La vida da tantas vueltas y es tan paradójico su desarrollo que lo malo se hace bueno. (anónimo) En nuestro país, desde hace ya varios años, las familias atraviesan distintos desafíos. Uno de ellos, es aceptar la partida de los hijos, la emigración de los hijos hacia otros países. Esta situación, exige adaptarse a cambios importantes, excesivamente rápidos que demanda convivir con angustias asociadas a separación y pérdida. En esta época, los hijos ya crecidos, no sólo poseen, como es lógico, sus propias alas, yéndose a vivir solos, a otra casa, a otro barrio o al mismo, a otra provincia, sino, que el alejamiento es, en muchos casos, más distante y por más tiempo. También es cierto, que emigran familias enteras o parte de ellas; como por ejemplo, los padres que por propia elección u obligados por la necesidad de trabajar, pues aquí no encuentran el sustento para la familia, deben partir. Cada uno elige de acuerdo a sus posibilidades, a sus propios recursos, a su personalidad, pero, también, a las propuestas y oportunidades que se le presentan. Buscando en el diccionario, desarraigo, significa: arrancado o sacado de raíz, extinguido o extirpado, echado o desterrado, que vive fuera de su país de origen. En algunos casos, se producen rupturas familiares. Por ello, es importante prepararse y preparar a la familia. Darse y darles tiempo, para acostumbrarse, paulatinamente a estos cambios. El dolor se produce justamente, cuando la ruptura es brusca, cuando es sentida como falta de amor o egoísmo. Cuando uno no se da lugar para expresar la rabia, el odio que puede aparecer por el distanciamiento, cuando se guardan tristemente los afectos sin compartir. Los efectos pueden resultar más traumáticos. Las crisis vitales, no siempre implican agravamiento de una situación, también aluden a crecimiento o búsqueda de una nueva oportunidad. Por ello, los psicoanalistas estamos a la escucha de cada caso, tomando en cuenta si el viaje implica una decisión disruptiva o, insisto, es una posibilidad de vivir la propia vida con más dignidad. En nuestra Argen-tina, hemos vivido distintos momentos de éxodo; también como judíos conocemos de esta historia. La salida de un pueblo de su lugar de origen. El sentimiento de pérdida de los afectos, producto de la lejanía, produce cierto desgarramiento. Los padres sienten en algunos casos, que sus hijos han sido como expulsados de sus propias raíces, como se arranca un árbol (valga la metáfora), por las injusticias sociales, políticas, económicas; por un debilitamiento de los valores. El trabajo, producto del esfuerzo y de largos años de formación, que ha fortalecido nuestra identidad, se ha convertido en un lujo para no todos. Por ello, el nuevo proyecto genera esperanza, cuando no es vivido como "me voy porque aquí fracasé". Arriesgarse y probar una nueva experiencia, enriquece. Pero también, recordemos a los que parten, que las puertas quedan abiertas, si deciden cambiar el rumbo; si ese camino elegido en un momento, no resulta como uno esperaba o se imaginaba.• © LA VOZ y la opinión Rita Abigador es Lic. en Psicología
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