Mientras que en Rosh Hashaná y Iom Kipur, es el individuo quien ocupa un lugar relevante, Pésaj marca el protagonismo de todo el pueblo. La festividad de Pésaj se origina en el gran acontecimiento del Éxodo de Egipto. Los Hijos de Israel salen de la servidumbre a la libertad, y la profusión de leyes que rigen la celebración, tiene por objeto rememorar ese hecho.
Del mismo se desprende la obligatoriedad de los preceptos fundamentales que el pueblo recibe y acata. Así, los Diez Mandamientos se inician con la frase: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la Tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre” (Éxodo XX, 2). Y del “Shabat” se dice (Deuteronomio V, 15): “Acuérdate que fuiste siervo en la Tierra de Egipto, y que el Señor, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y con brazo extendido; por lo tanto el Señor, tu Dios, te ha mandado que guardes el día del Sábado”.
La mayor parte de las prescripciones de carácter social que confieren al Pueblo de Israel una fisonomía propia, se relacionan también con aquel formidable evento. Así, la prohibición de poseer esclavos hebreos, porque según la palabra de Dios a Moisés,…“ellos son Mis siervos, a los cuales Yo saqué de la Tierra de Egipto: no podrán ser vendidos como esclavos” (Levítico XXV, 42). Y otro ejemplo de los tantos, Éxodo XXII, 20, donde leemos: “No engañarás al extranjero, ni lo oprimirás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la Tierra de Egipto”.
La salida de Egipto se menciona, además, a diario, en las oraciones rituales. Pero es en la noche del “Séder” cuando se recuerda el Éxodo de manera especial. Y la “Hagadá” (Narración de Pésaj), que en su texto marca la celebración paso a paso, nos dice expresamente: “Cuanto más relata uno acerca del Éxodo de Egipto, tanto más merece ser elogiado”.
La narración del Éxodo comprende dos temas principales: uno, las penurias de la esclavitud (“avdut”), y el otro, los avatares de la liberación, rica en hechos prodigiosos como las célebres 10 plagas, o el cruce del Mar Rojo.
El motivo central de la festividad de Pésaj es la libertad (“jerut”). Pero la libertad no es un fin en sí mismo. No en vano, el Pueblo de Israel ha debido permanecer por mucho tiempo en un país donde un enorme poder se concentraba en manos de unos pocos, el monarca se adjudicaba rango divino y la gente común vivía oprimida. Por haber experimentado la injusticia en carne propia, aspiraba ese pueblo a construir una sociedad más justa. Por lo tanto, ya desde el día siguiente al de la salida de Egipto, empieza el recuento de las 7 semanas (Shavuot) al cabo de la cuales habrá de recibir la “Torá” al pie del Monte Sinaí.
Sin embargo, no se mostró dispuesto a abandonar Egipto el pueblo en su totalidad. Muchos israelitas se habían habituado al yugo de sus amos. Debió surgir una generación nueva, de ánimo más resuelto, dispuesta a correr el riesgo.
De distintos episodios y alusiones del texto bíblico, se desprende que existían en la masa del pueblo diversas corrientes enfrentadas. Así, se cuenta de la Tribu de Efraím, que algunos de sus hijos, impacientes, tomaron la espada y pretendieron lanzarse a la conquista de Canaán, pero al no estar debidamente preparados, cayeron en el camino.
Hubo también rebeldes que se oponían a Moisés y a Aarón y hablaban mal de sus hermanos. Algunos temían que sus jefes los malquistaran con el Faraón de Egipto, cuando le exigían que dejara salir a su pueblo. Pero aun los que se mantenían fieles, más de una vez vacilaron ante la magnitud de la empresa, renegando de quienes aspiraban a liberarlos. Y debieron luego aceptar los mandatos de la “Torá” (la Ley), para merecer la libertad prometida.
En los umbrales del éxodo, y hallándose todavía bajo el dominio egipcio, Moshé se preocupa por que los padres respondan a las preguntas de sus hijos acerca de los acontecimientos. La “Hagadá” subraya que a cada nueva generación le corresponde renovar el compromiso de la libertad, superando las barreras del tiempo: “Cada generación debe verse a sí misma como si hubiera sido ella la que salió de Egipto”. Y la estructura misma de su texto simboliza los estrechos lazos entre el pasado, el presente y el futuro del Pueblo de Israel.
En la primera parte, repasa la historia de los patriarcas, y en la segunda extiende el beneficio de la liberación a las generaciones actuales.
En la última parte, con vistas al futuro, aparece Eliahu Hanaví (el profeta Elías), tan caro al sentimiento popular y, al que va dedicada la 5ª copa de vino. Según viejas tradiciones, él es quien ha de anunciar el final de los tiempos, la llegada del Mesías. ¡Que mejor símbolo, entonces, de la redención (“gueulá”), en un futuro que toda la humanidad anhela!
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