El arte y la filosofía han insistido en el carácter ambiguo y misterioso de la mujer. El velo, la insinuación y la ambivalencia son las figuras privilegiadas para tratar el enigma femenino. Esa ambivalencia respecto de las mujeres también se manifiesta en la tradición judía. La mujer está ausente y muy presente a la vez. Sabemos que a la mujer judía no se le concedían los mismos derechos legales y religiosos que a los hombres. Ella estaba excluida de los concilios masculinos. Su destino era el de madre o esposa, nunca el de juez, rabino o dirigente comunitario; su sitio era la sala, la cocina o el dormitorio. Sin embargo, nuestra historia puede exhibir el ejemplo de numerosas mujeres que abandonaron esos sitios para habitar aquellos otros en los que estaban proscriptas. Donde así sucedió, el legado femenino ha sido enorme, y no fueron pocas las mujeres que imprimieron su sello en ese legado. La historia nos muestra también que cuando una mujer va más allá del destino que le está previsto, hay algo que la caracteriza: la obstinación y la vehemencia con que encara sus proyectos. Es el caso de Ester, la heroína de Purim, que supo interceder ante su marido, el rey persa, para salvar a sus hermanos judíos del exterminio. La Biblia recoge estas vicisitudes en el Libro que lleva su nombre, el Libro de Ester. También el ayuno previo a la celebración de Purim le rinde homenaje, puesto que lleva su nombre: “Taanit Ester”. Recordemos también a Rajel, heroína de la literatura hebrea. Rajel fue no sólo una militante de la causa sionista. Combatió también contra la penosa enfermedad que la acompañó gran parte de su existencia y contra las adversidades propias de su condición judía. Y lo hizo con el solo propósito de continuar escribiendo y cantando a su tierra eretzisraelí. Vivía para escribir y a la vez su tarea le insuflaba vida. Hoy vamos a extendernos en el recuerdo de Henrietta Szold, conocida como "madre del Ishuv"rescatado a miles de jóvenes europeos para conducirlos a Éretz Israel, en los años treinta del siglo XX. La tarea sionista de Henrietta fue enorme; trabajó a la par de los hombres y llegó a ocupar puestos de dirigencia, en una época en que el acceso de las mujeres a esos lugares era impensable. Pero hay que tener en cuenta que Henrietta Szold nunca buscó su reconocimiento como mujer. La impulsaban ideales sionistas, no feministas. Aunque en muchos aspectos fue la "primera mujer", no era ése su propósito. Ser mujer fue para Henrietta una condición y no su causa. Su feminismo, si es que de él puede hablarse, fue una consecuencia no buscada de su política; no su política en sí. La causa política a la que se entregó sin reservas la llevó más allá del destino que su época y su entorno habían dispuesto para la mujer. Hija de madre y padre Henrietta Szold nació en 1860 en Baltimore, Estados Unidos. Era hija de un distinguido rabino, Benjamin Szold. Su padre le otorgó un lugar inusual desde pequeña. De niña estudió con él y fue su secretaria personal. Cuando Henrietta tenía sólo doce años, ayudó a su padre a corregir las partes en alemán de un libro de oraciones que él había preparado. El Rabino Szold cambiaba ideas con su hija acerca de un sermón o de un escrito. Eran compañeros íntimos y se admiraban mutuamente. A menudo él la llamaba, bromeando, "mi hijo mayor". Como toda broma, esa expresión encerraba una verdad. Puesto que lejos de descalificar la condición de mujer de su hija, el padre había encontrado una manera de legitimar, a través del humor, el lugar que ocupaba Henrie-tta para él. Ese lugar no estaba abierto en la tradición judía a las hijas mujeres, sino que era casi exclusivamente de los varones. Pero lo cierto es que ya desde pequeña, en el entorno familiar, Henrietta le había usurpado un sitio a la costumbre. Habitó ese sitio con dedicación, con tenacidad, con sutil intelecto. El mismo rigor tendría su desempeño ulterior en la vida, cuando el llamado a su espíritu judío le hiciera sentir el compromiso político que jamás abandonaría. Henrietta Szold también fue hija de su madre. De ella aprendió las artes domésticas y el sentido del deber: no huir de la realidad y enfrentar los hechos. Esta actitud, netamente judía, se mantendría en Henrietta a través de los años; un sentido de compromiso con los hechos que la llevaría mucho después, ya en Israel, a postergar indefinidamente el retorno a la tierra natal (EE.UU), que tanto quería. Su filosofía de vida quedó plasmada en el lema: "Lo único que hay que hacer es hacer". En la fuerte conexión de Henrietta con la acción y los hechos se reconoce la herencia materna. Es probable que ése haya sido el suelo en el que más tarde germinarían sus iniciativas en cuanto a políticas de acción social. La herencia paterna iluminó la esfera del intelecto, marcó la relación de Henrietta con la palabra y el pensamiento. Así, tanto el decir como el hacer se conjugaron para dar lugar a la intelectual y a la militante. Henrietta fue una judía observante toda su vida. Aunque se entregó con fervor al estudio del judaísmo (historia judía, hebreo, Biblia y Literatura rabínica), su formación incluyó también lenguas y ciencias. Estudió a los clásicos y cultivó dos idiomas, además del suyo y del hebreo: el francés y el alemán. Se graduó en 1877, en una época en que escasas mujeres asistían a la universidad. Su formación estuvo marcada por un fuerte carácter autodidacta. La acción Henrietta fue una pionera en varios sentidos. De joven, plasmó sus ideales revolucionarios en el trabajo pedagógico. Su primer proyecto en ese campo fue la escuela nocturna para inmigrantes, que inauguró en Baltimore. Quería que los inmigrantes aprendieran el inglés para americanizarse, y el trabajo no debía ser un obstáculo en ese proceso; de ahí la idea de una escuela a la que se pudiera concurrir al término de la jornada laboral. La escuela nocturna fue concebida como un instrumento de democratización, ya que mediante ella el inmigrante podría asimilarse rápidamente a la cultura americana, con los beneficios que ello implicaba. H. Szold dedicó muchos años de su vida a la enseñanza. Entendía que ésa era una de las mejores formas de entrar en contacto con las generaciones jóvenes. Su trabajo pedagógico estuvo siempre enmarcado por sus ideales políticos. A lo largo de su vida ocupó cargos que jamás habían sido desempeñados por una mujer. Fue la primera mujer admitida como estudiante en un seminario rabínico; también la única miembro de la comisión directiva de la Federación de Sionistas Norteameri-canos. Se cuenta que en el Primer Congreso Sionista, el profesor Iosef Kláusner se encontró con un rabino norteamericano y le preguntó si había sionistas en Estados Unidos. A lo que el rabino contestó: "Sí, dos, un loco y una loca: Stephen Wise y Henrietta Szold." En Purim de 1912, cuando se creó la Organización Sionista Femenina "Hada-ssah" (segundo nombre de la Reina Ester) en Estados Unidos, Henrietta fue elegida presidenta. La Organi-zación "Hadassah" se propuso de un principio brindar asistencia médica y social a los habitantes de Éretz Israel. Luego estalló la guerra (1914-1918) y la situación en Palestina se hizo sumamente precaria. Bajo su dirección se organizó un sistema de visitas de enfermeras norteamericanas a ese país. "Hadassah", luego organizó la primera unidad médica en Éretz Israel y una escuela de enfermeras. Por entonces, eran muy pocas las mujeres embarcadas en tareas sionistas. Pero la organización empezó a crecer. En 1923, con sus ideales sionistas ya bien clarificados, Henrietta enunciaría así los objetivos de la "Hadassah": Nosotras, las de la Ha-dassah, somos una or-ganización de mujeres judías que creemos en la curación de las hijas e hijos del pueblo, en la curación del alma del pueblo judío tanto co-mo de su cuerpo; que creemos que sólo en Sión puede establecerse una vida judía normal. Se empeñó en que la "Hadassah" promoviera ac-tividades educativas y de esclarecimiento, y se consagró personalmente al De-partamento de Educación. El trabajo institucional, que era intenso, no le restaba tiempo para dedicarse también, a sus tareas intelectuales: escribía, leía manuscritos para la edición de revistas y reseñaba libros. Por fin, en 1920 Hen-rietta Szold viaja a Israel. Allí se dedica inmediatamente a trabajar con los jóvenes pioneros (jalutzim) en tareas sanitarias y hospitalarias, rubros en los que el aporte de "Hadassah" fue siempre de primer nivel. El propósito inicial de Hen-rietta no había sido quedarse mucho tiempo, sino volver a Nueva York. Pero una vez más la retuvo su hondo sentido del deber. Louis Brandeis, Juez de la Su-prema Corte de Estados Unidos, dijo de ella: La presencia de Hen-rietta Szold en Palestina es importante. No interesa de qué actividad particular se ocupe. Es el carácter que otorga a todo lo que hace, sea lo que fuere, lo que constituye su contribución a Palestina. En 1931 se puso al frente del Departamento de Bienestar Social del Con-sejo Nacional del Ishuv (la población judía de Éretz Israel) y se dedicó sobre todo al servicio social de niños y jóvenes. Corrían tiempos de elecciones, y ese mismo año el Partido del Trabajo (Avodá), la propuso para uno de sus tres puestos en el Comité Ejecutivo de la Organización Sionista Mundial; pero ella encabezó la lista del Movimiento Femenino "Hadassah". "Aliat Hanóar" A los setenta años, cuando todavía soñaba con el retorno a los suyos, se convirtió en la cabeza de la Organización "Haliat Ha-nóar" (Inmigración Juve-nil). Dicha Organización fue fundada en Alemania, por iniciativa de Recha Freier. Se proponía llevar a Israel a jóvenes judíos desocupados, producto, esencialmente de la incontenible hiperinflación. Fue la labor de H. Szold al frente de esta organización, que dirigió desde fines de 1932, la que le otorgó el título de "madre del Ishuv". En efecto, Henrietta no se desempeñó en su cargo con la frialdad que los modos convencionales de la conducción a veces requieren, sino con la más fina sensibilidad de la que sólo una mujer es capaz: el sentido maternal. Lo demuestra la frase que escribe en 1934, antes de partir a recibir el primer contingente de niños judíos alemanes: Iré a dar la bienvenida a cada chico. Pienso acostarlos uno por uno, para que no sientan demasiado la pérdida de sus padres. La sensibilidad maternal de Henrietta percibe a cada chico de manera singular, y no incluido dentro de un genérico y abstracto "todos"; advierte lo decisivo que resulta para un niño el abrazo protector que lo ayude a internarse en paz en el mundo del sueño, a veces tan temido, en la oscuridad de la noche. En 1933, cuando Hitler asumió el gobierno, Hen-rietta fue a Berlín para ver qué podía hacerse para rescatar a los jóvenes. Se encontró con un estado de confusión general. Se convenció inmediatamente de que la situación alemana no sería transitoria. Y fue así como, algo desalentada, aceptó dirigir los esfuerzos destinados al rescate de la juventud judeo-germana. A comienzos del año 1934, había conseguido que sesenta y tres muchachos y muchachas fueran aceptados en el kibutz Ein Jarod. Les siguieron muchos niños y jóvenes inmigrantes en distintos kibutzim. Durante los años posteriores arribaron grupos juveniles no sólo de Ale-mania, sino también de Australia, Checoslova-quia, Polonia, Rumania y otros países. Hasta la Se-gunda Guerra Mundial fueron acogidos unos 5000 jóvenes, y a su finalización se habían agregado 10.000 más (entre ellos los llamados "niños de Teherán" que arribaron desde Polonia a través de Rusia y de Persia. Henrietta consideraba que la atención de los niños era una tarea permanente. No debía terminar al cabo de los dos años de ayuda financiera que recibían. Esa convicción la llevó a organizar planes de aprendizaje en el kibutz, a fin de brindar a los niños herramientas con las que pudieran desempeñarse una vez concluido el amparo económico. Henrietta Szold no abandonaría a sus hijos: pensar en su educación era el mejor modo de acompañarlos, aún cuando no estuvieran junto a ella. Fue así como surgió un plan de aprendizaje de dos años en el kibutz, donde los jóvenes recibirían instrucción sobre trabajo práctico en el campo, en los establos, en los talleres, donde aprenderían también hebreo, historia y literatura judías, geografía de Palestina y ciencias. Después de dos años de preparación según el programa de la Aliá Juvenil, los jóvenes elegirían su propia ocupación y un lugar de residencia permanente. Henrietta se ocupó personalmente de los detalles relativos a la atención y el acompañamiento de los jóvenes. Los recibía, supervisaba el lugar que sería su nueva casa, hacía giras de inspección y atendía los problemas personales; consideraba que la primera recepción era decisiva para que los jóvenes inmigrantes se iniciasen con seguridad en su nueva vida. Los cuidaba y los aconsejaba. Henrietta no era un administrador, era la "ima" (mamá). En la Conferencia de 1935, realizada en Amster-dam por grupos que reunían dinero para la Aliá Juvenil, tuvo el orgullo de informar que más de dos mil niños habían llegado a Israel en los dos años anteriores, y estaban instalados en veintitrés colonias. Y fue así co-mo este Congreso respondió favorablemente a su pedido de fondos. La Conferencia decidió entonces convertir la Aliá Juvenil, que había empezado siendo una em-presa de emergencia, en un movimiento que incluyera a jóvenes no sólo de Ale-mania sino también de Europa Oriental y de Francia. La tenacidad de Henrietta Szold había triunfado. Esta mujer extraordinaria falleció en Jerusalem, en 1945. Pero su obra no se detuvo. En sus últimos años, ella misma pudo ver a mu-chos de sus educandos afincados en todos los ámbitos de la vida eretzisraelí. Luego, desde 1945 (final de la Guerra) hasta 1948 (advenimiento del Estado de Israel), se agregaron 15.000 niños y jóvenes salvados del desastre. La mayoría de ellos pa-só previamente por los campamentos de refugiados en la isla de Chipre. A partir de entonces, "Aliat Hanóar" se ocupó también de educar a los hijos de nuevos inmigrantes de escasos recursos. Una estadística del año 1989 indicaba que el total de las promociones de esa benemérita institución, des-de sus comienzos hasta ese momento alcanzaba a más de 200.000 jóvenes, y constituía nada menos que el 5% de toda la población judía en el Estado de Israel. Sus ideas Si el sionismo es, realmente, una fuerza espiritual, tiene entonces el poder de hacer que sus adherentes... hagan vivir los ideales judíos en religión, filosofía, go-bierno, negocios, en to-do trabajo del brazo o del cerebro. Ya en 1894, Henrietta se había unido a unos amigos para formar la Asocia-ción Sionista de Baltimore, seguramente la primera sociedad sionista de los Estados Unidos. Por entonces ya había llegado a la conclusión de que sólo un hogar nacional restituiría al pueblo judío su respeto por sí mismo, su dignidad y su creatividad. Henrietta Szold concebía el sionismo como algo mucho más radical que una ideología; como algo mu-cho más profundo que una concepción beligerante de la política. El ideal sionista es una fuerza que debe irradiarse a todos los do-minios de la existencia, hasta transformarla. Sólo si se lo entiende así podrá restituir su dignidad al judío. Escribe en 1901: Si el sionismo tuviera un solo problema que resolver, el externo - el creado por el antisemitismo y los conflictos industriales y económicos - entonces la solución que propone, el restablecimiento de la vida judía para el judío, podría muy bien despertar recelos. Además de la cuestión judía externa, existe una interna, creada por las necesidades del judío como tal; la cuestión de la disolución o la continuación de la existencia nacional, en términos tales que la continuación de la existencia resulte una bendición para el pueblo y para la humanidad. La idea de una política que obedezca a razones propias y no a motivos exteriores a ella, la idea de una política cuya razón de ser no sea el enemigo, se expresa de manera coherente en la posición de Henrietta ante el conflicto árabe-judío. No vaciló al ponerla de manifiesto. Incluso cuando fue necesario, acusó a los propios judíos de no prestar atención a las necesidades árabes: El judío no necesita despojar a los árabes de sus derechos y propiedades, y no lo hará... Es necesario aliarnos con lo mejor de los residentes árabes, para curar lo que hay de enfermo en ellos y en nosotros. Henrietta Szold comprendió la necesidad del retorno a Sión antes de que Teodoro Herzl llegara a la conclusión de que los judíos necesitaban su propio Estado. Para Hen-rietta, el sionismo no es sólo un sistema de convicciones. Es algo que la hace ir más allá de sí misma; una especie de fuerza ex-traordinaria que la arranca de la vida común para entregarla absolutamente a su causa. Una fuerza que no sólo es transformadora de lo que hace, sino que es capaz de transformar, como sucedió con Hen-rietta, a los sujetos que hacen. En la medida en que hacía, Henrietta Szold era tomada por su quehacer, hasta quedar profundamente comprometida. Así se entiende que postergara durante tanto tiempo y con plena conciencia su retorno a Nueva York. Éretz Israel la necesitaba porque ella era parte de Israel. Como sucede con los espíritus elevados, Hen-rietta Szold soñó un sueño que llegó a transformarla. Es lo que suele acontecer con quienes creen seriamente en sus sueños. © LA VOZ y la opinión
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