Elena Ocampo, de ascendencia polaca, nacida en París, judía y casada con un superviviente del campo de Auschwitz tras emigrar a Uruguay, se estableció luego en Buenos Aires y ha llegado a los 84 años con una vida de novela que aún parpadea en sus ojos. Es una mujer de la Shoá (término hebreo del “holocausto”) que arrastra la r del francés y recuerda escrupulosamente todas las fechas. “Hay que contarlo porque fue demencial, demoníaco”, asegura. “Pienso si quedarme una temporada, pero me asustan las cuestas”, bromea. –¿Cómo pudo sobrevivir? –La primera vez, unos chicos maleducados nos salvaron de la Gran redada (el 16 y 17 de julio de 1942, la policía detuvo a trece mil judíos en París). Fue mi cumpleaños y salí a dar un paseo con una amiga. Dos chavales quisieron tocarnos la estrella que llevábamos cosida en la chaqueta y como estaba a la altura del pecho y replicamos, nos dijeron: “Veremos si os ponéis tan orgullosas cuando vengan a por vosotras esta noche”. Nos quedamos a dormir fuera. –Primero fue su padre y luego se llevaron también a su madre y su hermana. – Nos dijeron que mandaban a mi padre a trabajar a Alemania. Teníamos mucho miedo; estábamos tristes y angustiados por si bombardeaban. Cada batalla que perdían los alemanes, se ponían más atroces con la población civil. Lo de mi madre fue más adelante. Llegaron los soldados nazis con gran alboroto; el ejército era como el volcán de Islandia, llegaba a todas partes. Vivíamos en un hotel ocupado por inmigrantes judíos. Yo salí, vi como se llevaban a una vecina y cuando volví a los 15 minutos, ya no había nadie. Quería volver con mi hermana y mi madre, pero el dueño del hotel me dijo: “No pude salvar a tu hermanita, pero te salvaré a ti”. Me llevó a una escuela.
Serv de Prensa
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