Escritor, narrador y cuentista, conferencista y polemista, hombre de firmes convicciones, que tuvo entre sus principales preocupaciones lo judaico y lo argentino, inmortalizado por su obra “Los gauchos judíos”, queremos al cumplirse 125 años de su nacimiento, dedicar estas líneas a recordar algunos aspectos de la vida y la obra de Alberto Gerchunoff.
Símbolo vigente
Defensor de perseguidos, impulsando la solidaridad en todos los frentes, combatiente desde el primer momento ante el autoritarismo y el fascismo, Gerchunoff, hombre símbolo de una generación liberal, supo conjugar a un tiempo, el ser argentino y el ser judío. Hombre de campo, triunfador en la ciudad, excepcional conversador y eximio artesano del idioma, admirador del Quijote que iluminó su existencia y su pluma, es un auténtico símbolo del Centenario de la Independencia y, vigente en esta hora en que nos aproximamos al Bicentenario.
Emigración y drama
Nace en un hogar judío de la Rusia zarista, en tiempos en los que la documentación y el calendario suelen no coincidir. Anotado con una fecha, según el relato materno es otra la del nacimiento: el 1º de enero de 1884. Sus primeros días transcurren en su natal Proskurov, aldea judía en la gobernación de Kamenetz-Podolsky y luego, siendo él un bebé de dos años y medio, sus mayores se instalan en Tulchin.
Deciden finalmente emigrar hacia las tierras argentinas del Barón Maurice de Hirsch en 1889, cuando el futuro escritor tiene 6 años de edad, tiempo en el que arriban a la colonia judía de Moisesville (Provincia de Santa Fe), iniciando la familia la vida rural en la Sud América sin persecuciones antisemitas.
Pero pese a la pronta aclimatación al nuevo modo de vida y a la nueva realidad geográfica, social y política, en 1891 ocurre una desgracia: un gaucho ebrio, sin ningún motivo, asesina a su padre —además de herir a su madre y a su hermana mayor—.
Un drama tremendo… sin embargo, Alberto —como es llamado el niño desde la llegada a la Argentina— lejos de desarrollar trauma u hostilidad alguna contra los nativos, será pronto un gaucho más.
Claro que antes, su madre (Ana Korenfeld), para no seguir en un sitio en el que le golpeaba permanentemente el recuerdo del drama sufrido, opta por instalarse con los suyos en un asentamiento de la Provincia de Entre Ríos. Es entonces que se instalan en la Colonia Rajil, de nuestra provincia mediterránea. Allí Alberto cursa la escuela pública y también va al “jéder”.
Más adelante evocará “la lucha con la naturaleza, áspera y bella”, donde transcurre su infancia.
Todos los oficios
En esa áspera lucha hay que sumar el fracaso de algunas cosechas y las plagas de langostas, que deciden a su madre venir con sus críos a Buenos Aires, la gran urbe, cuando Alberto está próximo a cumplir los 12 años de edad.
Así, en su adolescencia y para ganar para la subsistencia, Alberto trabaja en mil y un empleos: primero en una panadería, luego como niquelador en un taller mecánico hasta que un compañero de trabajo, un operario italiano muere decapitado por una máquina, por lo que su madre insiste en que cambie de oficio. Accede al ruego de su madre, empleándose en una cigarrería pero aquí el dueño no cumple con la promesa de pagarle quince pesos mensuales y, finalmente, entra a trabajar a una pasamanería, donde hila y teje. De noche estudia Gramática, Historia y Ciencias. Las jornadas son extenuantes. Y es aquí, en este trabajo, donde un compañero, un inmigrante asturiano lo inicia en la lectura del “Quijote”, verdadero descubrimiento para el joven judío.
Enrique Dickman —por entonces estudiante de Medicina— le da las lecciones para el Examen de Ingreso al Colegio Nacional. Uno de sus amigos de la infancia que perduraría es Nicolás Rapoport (luego célebre médico, que presidiría la Macabi de Buenos Aires en 1946).
Incidentes
Otra ocupación suya fue la de cargar con un pesado fardo de mercería para vender en la calle, realizando extensos recorridos por los suburbios y por el puerto, en difíciles y fatigosas horas. “Fue este trabajo —escribiría tiempo después— el que me ocasionó los mayores sufrimientos y las más grandes humillaciones de mi vida”.
Para colmo, en el verano de 1899 mientras carga un descomunal fardo en calles del centro, al acercarse a Cerrito tiene la mala suerte de rozar con el paquete a una dama que venía caminando junto a un hombre. El señor, “de pocas pulgas” lo empuja violentamente y el joven provinciano tiene la mala suerte (“shlimazl”, diríamos en idish) de caer sobre un agente de policía, quien lo detiene y lo deja hasta la noche en la comisaría. Gran inquietud y revuelo en su casa, hasta que llega, liberado, a la una de la madrugada.
En otra oportunidad al ver a los inflamados jóvenes desfilar por la Avenida de Mayo coreando consignas como “¡Viva Cuba Libre!”, se suma también a la muchedumbre para hacer oír su voz frente al balcón de Carlos Guido y Spano. Desde muy temprano es un luchador por la Independencia de los pueblos. También aquí iría a parar a una comisaría, en la que estuvo incluso detenido toda la noche.
Ciudadano argentino
Una de las cosas que más develaba al joven Gerchunoff, que se sentía tan argentino como los nacidos en el suelo patrio, era precisamente poder obtener la nacionalidad. Fue así que en una oportunidad expone esta preocupación a un profesor suyo de Gramática. Corre el 1900 y el joven tiene 16 años, situándose aún a dos años de la posibilidad de obtener la naturalización. Un día más tarde de que dicho profesor tomase conocimiento de la preocupación del joven Gerchunoff, lo llaman al Despacho del Rector, y, sin decirle palabra, lo introducen en un automóvil. Asombrado, tímidamente pregunta dónde lo llevan, y la respuesta no se hace esperar: “¡A hacerlo ciudadano, pues!”.
Un año más tarde la situación económica no le permitía continuar estudiando. Gran autodidacta, asiduo concurrente de la Biblioteca Nacional, asistía a conferencias, trababa conocimiento de escritores, periodistas, disertantes y a todos demostraba un particular encanto y talento para la conversación. A todos también lograba interesar con sus relatos sobre el judaísmo y sobre la vida judía en la campiña.
Por Malvinas
Resuelto el diferendo limítrofe con Chile tras el encuentro en Punta Arenas de los dos presidentes, Roca y Errázuriz, Gerchunoff es parte de la combatiente juventud nacional que entiende que el próximo paso es el de la recuperación de las Islas Malvinas para la soberanía nacional. Más aún, se trata de rescatar a los hermanos argentinos que viven bajo otra bandera, según piensa de los malvinenses. Así, participa denodadamente de las luchas, y son célebres sus arengas en el patio del Colegio Nacional en 1902. Voces encendidas como las de Paul Groussac y Alfredo Palacios guiaban a jóvenes con pechos henchidos en su sano orgullo nacionalista. A estos jóvenes Gerchunoff también marcaba un camino. Ésta sería una lucha que nunca abandonaría, si bien más tarde sufriría al reconocer que los habitantes de las islas se sentían británicos y no, hermanos argentinos. En 1902 el joven considerado entrerriano, se afilia al Partido Socialista.
Inicio en el periodismo
Comienza a escribir, y en 1903 le ofrecen la dirección de un diario en Rosario. Su vínculo con el periodismo duraría toda su vida.
En 1904, el socialismo obtiene en nuestra ciudad un resonante triunfo en elecciones por circunscripciones, ya que el mencionado Alfredo Palacios es electo diputado por La Boca, siendo el primer socialista en lograr una banca en la Historia de Hispanoamérica.
Es en ese año también en que un grupo de amigos de Gerchunoff comienza a editar la Revista “Ideas”. La vida bohemia, el repentino y siempre mordaz humor ya lo caracterizan, a lo que pronto se sumarían su sombrero, sus redondos lentes y su pipa. Se halla en la cafetería vecina a la Redacción, cuando al ver que llegan los directores con la primera edición, pregunta con su irónico humor: “¿Ya traen el cuerpo del delito…?”. La ironía y el sarcasmo caracterizarían también a este eximio conversador.
Así, cuando los jóvenes de “Ideas” se reunían en la cafetería próxima al Teatro Nacional, llamada “Santos Dumont”, es Gerchunoff el que apela a ese lugar como “Café de los Inmortales”. Y a su dueño, un señor francés delgado y rubio, lo llama con un apellido portugués, Monsieur Guimaraes. Ambos nombres, el del dueño y el del café, quedarían para todos los comensales como definitivos.
Payró y “La Nación”
Es el citado Enrique Dickman, político socialista quien luego de que el adolescente Gerchunoff salía de la fábrica ya lo llevaba al Centro Socialista de la calle México, donde se familiariza con una muy interesante Biblioteca. Y, es allí donde un día conoce al barbado autor de “Pago chico”, Roberto J. Payró (quien en 1895 fue uno de los fundadores del Partido Socialista en la Argentina), al igual que a Leopoldo Lugones y a otras importantes personalidades.
Así, mientras Payró relataba con su proverbial verba episodios de la vida gauchesca que el joven Gerchunoff escuchaba admirado, al irse de allí rumbo a “La Nación”, donde el consagrado autor escribía, le dijo al joven judío que lo acompañase; desde entonces nació una amistad para toda la vida. Y Gerchunoff, claro, comenzó a colaborar en “La Nación”. En 1906 escribe contra las persecuciones de la Rusia zarista a los judíos. El tiempo de militancia socialista de Gerchunoff se extendió entre 1902 y 1908.
En 1907 se casa con Teresa Kohan. Dos niñas son sus primeros retoños.
Es en 1908 que queda incorporado a la Redacción de “La Nación”, siendo una de sus exquisitas plumas, en tiempos en que Emilio Mitre dirige este prestigioso matutino.
Obra inmortal
En 1910, Año del Centenario y en homenaje a éste, Gerchunoff escribe y publica “Los gauchos judíos”, obra que lo inmortalizaría. Alberto Gerchunoff es uno de los primeros en abordar el tema gauchesco, sumado al de la inmigración y al de los inmigrantes judíos en la vida rural de nuestro país. Libro que líricamente documenta el retorno del pueblo hebreo a labrar la tierra y realiza una muy bella pintura de la vida judía entre el gauchaje y la pampa. El propio Payró le escribiría desde Bruselas a Tucumán diciéndole de esta obra, que “en la literatura criolla hay muy pocos que lo igualen”. Y, un maestro de la lengua y el pensamiento hispanos, como Miguel de Unamuno, entonces Rector de la célebre Universidad de Salamanca le envía asimismo un muy elogioso comentario.
La crítica y el público le brindan una generosa respuesta, la más celebrada de todas las obras de nuestro escritor. Y Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense y padre del modernismo saluda a esta obra —como no podía ser de otra manera— en uno de sus poemas en “Canto a la Argentina”:
“¡Cantad judíos de la Pampa!, Mocetones de ruda estampa, dulces Rebecas de ojos francos. Rubenes de largas guedejas, patriarcas de cabellos blancos y espejos como hípicas crines; cantad, cantad, Saras viejas y adolescentes Benjamines, con voz de vuestro corazón:¡Hemos encontrado a Sión!”.
Y también el excelso poeta nacional, Leopoldo Lugones le dedica sus versos a esta inmortal obra de Gerchunoff: “Brinda a los oprimidos tu regazo, con aquel ademán largo y seguro, que designa la estética del brazo, una serenidad de mármol puro. Prolongado en justicia tu honra de antes, cimenta así tus seculares torres, y sea tu aderezo de diamantes el tesoro de lágrimas que ahorres”.
Fuentes
Gerchunoff abreva en Rubén Darío, en Leopolodo Lugones, en su amigo y maestro Roberto J. Payró, en el poeta judío Heinrich Heine. Pero nada como el Quijote, nadie como Cervantes ha de incidir tanto en su vida y en su obra. Es lector de Proust, de Zola, de Anatole France, de Gorki.
Entre los autores judíos lee tanto a Sholem Aleijem como a Israel Zangwill, a Bialik como a Peretz, y al universal Spinoza.
Pese a su admiración por el modernismo, en él, éste convive con el naturalismo y el apego a la forma del clasicismo español. Hombre de una generación en la que también deben incluirse Samuel Eichelbaum (que nace el mismo año que Gerchunoff), César Tiempo y Samuel Glusberg.
Alquimista de la palabra
Alberto Gerchunoff además de recitar de memoria los poemas de Leopoldo Lugones, es hombre de vida bohemia y chisporreante humor y, en particular es un destacado conversador, en la misma hornada que Miguel Cané, Bartolito Mitre, Lucio V. Mansilla o Wilde.
De estas dotes de gran conversador, se ocupa Manuel (“Manucho”) Mujica Láinez cuando afirma de él: “Oírle conversar era paladear, tocar, respirar el perfume evocador de las palabras. Tenía la pasión del vocablo justo y enhebraba sus frases como collares, a modo de esos viejos narradores de apólogos de los mercados del Oriente, que, mientras relatan, deslizan entre sus dedos las cuentas que van analizando”. Y continúa luego: ”... ¡Qué arte único para referir! ¡Qué destreza de alquimista en la dosificación del ingenio!”.
Un diplomático brasileño diría cierta vez que Gerchunoff “escribe sus libros cuando no puede hablar”.
En Europa
En ese 1910 del Centenario, Gerchunoff dirige “El Orden”, publicación tucumana y consigue que Ramón Valle Inclán —que se halla en Buenos Aires—, viaje a Tucumán para dar allí conferencias.
Desde 1912 publica en “La Nación” las notas necrológicas donde ha de ir trazando singulares biografías de las más importantes personalidades de las letras y las artes que vivieron entre los siglos diecinueve y las primeras décadas del veinte.
En 1913 viaja a Europa, y, entre ese año y 1914 pasa por España (recorriendo Sefarad desde Toledo y junto a Ramón Valle Inclàn), Francia (aquí, además de escuchar a Henri Bergson y de ver a Max Nordau, visita en su casa de Auteuil al líder socialista Jean Jaurés y se encuentra con Rubén Darío en París), Bélgica (donde visita a Roberto J. Payró) y Alemania (donde se muestra deslumbrado por la Exhibición Internacional del Libro en Leipzig).
En 1914, junto a su mujer y dos hijas, zarpan justo de Hamburgo pocos días antes del comienzo de la Guerra Mundial (cuando en el veraniego agosto Alemania invade Bélgica).
Actitud
Y ya entonces comienza a escribir a favor de los aliados y en contra de Alemania. Su pluma es elocuente, su palabra es certera y su actitud es la que se mantiene inalterable contra toda forma de autoritarismo. Con su prosa combate asimismo a cuanto dictador emerge en Hispanoamérica, como en el caso del venezolano Juan Vicente Gómez.
En 1916 tras la derrota electoral de Lisandro de la Torre, Alberto Gerchunoff le envía una muy emotiva y solidaria carta. El líder demoprogresista, conmovido, le responde y lo invita a afiliarse al partido. Desde entonces Gerchunoff es demócrata progresista, y en distintas oportunidades sube a la tribuna para hacer oír su voz en la defensa de las libertades públicas —que hoy llamaríamos “derechos humanos”— y contra cualquier atropello e injusticia.
Hogar Nacional Judío
También escribe en publicaciones de los “Jovevei Tzión” (amantes de Sión), y derrocha optimismo luego de la Declaración Balfour (noviembre de 1917) desde su encendido verbo que pregona sin cesar el pronto renacimiento del Hogar Nacional Judío.
Gerchunoff no es de callarse ni mucho menos de acomodarse a “statu quo” alguno. Así, en 1918 publica “El Nuevo Régimen”, donde critica al Presidente Yrigoyen, y esto le cuesta el único puesto público que tiene en su vida: el de Vicerrector del Colegio Nacional de Pilar.
En 1919 escribe los “Cuentos de Ayer”. Le causa gran dolor la Semana Trágica que se vive en Buenos Aires en enero de 1919, y más todavía el “pogrom” contra los judíos en sus barrios. Con la misma actitud valerosa de siempre, enfrenta a los energúmenos nacionalistas que inspiraron la caldeada persecución antisemita.
Y, cuando un amigo le transmite el deseo del Presidente, Hipólito Yrigoyen quien le habría manifestado que le daría mucho gusto tener como correligionario a Alberto Gerchunoff, la respuesta del poeta y cuentista judeoargentino no se hace esperar: “¡Muy bien! ¡Entonces que se afilie al Partido Demócrata Progresista...!”.
Nuevo éxito literario
En 1924 vuelve a tener un singular éxito literario con la publicación de “La Jofaina Maravillosa”, que es su libro más editado y más leído luego del formidable suceso de “Los Gauchos Judíos”.
En 1926 se halla entre los socios fundadores de la Sociedad Hebraica Argentina, entidad sociodeportiva que desde su primera hora, en especial a partir de alguien de la talla de Gerchunoff, ha dado un énfasis muy singular a la tarea de difusión cultural. También es socio honorario de la Agrupación Cultural Catalana.
Misión de escritores
Asimismo, en 1925 publica su ensayo “La misión del escritor” donde sale al cruce de “la nueva sensibilidad” con la que el grupo “Martín Fierro” arremete contra el modernismo, señalando que la sensibilidad no será novedosa si sólo atiende a la técnica, y afirma: “La nueva sensibilidad es sencillamente el talento de los que no se obscurecen en la mediocridad inerte y encienden su aliento en las renovadas sugestiones del ideal y del país en el que su espíritu se desarrolla”.
Desde sus inicios en el periodismo, Gerchunoff glosa en diversas publicaciones semanales y mensuales los acontecimientos de relieve tanto como aquellos que pasan desapercibidos para la mayoría, sea en el país como en el exterior. Propagandista de su generación, eximio esgrimista de la palabra y lúcido exponente en cada debate sobre el arte literario y el pensamiento filosófico, expresó también que “las academias están contra la vida”.
Ejemplar Quijote
Se halla el Quijote en el centro y en el cenit del pensamiento y la escritura de Gerchunoff. Así, en “Nuestro Señor Don Quijote”, escribe: “Por él amé con grande amor los libros y la justicia y su ejemplo me inició en la religión de lo ideal, pues, debéis saberlo, Don Quijote ejerce en el mundo un gobierno real de almas”.
En 1927 escribe notas contra “el imperialismo norteamericano” y en defensa de los débiles países latinoamericanos. Ese año, le otorgan el tercer lugar en el Premio Nacional de Literatura.
En 1928 se halla entre los fundadores del matutino “El Mundo”. Integra la redacción del diario, pero pronto renuncia cuando se le pretende imponer una determinada línea política, retornando a “La Nación”.
Publica “El hombre que habló en la Sorbona”, irónico título de un libro que encara dieciséis temas diferentes, incluyendo desde “La vuelta de Juan Moreira” hasta “Maquetas de la calle Florida”.
Combate al fascismo
Desestima la invitación para dictar conferencias en Italia en 1932, en pleno auge fascista. En 1933 tiene destacada tarea en el Congreso Panamericano de Montevideo. En 1936 se define por la República en su artículo sobre Pío Baroja. Entonces dirige también cincuenta y dos cartas a distintos dignatarios en el mundo para denunciar al nazismo y bregando por el cumplimiento de la Declaración Balfour que tanto tiempo antes anunciase la creación del Hogar Nacional Judío en Palestina. Es muy emotiva la carta que dirige al Presidente de Venezuela, el laureado escritor Rómulo Gallegos a favor del resurgimiento de “los hebreos de la Judea”.
Ese año asimismo denuncia con énfasis al nazismo en el Pen Club Internacional reunido en Buenos Aires, por aquellos días en que Stefan Zweig llora en público por la situación que aflige en Europa a los judíos. Desde entonces y sin pausa, Gerchunoff no escatima tribuna ni ocasión para denunciar a los fascismos y la singular avidez criminal del nazismo hitleriano. Asimismo preside la “Ayuda Periodística Antinazi”.
En 1937 Gerchunoff publica “La Clínica del Doctor Mefistófeles”.
Lucha del periodista
En 1938 brinda una veintena de conferencias en la Universidad de Chile, bajo el título “De Darío a las letras de tango”, donde pasa revista a las figuras que surgen a partir de la modernidad y en la etapa inmediata posterior, abordando desde la poesía al sainete, desde la crítica al humor, desde la mujer en las letras argentinas hasta el suburbio y el tango.
En una de las conferencias se ocupa de la relación entre el periodista y el escritor. Una de sus afirmaciones de entonces es la siguiente: “Es falso que el periodismo anule al escritor. Al contrario, generalmente se comienza por ser periodista y se termina en escritor. El periodismo nos sirve de prueba, de disciplina y de yunque en que se aprende a pensar claro y a escribir con orden, además de que el periodismo significa vida, sacrificio, lucha”.
En 1941 publica “La Tumba de Heine”; y luego “El Libro de los Cantares” y una “Traducción del Romancero”.
Declina la invitación para dar conferencias en el Paraguay dictatorial en 1942. En 1943, invitado por el Presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, Gerchunoff brinda varias conferencias en ese país.
Díscolos y negros
En su texto “Abraham, Diseño de una Figura Díscola”, escribe Gerchunoff sobre los judíos: “Díscolos en el desierto, díscolos en su reino, discutidores con Dios y con los hombres, buscan infatigablemente la huella que se ha de pisar en el futuro.
Díscolos en el gueto, lo fueron con idéntica insistencia e idéntica religiosidad de oblato en el servicio de la civilización, en la ciencia, en las labores de la industria”.
Con gran algarabía expresa el triunfo aliado, y el fin de la persecución al pueblo judío.
La hora sionista
Entiende que es la hora sionista y de creación de la “Mediná”. En 1945 escribe “El problema judío”. Incansable luchador por los derechos de los judíos, el ideal de Sión y la creación del Estado de Israel, las organizaciones judías lo convocan con frecuencia.
Cuando en 1946 enferma seriamente, no quiere postergar su viaje a Río de Janeiro para participar de una importante Conferencia Internacional en representación de la “Sojnut” (Agencia Judía). Así, le ordena a su médico que lo cure en cuatro días, el tiempo que restaba para viajar al Brasil. Demás está decir que Gerchunoff viajó pese a no estar restablecido y se ganó la admiración de todos por su infatigable tarea en el Congreso de Cancilleres Americanos en la entonces capital brasileña. Y, en ese Congreso, cuando el delegado de Haití le pregunta por qué Haití tendría que enemistarse con los árabes poniéndose del lado de los judíos, Gerchunoff le responde: “Señor Ministro: Haití debe votar por Israel porque los judíos somos los negros de la historia”.
Argentino y judío
El último libro que aparece en vida, en 1949, es “El retorno a Don Quijote”. Y luego de su muerte se hallan varios inéditos.
Su libro “Los Gauchos Judíos” puede hoy verse incluso en el Museo Unamuno, de Salamanca.
Durante 42 años perteneció a “La Nación”, trabajó en 15 diarios. Fue periodista y un encarnizado luchador por la verdad y por la justicia. Y, antes que nada, se desvivió por su amor a la argentinidad y a la judeidad, abrazando al mismo tiempo el ideal redentor del Estado de Israel.
Emblemático
Entrerriano, porteño, universalista; gaucho y judío, amante del mundo latino y del Talmud, hizo de Don Quijote la figura central de su vida.
Propagandista de su generación, arquetipo del espíritu combativo y liberal en el arte, las ideas y la política, siempre presente en el debate a favor del pueblo judío y de la realización sionista, Alberto Gerchunoff es una figura emblemática de la judeidad argentina.
Fallece a los 66 años el 2 de marzo de 1950, año del Centenario de la muerte de San Martín. En los siguientes tres años se publicaban varios libros de él, algunos de los cuales tenía su antiguo editor, Manuel Gleizer. Entre los libros que ahora aparecen tenemos “Don Quijote”, “El pino y la palmera”, “Entre Ríos, mi país”, “Argentina, país de advenimiento”, “Los Judíos”, todos temas de sus entrañables amores.
Sumo Sacerdote
Alberto Gerchunoff es hoy considerado un clásico de las letras argentinas. “Maestro de la prosa castellana contemporánea, con el genio estilístico de los más puros escritores hebreos de la lejana Sefarad”, escribió de él Francisco Luis Bernárdez.
Queremos concluir esta nota con las estrofas que a su muerte le dedicase el célebre poeta judeoargentino, Carlos M. Grünberg: “Somos, Alberto, la sección hispana, de los nabíes y de los rabíes, que dobla en sus ladinos otros íes, la unicidad jerosolimitana. Somos la cuadratura castellana del círculo judío, Sinaíes en buen romance, Torás sefardíes, salmos y trenos a la toledana. Tú has sido nuestro Sumo Sacerdote y has mantenido tu almenar celote siempre encendido en el turbión opaco. Te vas y por eterna sobreveste, nos dejas el taled blanquiceleste que usabas como poncho calamaco”.
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