Con el desarme del quinto gobierno de unidad nacional desde 1967, el status quo en Israel ha sido roto. El efecto dominó que le siga puede traer consigo resultados interesantes, con desarrollos que quizás sean de temer, pero tal vez sean de lo más promisorios.
SHARON
La renuncia de los ministros laboristas, que pone fin al gobierno de unidad nacional, podría desencadenar la caída del gobierno de Sharón y con él el adelanto de tres contiendas electorales muy encarnizadas: las internas en el Partido Laborista, entre Ben Eliezer y el joven y favorito Jaim Ramón; las internas en el Likud entre Sharón y el ex primer ministro Biniamín Netaniahu, y por último elecciones generales, que según la ley deben efectuarse tres meses después de la renuncia eventual del premier. La retirada laborista le quita a Ariel Sharón su carta de legitimación internacional, en especial por la despedida forzosa de Shimón Peres -en sí mismo una marca registrada de pacifismo internacional- como ministro de Exteriores. Sin el Laborismo, Sharón queda desnudo como un lobo sin su disfraz de oveja. Sin éste, incluso el presidente norteamericano George Bush se verá en dificultades para apoyar a Israel sin perder su halo de mediador imparcial, de por sí débil. Por eso, en la circunstancia de una nueva contienda contra Irak, Sharón se verá expuesto a redobladas presiones para que modere su política contra los palestinos, de modo de fortalecer en algo sus alianzas en el mundo árabe contra Sadam Hussein. Sharón está en una encrucijada y en un dilema cercano a un callejón sin salida. No parece haber mucha chance de que pueda mantenerse en pie en el poder sin una coalición derechizada. Las negociaciones con partidos como Ijud Leumí-Israel Beiteinu, liderado por Avigdor Liberman, ex mano derecha (en ambos sentidos) de Bibi Netaniahu, parecían al escribir estas líneas -un día después de la renuncia laborista- el único camino posible. Sus nuevos eventuales socios, junto con el ya ministro de Infraestructuras Efi Eitam, del Partido Religioso Nacional (Mafdal) presionarán hacia un renovado endurecimiento frente a los palestinos. La perspectiva de internas en el Likud, donde deberá persuadir a una Convención del Likud también derechizada que su política de "mano dura" combinada con la necesidad de "concesiones dolorosas", sin que huyan todos hacia las manos ávidas de Bibi Netaniahu, tampoco le facilitan el sueño nocturno. El callejón se lo cierra Estados Unidos, pues esta potencia necesita de calma en el frente israelí-palestino para su guerra contra Irak, preanunciada hasta nuevo aviso para fines de diciembre. Por eso, el mejor escenario para Ariel Sharón en este momento es la calma total, es decir, el cese aunque sea temporario de todo acto de terrorismo que lo pudiere obligar a reaccionar. El premier cuenta con dos socios en su deseo de estabilidad. El primero es Yasser Arafat, ansioso de despegarse de Sadam Hussein, recuperar legitimidad internacional luego de la guerra y sobrevivir en su trono. Si bien no combatirá al Hamás, Arafat buscará por todos los medios evitar sacudones en la calle palestina. Sobre todo ahora, que ha logrado, en el segundo intento, hacer aprobar en el Parlamento palestino a su nuevo gabinete de 19 ministros, a pesar de las acusaciones de "cambios cosméticos", pues varios ministros acusados de corrupción siguen en sus cargos. Arafat, una vez más, ha logrado asegurar su continuidad en el poder. Su actitud (y la de los palestinos en general) ante la renuncia laborista es ambivalente. Por un lado se preocupa por el eventual giro que pueda tomar el gobierno de Sharón sin su equilibrio por izquierda. Por otro, se ríe por lo bajo al comprobar que desde Oslo, Sharón es el quinto premier que él podría ver caer sin caer él mismo. El segundo socio de Sharón en su necesidad de estabilidad es Hizballah. Según estimaciones de la división de Inteligencia Militar de Tzahal, hay signos de que la organización terrorista shiíta, ama y señora del sur libanés, habría adoptado una línea de moderación para no configurar el próximo blanco de la furia vengadora norteamericana. Con socios como esos, quién necesita adversarios. En ese sentido, Sharón queda en las manos del Hamás y de su propia ala derecha. Ido Peres, el otro ancla por izquierda, Bush, está lejos como para protegerlo en el día a día de los deseos de su nuevo ministro de Defensa, el ex Jefe de Estado Mayor Shaúl Mofaz, de orientación militarista combativa, así como de su sucesor en la jefatura de Tzahal, Moshé Ayalón, y del jefe del Mossad, Meir Dagán. Y si al religioso radical, casi sedicioso Efi Eitam se le suma Avigdor Liberman en el gabinete, los conceptos de moderación y de supervivencia política no podrán ir juntos mucho tiempo para Ariel Sharón.
Por Marcelo Kisilevski Hagshamá
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