soy gaucho, y entiendaló
Como mi lengua lo esplica:
Para mí la tierra es chica
Y pudiera ser mayor;
Ni la víbora me pica
Ni quema mi frente el sol
"Martín Fierro"
José Hernández
En 1889 comienza la colonización judía en la Argentina, a través de la Jewish Colonization Association del Baron Mauricio de Hirsch y miles de judíos de Rusia, Rumania y de otros lugares de Europa oriental comenzaron paulatinamente a vivir, trabajar y desarrollarse en una nueva atmósfera de paz y libertad.
Hoy, muchos estamos orgullosos de ser descendientes de aquellos gauchos judíos de las colonias de Entre Ríos, de Santa Fe, de Santiago del Estero, de La Pampa y de Buenos Aires.
En estas colonias surgieron los que Alberto Gerchunoff denominó "gauchos judíos", que sin renunciar a su cultura y a su identidad primigenia, se fueron incorporando al estilo del hombre de campo argentino, tomando el aspecto de los que viven al aire libre y aprendiendo a atar los bueyes y a manejar el arado.
A su ancestral tradición se agregaron el asado, las alpargatas, las bombachas, las fajas y el pañuelo. A comienzos del siglo XX, Entre Ríos llegó a tener cerca de 170 colonias judías; la actividad productiva se centraba principalmente en los productos de granja, la industria quesera y lechera, la cría de ganado y los cultivos agrícolas.
En el país comenzaron a desarrollarse las cooperativas agrícolas, que dieron mucho impulso a las colonias, prestaban dinero a los colonos, les proporcionaban semillas, carros, herramientas y artículos a menor precio, vendían en común los productos de la tierra y mantenían hospitales, bibliotecas, cementerios y centros culturales.
Alberto Guerchunoff describe en "Los gauchos judíos", la visión de la utopía agraria de los colonos judíos en los campos argentinos. Esta singular experiencia agrícola se desarrolla en esa tierra utópica, ese otro lugar donde era posible empezar una vida nueva. Para ellos, las pampas argentinas eran ese otro lugar, era como la Tierra Prometida.
Estos judíos soñaban que la emigración a la Argentina les permitiría renacer en una tierra de asilo y refugio para todos los perseguidos. El niño Gerchunoff de cinco años había escuchado de boca de su padre antes de inmigrar acerca de esa nueva tierra de promesas, cuando éste le anticipa que iban a ser agricultores y trabajarían la tierra "como los antiguos judíos de la Biblia". En su autobiografía expresa:
"A la mañana, las claras mañanas calurosas y dulces, bíblicas mañanas del campo argentino, los israelitas de ancha barba se inclinaban sobre el suelo intacto, con sus palas redondas, con sus rastrillos, y había algo de ritual, de místico en la gravedad con que desempeñaban su sencilla tarea"
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