Cuando oí mi nombre repetido por esa señora, quedé sorprendido ya que no la identifiqué en absoluto. Por respeto y a efectos de no pasar por mal educado, me acerqué y correspondí a su abrazo y beso, pero mis viejas neuronas tardaban en reaccionar. Al mirarme a los ojos, ya estuvo de más que me lo dijera, su “soy Iris” y su nombre saliendo de mis labios se superpusieron y repitieron como un eco retumbando en las galerías del subterráneo. Obviamente los recuerdos sobre Iris afloraron en tropel y mientras juntos nos dirigíamos a un café, hilvané de a poco las memorias sepultadas. En la época joven de mi vida, conocí a Iris , quien cursó materias en mi facultad, aunque ella cursaba n la de La Plata donde residía junto a su familia. Sus ojos celestes, blonda cabellera, cuerpo armónico y simpatía natural, me obligaron a correr tras ella, siempre creyéndome el gran galán, aunque no pasara de mozalbete con sueños y fantasías.. Iris era encantadora, su familia me recibió con cordialidad y tal vez la cosa iba para algo serio en lo que a ambos atañía en ese momento. El hecho de ser ella miembro de una familia de la comunidad en La Plata, allanaba el camino como para encauzar un relación. Iris estaba más que yo en el tema político y yo estaba inmerso en la temática judaica, uno aprendía del otro, aunque por lo general nos reíamos de las veleidades que no compartíamos. La amistad se consolidó, a tal punto, que yo joven veinte añero me asusté ya que no quería compromisos formales y deseaba seguir disfrutando de mi soltería. A Iris, todo el tema judaico, Israel, los conflictos religiosos etc., le importaban poco, mi ideal sionista le parecía estúpido y cuando le dije que ni bien me recibiera, pensaba hacer aliáh, poco menos que me trató de tarado. A raíz de un receso de verano en que fui a trabajar al interior tomé distancia de ella y no volví luego a llamarla, aunque sus ojos celestes y rubia cabellera aparecían a menudo en mis pensamientos y sueños. Tampoco ella volvió a comunicarse conmigo, era el año 1971, ya muy lejano hoy .A poco de discontinuar con Iris, se cruzó en mi camino una hermosa morocha de ojos verde, ahí me olvidé de la soltería, diversiones y demás. Hoy la morocha es la abuela de mi nieta, en el camino fue la madre de mis hijos y amada compañera de rumbo. Iris aún es una bella mujer, veo sus arrugas en el rostro curtido, nos miramos largos momentos evocando lo que pudo ser y no fue, luego me empezó a hablar en hebreo. Me sorprendí, ella no sabía una palabra de dicho idioma y renegaba de todo lo judaico, pero pronto me aclaró que ya llevaba varias décadas viviendo en Israel y le salía más fluido que el español, en ese idioma, intercalando términos me contó su historia. A poco de dejar de frecuentarme, conoció a Nico, un joven militante de la universidad de La Plata, se enamoraron y formaron una agradable y bien avenida pareja. Nico no era de la colectividad, lo cual no fue inconveniente para iris ni para ambas familias, que aceptaron felices la elección hecha por sus hijos. En pocos años, un varón y una nena completaron el núcleo familiar que vivía en armonía y paz. Al llegar el año 1976, Nico fue secuestrado por individuos de las fuerzas armadas, ahí comenzó la odisea de iris y de su familia. El padre de Iris, sabiendo que su hija también podía ser blanco de los uniformados y, pese a la oposición de esta, movió influencias y la sacó vía Uruguay, por mediación de la embajada de Israel la envió a dicho país, a ella y a sus dos criaturas, así se salvaron. La búsqueda de Nico por parte de la familia fue intensa e infructuosa, al final, el padre, quebrado por la pérdida, decidió en un momento de desesperación, arrojarse por el balcón a la acera, así lo hizo, dejando sola a su pobre esposa. La madre del muchacho, obviamente muy afectada, recorría todas las semanas los tribunales inquiriendo por su hijo, nunca una respuesta ni una responsabilidad asumida por nadie, la mujer siguió perseverando con sus visitas a los palacios de justicia durante muchos años más. A Iris le costó mucho superar sus traumas, a los que se le sumaba el desarraigo y el exilio forzoso en un país extraño que no le interesaba en especial y cuya gente era tan distinta a la suya propia. Se despertaba por las noches, aferrando a sus hijos, convencida que venían por ella, vivía con miedo, sintiéndose observada y amenazada por ocultas miradas. Con terapia y mucho tiempo, fue perdiendo sus miedos, saber que sus hijos estaban seguros y protegidos en la escuela o en el club, la fue liberando de sus temores. Con el advenimiento de la democracia a la Argentina, sus padres la visitaron y le ofrecieron regresar, más Iris tuvo miedo de hacerlo, pensó que los viejos fantasmas y temores la asaltarían nuevamente en caso de hacerlo. Con el tiempo, logró insertarse social y laboralmente en la sociedad israelí, también formó una nueva pareja, con quien tuvo un hijo hoy veinte añero y su vida se encarriló por nuevos rumbos. Ahora, después de tantos años, decidió venir porque su suegra, ya anciana había fallecido, pero hacía tres días que había llegado y aún no se animaba a viajar a La plata. Los dos que pudimos haber sido protagonistas de una vida en común, nos miramos profundamente, yo me ofrecí a acompañarla, me pareció que sola nunca lo hubiera hecho. Esa noche, Iris cenó en mi casa, conoció a mi esposa, hijos y a la pequeña nieta, su relato, ampliado, nos conmovió a todos. Al día siguiente, la acompañé a su ciudad. Llegamos a la casa de sus suegros, algunos vecinos la reconocieron y contaron detalles de lo ocurrido y como la anciana, no dejó nunca de concurrir a los tribunales, esperanzada con que su único hijo apareciera con vida. La vivienda era un santuario con fotografías en todas las paredes, su hijo de bebé, niño, adolescente, adulto, la miraba desde ellas con su sonrisa ingenua y de confianza en el porvenir. Fotos de Iris, Nico y los chicos, ya ajadas por el tiempo poblaban las mesitas de luz, otras, más recientes, enviadas por Iris, mostraban a los nietos, ya crecidos, con uniforme de Zahal o ropas deportivas sonriendo a la cámara tal como su padre, Nico, lo hiciera a su tiempo. Sentí que Iris se derrumbaba a mi lado, la saqué al exterior asustado, temiendo se desmayara. Después de ir lo de un escribano y a una inmobiliaria, donde Iris firmó una serie de papeles, me fui con ella a la facultad de agronomía, en la que cursara sus estudios. Muchos conocidos de su época de estudiante ocupaban cargos docentes y figuraban en la cartelera de profesores titulares y adjuntos. Uno de ellos, había sido particularmente cercano a Iris y a Nico, decidió verlo en su oficina para saludarlo. El hombre se levantó al vernos y al estar frente a Iris, quedó virtualmente petrificado, después de unos segundos interminables, se abrazaron y ambos se quebraron, dando rienda suelta a sus emociones. El profesor insistió en preparar un café más que nada para hacer algo mientras se reponía de su crisis de llanto, no era sólo un hombre recordando, era una marioneta quebrada. Una vez calmado, confe3só que creía a Iris una desaparecida más, no supo de ella y al haber sido también detenido por el ejército, perdió contacto con sus ex compañeros. Empezaron las preguntas y las evocaciones, a una carcajada compartida por el recuerdo de anécdotas juveniles, seguía un triste relato sobre el destino de cada uno de los protagonistas. Yo, que viví esa época sin enterarme demasiado (lo digo con culpa y vergüenza), no podía creer la galería de personajes eventos y sucesos acaecidos con tantos jóvenes estudiantes de esa facultad. Todo un mundo de recuerdos ,memorias y evocaciones de unos chicos amantes de las tertulias y las mateadas alrededor de un fogón, sepultados salvajemente por los delirios de los presuntos salvadores de la patria. Me enteré de hechos y situaciones absolutamente desconocidos para mi y, según creo nunca dados a conocer públicamente, pese a los años transcurridos. Nos despedimos del docente, contentos de estar vivos, pero con los ojos llorosos por aquellos que no lo estaban para recordar con nosotros. Padres que se suicidaron, madres que enloquecieron, bebés que fueron abandonados o vendidos, la lista no tiene fin y reitero, muchos sucesos de los cuales no se publicó nunca nada hasta donde yo se. En el camino de regreso, volvimos con Iris al idioma hebreo, era como si al hablarlo, nos divorciara del horror. Iris igual llevaba una carga de angustia mayor, al llegar a Buenos Aires, me preguntó si conocía algún templo, la llevé a uno que estaba vacío pero por conocerme me dejaron entrar. Quedé atrás mientras ella se acercaba al Aarón hakodesh (arca de los libros), frente a ella un escrito en la pared “Da lifnei mi atá homed”,(sabe frente a quien estás parado). Iris estuvo varios minutos en silencio, ignoro si oraba para adentro o solo pensaba, por respeto la esperé y no dije nada hasta que salimos al exterior. Cuando al día siguiente la llevaba de regreso al aeropuerto, me dijo: Te veré en Israel, porque aquí no pienso regresar jamás. Recordé a mi padre que no quería volver a Rusia ni de visita, es muy distinto cuando uno sabe que los afectos lejanos siguen afrontando la vida con normalidad, amando, creciendo, soñando, a cuando tiene la certeza que fueron masacrados, denigrados y arrasados de la faz de la tierra por los asesinos de turno que cada tanto, la historia escupe sobre la humanidad toda, cual ácido cáustico que los quema hasta sus raíces. Mientras esperábamos el control de vuelo, Iris apoyó su mano en la mía, me miró con sus hermosos ojos y me dijo:!pensar que nosotros dos pudimos haber vivido una historia tan diferente!,le respondí:!es verdad!, pero algo nos garantizaba acaso que no fuera yo o vos hoy el desaparecido a quien le troncharon la vida?. Nos quedamos con nuestros pensamientos, hasta que Iris me dijo al despedirse: Te espero en Israel, no te quedes en un país en que la impunidad reina y la justicia no existe. Prometí ir a visitarla y a conocer su familia, la saludé desde la escalinata, despidiendo a una verdadera amiga, que en el término de pocas horas fuera tan cercana a mi corazón. No pude evitar, al regresar solo, pensar en los sufrimientos y la angustia que Iris debe haber sentido sin merecerlos en absoluto. Llegué a mi casa, besé a mi mujer y a mis hijos y di gracias a D” por la porción de destino que me ha tocado, siendo consciente que no fue por mérito, sino solo por azar.
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