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Bernardo Ezequiel Koremblit Z”L
Por Moshé Korin
Hace un mes y medio, el 1º de febrero de 2010, que Koremblit físicamente se despidió de todos nosotros, pero él sigue presente en cada uno de los argentinos como un intelectual, un escritor y un académico que ha producido un estilo vital, que está plasmado en la estética, en la filosofía, en el lenguaje, en la literatura, en la misma tradición judía, y envuelve con su potencia no sólo al lector: quienes hemos tenido la fortuna de ser interlocutores de Koremblit, sabemos de esa suerte de fascinación que ejercían sus precisas palabras; su agudo pensamiento; su filoso humor.
“Contrariamente a lo que la gente supone, no nací en una biblioteca”, afirmaba Koremblit. La frase, cargada de humor, dice mucho más de Bernardo Ezequiel que de su vida. La biblioteca, un sitio que puede ser una metáfora de muchas de las existencias de Koremblit. Porque si bien “uno de los que él era” nació en algún barrio porteño, los “otros muchos que también él era” nacieron, no nos cabe duda, en una biblioteca.
A los 23 años se casó con Esther Teitelbaum, con quien tuvo tres hijos, dos varones y una mujer. Manuel Stéfan, Eduardo Hipólito y Alicia Eleonora. Le dieron cuatro nietos.

OTRO COMIENZO: LA VIDA INTELECTUAL.
El Diario Crítica marcó el comienzo de una carrera intelectual. Se trata de una carrera en todo el sentido del término, puesto que allí Ezequiel ingresó siendo muy joven, a los diecisiete años, y terminó escribiendo en la sección literaria. Sus compañeros de forja fueron nada menos que Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón, Ulyses Petit de Murat, Pablo Rojas Paz, Florencio Escardó, César Tiempo, Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt, Edmundo Guibourg, Roberto Tálice y el mismo Jorge Luis Borges. Una elite intelectual en torno al peculiar proyecto periodístico de Natalio Botana, que logró una síntesis entre la cultura de vanguardia y la cultura popular.
No podemos dejar de mencionar a Koremblit, quien fue por más de treinta años, director de cultura de la Sociedad Hebraica Argentina y redactor de la revista “Davar” (la palabra); publicación de notoria incidencia en el ámbito cultural de la época y fue sin duda, la mayor expresión en el género literario judeoargentino.
Es importante para mí señalar el significativo aporte de Koremblit, durante la última década en el Departamento de Cultura de AMIA, especialmente como coordinador y expositor en el memorable ciclo cultural “Condenados a la Eternidad”.
Ezequiel fue, como mencioné, un hombre extremadamente sensible al humor; le gustaba reír y hacer reír, y era inimaginable que una conversación con él, tenga la dignidad que tenga, prescindiera de la risa. Su interés por el humor también poseía un costado intelectual que quedó plasmado en su ensayo “El humor: una estética del desencanto”.
La madre de Koremblit se llamaba Elisa Sas, su padre Meier-Manuel, y fue él quien lo introdujo en el mundo de la bohemia y el teatro judíos. A raíz de esas vivencias escribe nuestro homenajeado su primer libro: “Jacob Ben Ami, el actor abismal”.

SUS OBRAS.
En mis años mozos, a fines de la década del ’50, del siglo XX, época en que todo el núcleo de compañeros que me rodeaban, “devorábamos” los libros, pero eso sí, casi todos de autores extranjeros, me encontré con un texto, que aunque parezca mentira, me fue devolviendo poco a poco a la Argentina.
Ese era el libro con que Ezequiel, a mi juicio, en ese momento, se perfiló definitivamente como un ensayista con mayúscula. Ese texto es “La torre de marfil y la política”. Ese libro comenzó a brindarme, hoy lo sé, la posibilidad de reencontrar el ejercicio del idioma en su plenitud.
En aquel momento, teniendo yo alrededor de veinte años, ese escrito, a su manera, me fue permitiendo recuperar el sentimiento del idioma castellano que fui perdiendo, leyendo casi exclusivamente traducciones, como así también muchos textos en idish y en hebreo.
Poco a poco fui recuperando el sentimiento festivo de la lengua castellana; luego se sumaron otros del mismo Koremblit y otros escritores, claro está.
Pero no puedo olvidar que ese libro de Ezequiel, dentro de sus obras, me resultó un texto disonante, pues advertí, sin poder conceptualizarlo en ese entonces, que estaba sustrayendo el ensayo, a la rigidez en que moría dentro del campo académico.
Yo me fui dando cuenta de que Koremblit estaba liberando al ensayo de una carga retórica que lo fosilizaba, en virtud del ejercicio académico que se ejercía de ese género, distorsionando verdaderamente lo que él era, un género creador en el que un individuo se hace cargo de los dilemas, que promueven su pasión vital y los despliega en una perfecta sintonía entre el vigor reflexivo y la hospitalidad delocutiva amena.

KOREMBLIT POR SÍ MISMO.
Koremblit solía afirmar: “me interesa una sola cosa: todo”. Él, constantemente, renovaba su alianza con la vida, en el mejor sentido bíblico, permanentemente; y creo que esto se debe a un hecho profundo, no sólo temperamental, es que él sabía que la palabra nunca le iba a brindar una imagen definitiva sobre lo real, nunca un sentido pleno, acerca de lo que él quería conocer.
Esta discontinuidad, esta disonancia fundamental entre lenguaje y realidad, hacía que Ezequiel se convierta en un insomne perpetuo, en alguien que sabía que al pronunciarse, sólo podrá traducir la intensidad de un anhelo de cercanía entre la palabra y el mundo, y nunca la plena sinonimia, entre uno y otro. No hay rasgo, creo yo, que distinga más sustancialmente a un escritor, que éste.
El estilo de Bernardo Ezequiel Koremblit trasciende lo estrictamente literario: es un estilo que envolvía con sutileza su conversación, su pensamiento, su modo de estar y escribir. Aunque quizá no lo trascienda; acaso suceda que su ser literario transformaba en literatura todo lo que ante él emergía: el humor, el amor, la amistad, en fin... la vida misma.
Cuando Koremblit exponía, ese lexicómano irremediable, buscaba con delicadeza las palabras, paladeaba con placer las etimologías, se fascinaba con las paradojas y se entusiasmaba con los juegos de palabras.
Bernardo Ezequiel adoraba los contrastes, las oposiciones arriesgadas que lindan con la trasgresión, el absurdo y la paradoja.
Tanto en los libros citados, como en los más recientes: “Eva o los infortunios del paraíso” y “Gerchunoff o el vellocino de la literatura”, como decía nuestro impar e infatigable amigo, son “los últimos que he escrito, no, los últimos que escriba”, se hallaba evidente y palpitante, este carácter vital-literario, tanto apasionado cuanto intelectual estético de Koremblit.
Cabe recordar, por otra parte, en esta oportunidad, sus inteligentes, ingeniosos e inolvidables programas radiales y televisivos durante décadas como “El amor, el honor y el humor”.
LOS TRES ÚLTIMOS AÑOS Y MEDIO
Pero desde hace poco más de tres años y medio, cuando falleció su hija, para unirse a sus dos hermanos en el más allá, creo que podríamos agregar acerca de nuestro querido Koremblit, que el llanto cotidiano tenía su mitigación en haber recuperado, gracias al consuelo que manda el Señor, la paz espiritual, de igual modo que Job recuperó su familia y sus bienes.
Hay una enseñanza milenaria: Dios no le manda al hombre, nada que la persona no pueda sobrellevar.
También esta enseñanza de estoica actitud frente a las adversidades de la vida, fue patrimonio de su manera de ser.
Tal como él lo expresara en noviembre del 2009, cuando la SADE lo distinguió con el Gran Premio de Honor: “Se que el buen Dios me puso en órbita, en la curva de traslación de la vida, pero no sé cuándo me sacará de circulación”; eso sucedió el 1º de febrero de 2010.
Los que tuvimos la oportunidad de conocerlo, escucharlo, leerlo y disfrutarlo, su familia, amigos, admiradores y admiradoras - como siempre él decía: Bienqueridos, que lo bienquerían – eternamente lo recorderemos por su bonhomía, dinamismo, sensualidad, fortaleza, simpatía, inteligencia, laboriosidad y talento.
“Iehí zijró baruj!” ¡Bendita sea su memoria!


Marzo 2010 - Nisan 5770
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