Al inicio de los años sesenta, yo y algunas otras personas habíamos sido invitados a España para participar en un debate cultural, y al comienzo nos habíamos rehusado, democráticos y almas bellas como nos sentíamos entonces, diciendo que no iríamos jamás a un país gobernado por una dictadura. Después, algunos amigos españoles nos hicieron cambiar de opinión, explicándonos que si íbamos, en torno a nosotros se crearía un debate, lo suficientemente libre porque se trataba de visitantes extranjeros, y que nuestra presencia aumentaría la posibilidad de disentir por parte de los españoles que no aceptaban la dictadura franquista. Desde entonces he ido a España cada vez que me invitan, y recuerdo que el Instituto Italiano de Cultura, bajo la dirección de Ferdinando Caruso, se convirtió en una isla de discusión libre. De ese entonces aprendí que se debe distinguir entre la política de un Gobierno (o, directamente, entre la constitución de un Estado) y los movimientos culturales que agitan un determinado país. Por esta razón, he viajado con frecuencia a en-cuentros culturales en países con los cuales no compartía la política. Recientemente he sido invitado a Irán por algunos jóvenes y muy abiertos estudiosos que dan la batalla allá por el desarrollo de una cultura moderna, y he aceptado, solicitando tan sólo que la iniciativa sea pospuesta hasta tanto se sepa lo que va a pasar en el área del Medio Oriente, porque me pa-recía una locura volar entre misiles que pasan de un lado al otro. Si yo fuera estadounidense no votaría, ciertamente, por Bush, pero esto no me impide tener continuos y cordiales encuentros con varias universidades de Es-tados Unidos. Ahora acabo de recibir una copia de The Translator, una revista inglesa que se ocupa de los problemas de las traducciones y que me había pedido publicar en inglés un comentario mío, de 1983, a la traducción de los Ejercicios de los estilos, de Queneau. Obviamente había aceptado, porque la revista tiene una excelente junta de consultores internacionales y es dirigida por Mona Baker, apreciada curadora de una Encyclopedia of Translation Studies editada por Routledge en 1998. Ahora, en este número, Mo-na Baker abre con un co-mentario editorial en el cual se dice que muchas instituciones académicas, para protestar contra la política de Sharon, han firmado peticiones para boicotear a las instituciones universitarias israelíes, de acuerdo con algunos sitios de Internet como "Call for European boycott of research of Israel scientific institutions" y "Call for European boycott of research and cultural links with Israel" ; y por lo tanto, Mona Baker le ha pedido a Miriam Schlesin-ger (de la Universidad de Bar-Illan) la dimisión del directorio de The Translator, y a Gideon Toury (de la Universidad de Tel Aviv), la dimisión del directorio de los Translation Studies Abstracts. Mona Baker admite (por fortuna) haber tomado su decisión sin consultar previamente a los consejeros o colaboradores de su revista, y admite que los mismos estudiosos que han sido excluidos han expresado en varias ocasiones fuertes di-ferencias frente a la política de Sharon. Especifica que el boicoteo no es ad personam, sino contra las instituciones. Esto significa que, independientemente de las posiciones de algunos, la pertenencia ra-cial (osaríamos decir) cobra sus intereses. Es claro a dónde podría conducir un principio de este género: quien sostiene la posición belicista de Bush debería dedicarse a bloquear cada contacto en-tre los centros de investigaciones italianos y centroamericanos; los extranjeros que (¡por ventura!) consideraran a Berlusconi al-guien que está buscando instaurar un poder personal, deberían interrumpir cada encuentro con la Aca-demia de los Lincei; quien estuviese contra el terrorismo árabe debería hacer expulsar a los estudiosos árabes de todas las instituciones culturales europeas, independientemente del he-cho de que sean o no partidarios de los grupos fundamentalistas. En el transcurso de los siglos, a través de terribles episodios de intolerancia y ferocidad de los Estados, ha sobrevivido una comunidad de doctos, que han buscado cimentar los sentimientos de comprensión entre las personas de todos los países. Si se quiebra este vínculo universal, ha-brá una tragedia. Que Mo-na Baker no haya entendido este punto, me causa pena, especialmente al con-siderar que un estudioso de las traducciones está por definición interesado en el diálogo continuo entre las diversas culturas. No se puede poner en la picota un país, porque se esté en desacuerdo con su Gobierno, sin tener en cuenta las divisiones y contradicciones que existen en aquel lugar. Mientras esto escribo, veo que una comisión de control, en Israel, ha cesado la transmisión de una rueda de prensa televisada de Sharon porque la consideraba propaganda e-lectoral ilícita. Entonces se ve como allá existe una interesante dialéctica entre las diversas instancias, y no entiendo como esto pueda ser ignorado por quien, probablemente, considera injusto el embargo contra Irak, que hace un daño también a los que sufren bajo la dictadura de Sadam. En ningún lugar de la tierra todas las vacas son negras, y considerarlas to-das del mismo color se llama racismo.• Fuente: El Nacional
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