen a los que ven y hablan de lo que ocurre–, son muchos los franceses que ni se arrugan, ni se callan. El caso del seminario satírico francés Charlie Hebdo es emblemático. No tuvo miedo en reproducir las caricaturas danesas cuando el resto del mundo practicó el arte del avestruz porque estaban cagaos, según versión feliz de la revista El Jueves. Y hace poco sufrió un atentado que destruyó completamente su sede en París porque habían anunciado un especial sobre la imposición de la ley islámica en Túnez, a raíz de la victoria de los islamistas. Islamistas, por cierto, y hago paréntesis, que visten con piel de cordero, pero cuyos textos y filosofía pertenecen a la jauría dura de los lobos fundamentalistas. Lo digo porque el término "islamistas moderados" que usamos habitualmente me parece, en este caso, bastante prematuro. Y vueltas a París, los del Hebdo no sólo no se han asustado, sino que acaban de sacar otro número satírico cuya demoledora portada es un auténtico homenaje a la libertad de expresión. No querían la sopa de caricaturizar a Mahoma, pues ahora les han regalado las dos tazas de un beso homosexual entre un dibujante y un musulmán. La declaración de intenciones resume todo un siglo de lucha por la libertad: "Comprendemos que un musulmán no quiera representar a su profeta, ni comer cerdo, ni reírse con los dibujos de Charlie. Nosotros no somos musulmanes. Por tanto, tenemos derecho a representar a Mahoma, comer cerdo y reírnos de cualquier cosa. Tampoco somos cristianos, ni judíos, ni budistas...". Esa es la cuestión que, fruto del miedo, la empanada multicultural y el paternalismo occidental al uso, hemos olvidado durante los últimos años: que los dioses habitan en la vida de cada cual, pero en la vida de todos rige la libertad, incluso la libertad de reírse de ellos. Probablemente este ha sido el gran logro de la modernidad: poner a los dioses en su sitio, generalmente con mucha resistencia de las religiones. Ahora es el islamismo fanático el que usa el terror y la violencia para cercenar derechos. No es una violencia nueva, cuyo ranking de muertos se cuenta por miles. Pero empieza a ser nueva la reacción de algunos guerreros de la palabra que, con un simple lápiz, se enfrentan a la espada. Va por ellos esta columna, con la esperanza de que su valentía se propague por estos nuestros lares.
La Vanguardia.com
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