Hace más de sesenta años muchos fervientes e incondicionales sionistas dudaban de que el Estado Judío hubiera podido ser realidad. Es que los obstáculos y las dificultades; los enemigos de adentro y de afuera; las energías y el poder combativo que había que volcar en la empresa, eran tan sobrehumanos, que existían sobrados motivos para ser escéptico.
A pesar de ello, durante el 2009 celebramos el 63 º aniversario del tan añorado Estado de Israel. El pueblo judío- ya sea los pioneros que habitaban en Sión, como las dispersiones judías - tuvieron que luchar con sacrificios sobrehumanos para alcanzar la meta ansiada.
Lo hicieron a través de tres generaciones con ensoñamiento, tesón y tenacidad y por fin vieron sus esfuerzos coronados por el éxito.
Los comienzos.
En primer lugar se movilizaron enormes caravanas de refugiados, que habían decidido converger hacia su vieja-nueva patria sin parar, no obstante las peripecias y dificultades. Simultáneamente, la raleada población judía que ya habitaba en Israel tuvo que empuñar precipitadamente las armas, de la noche a la mañana, para repeler el ataque en cuatro frentes árabes que la cercaron para estrangularla y aniquilar el Estado naciente.
Por añadidura hubo que levantar apresuradamente trincheras contra los árabes que la acosaban desde adentro a modo de quinta columna.
Este desarrollo dramático - que tenía mucho de epopeya - estaba lejos de completar el cuadro del enfrentamiento encarnizado. Porque era necesario no solamente defender el Estado para su salvaguardia y sobrevivencia, sino también proceder febrilmente a su reconstrucción interna, y su rápida consolidación para que se convirtiera en hogar adecuado para un pueblo renaciente, que escuchaba la voz de la eternidad desde las profundidades de la historia.
Simultáneamente con los ataques y guerras crueles – que se le imponía, una tras otra – el país debía crear su base económica, expandir su potencial agrícola para producir alimentos y sustento para los centenares de miles de refugiados, procedentes de los campos de concentración en Europa y víctimas de la intolerancia árabe, que afluían a sus fronteras en busca de una patria hospitalaria.
Había que construirles viviendas, trazar caminos, instalar obras de riego, crear empresas y fábricas que dieran certera respuesta a las necesidades de trabajo de los inmigrantes que afluían en masa.
De tal modo fueron surgiendo sobre las dunas inhóspitas – de la noche a la mañana, como por arte de magia – arrabales, colonias, ciudades, las que afloraron sobre las faz del desierto.
Lagos y corrientes de agua surgieron de las entrañas del suelo, cumpliéndose la visión del salmista: “Torna el yermo en estanques de agua y la tierra reseca en manantiales caudalosos. Allí asienta a los hambrientos y levanta ciudad para habitar. Siembran campos, plantan viñas y logran frutos en abundancia”. (Salmos CVI, 33-37).
El progreso.
En todos los órdenes de la actividad humana – en la artesanía, la industria, las artes, las ciencias, la informática, y especialmente en el aspecto educacional y cultural – el novel Estado se ha convertido en un modelo de emporio progresista, en el que está en primer plano la lucha por los ideales sociales, por la redención del ser humano, por la elevación de su nivel ético, cultural y moral.
El pueblo judío es una Nación pequeña e Israel un Estado diminuto. Pero la grandeza de ambos – ya sea del judaísmo como del Estado – no se mide por su estatura física. La dimensión de la calidad de los valores, del poder y de la capacidad de resurgir, y del genio creativo es uno de los grandes misterios de la historia de Israel y de su Estado renacido. Es la quintaesencia de este factor inmanente y recóndito que sustenta el fabuloso mecanismo de ambos: el Pueblo en su conjunto y el Estado de Israel.
Orgullo y asombro.
La gente no sale de su asombro al comprobar cuanto se ha hecho en sólo sesenta y tres años. Nos preguntamos si hay que estar orgullosos de ello. Pero, convengamos que esto no es lo esencial. No es el orgullo lo importante para este caso, sino la satisfacción de haber logrado tanto, en tan poco tiempo y con tan limitados recursos. La realidad del Estado de Israel progresista, corrobora cuanto afirmamos aquí.
Este hecho se erige en garantía de que el impulso y el desarrollo señalados se proyectarán a futuro.
Lo realizado en estas poco más de seis décadas servirá, a no dudarlo, de firme base de lanzamiento para que ambos – Pueblo Judío y Estado de Israel – sigan juntos y al unísono por la senda de la reconstrucción y del progreso judío y humano.
Está trazada la senda para afianzar y consolidar su patrimonio histórico y nacional en áreas del perfeccionamiento del ser humano – para que puedan elevar su nivel a imagen y semejanza de Dios.
¡De ahora, a la eternidad! ¡Amén y amén!
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