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La obstinación del creador: Juan Gutenberg

Por Moshé Korin
Nada en la vida es irreparable, excepto la publicación de un libro, que es un fruto y a veces flor de la imprenta. Además de ser también un producto del inconsciente que lo escribió; quiero decir del escritor que perpetró el libro. Y éste es el resultado de aquella diabólica creación del angelical Juan Gutenberg.
Biografía
Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg nació en Maguncia, Alemania, en 1397. La fecha exacta la desconocemos como otros precisos datos biográficos del gran inventor. Su verdadero apellido es Gensfleisch. Hijo del comerciante Friele Gensfleisch zu Laden, que adoptaría más tarde el apellido zum Gutenberg, y de Else Wyrich.
Luego del nacimiento de Juan la familia se trasladó a Alta Villa, -ahora en el estado de Hesse-, sitio en el cual su madre, Else, había heredado una finca.
Juan Gutenberg estudió en la Universidad de Erfurt, donde está registrado en 1419 con el nombre de Johannes de Alta Villa. En ese mismo año muere su padre.
Nada más se sabe a ciencia cierta sobre Gutenberg en esos años de juventud, hasta 1434 cuando reside como herrero en Estrasburgo. Allí, cinco años más tarde se verá envuelto en un proceso cuyos documentos muestran que Gutenberg había formado sociedad con Hanz Riffe para desarrollar ciertos procedimientos secretos. En 1438 entran como asociados Andrés Heilman y Adreas Dritzehen (sus herederos fueron los reclamantes). En el expediente judicial se mencionan los términos de: prensa, formas e impresión; sin embargo no hallamos más detalle sobre el avance de la creación maestra que posteriormente llevará a cabo.
Pareciera ser éste el primer eslabón de una larga serie de procesos y sucesivas quiebras que zanjaron una y otra vez la vida y el gran invento de Gutenberg.
De regreso a Maguncia forma nueva sociedad con el banquero Juan Fust, quien le otorga un préstamo con el cual logra montar su taller. En 1449 publica el “Misal de Constanza”, primer libro tipográfico del mundo.
En 1452, Gutenberg da comienzo a la edición de la “Biblia de 42 líneas” (también conocida como Biblia de Gutenberg o de Mazarino, por haberse encontrado el primer ejemplar en la biblioteca de este cardenal.
Esta Biblia se compone de dos volúmenes. Sus páginas escritas en letras góticas poseen cuarenta y dos líneas -de ahí su nombre- que se distribuyen en dos columnas. Se tiran 150 ejemplares en papel y 50 en pergamino.



Técnicas de impresión anteriores
Pasados los siglos y situados hoy en la era de la permanente renovación tecnológica, es necesario hacer un breve recorrido por el mundo de la impresión hasta Gutenberg, pues sólo así se podrá ver el impacto de su invento.
Dos mil años antes de la era de Cristo, los chinos imprimían con el sistema de rollos de papiro en planchas de madera. De modo que el “Sutra del diamante” producido por el Gutenberg chino, Wang Che, es el libro impreso más antiguo de la epopeya humana.

Pero en Europa hasta 1449 y en los años posteriores, los libros eran difundidos a través de copias manuscritas por monjes y frailes dedicados exclusivamente al rezo y a la réplica de ejemplares por encargo del propio clero o de reyes y nobles. A pesar de lo que puede suponerse, no todos los monjes copistas sabían leer y escribir. Realizaban la función de copistas como autómatas imitadores de signos que las más de las veces no entendían, lo cual era fundamental para copiar libros considerados prohibidos. Las ilustraciones y las mayúsculas eran un producto decorativo y artístico del propio copista; detalles decorativos que, debe decirse, en algunos casos eran verdaderamente exquisitos. Cada uno de estos trabajos podía requerir hasta diez años para su finalización.
Si bien el tipo de impresión denominado xilografía había sido inventado por los chinos siglos antes, en la Alta Edad Media se utilizaba en Europa solamente para la publicación de escasos panfletos publicitarios o políticos, etiquetas, y trabajos de pocas hojas. Para ello se trabajaba el texto en hueco sobre una tablilla de madera, incluyendo los dibujos —un duro trabajo de artesanos—. Una vez confeccionada, se acoplaba a una mesa de trabajo, también de madera, y se impregnaban de tinta negra, roja, o azul (solo existían esos colores), después se aplicaba el papel y con un rodillo se fijaba la tinta. El desgaste de la madera era considerable por lo que no se podían hacer muchas copias con el mismo molde.
Copias de la Biblia
En este entorno, Gutenberg apostó a ser capaz de hacer, a la vez, varias copias de la Biblia en menos de la mitad del tiempo de lo que tardaba en copiar una, el más rápido de todos los monjes copistas del mundo cristiano, y que éstas no se diferenciasen en absoluto de las manuscritas por ellos.
En vez de usar las habituales tablillas de madera, que se desgastaban con el poco uso, confeccionó moldes en madera de cada una de las letras del alfabeto y posteriormente rellenó los moldes con hierro, creando así los primeros “tipos móviles”. Tuvo que hacer varios modelos de las mismas letras para que coincidiesen todas con todas, en total más de 150 tipos, imitando perfectamente la escritura de un manuscrito. Además debía unir una a una las letras que sujetaba en un soporte que fuera más resistente que aquel usado para el grabado en madera. Como plancha de impresión, amoldó entonces una vieja prensa de vino a la que sujetaba el soporte con los “tipos móviles” dejando el hueco para letras capitales y dibujos. Estos posteriormente serían añadidos mediante el viejo sistema xilográfico y terminados de decorar manualmente.
Pero a pesar de todo este ingenio y devoción, aquello que a Gutenberg le jugó una mala pasada fue el tiempo.
Gutenberg no calculó bien cuánto tiempo le llevaría poner en marcha su tan nuevo como audaz invento, por lo que antes de finalizar el trabajo se quedó sin dinero. Volvió a solicitar un nuevo crédito a Juan Fust, y parecería ser que ante la desconfianza del prestamista, le ofreció entrar en sociedad. Juan (Johann) Fust aceptó la propuesta y delegó la vigilancia de los trabajos de Gutenberg a su sobrino, Peter Schöffer, quien se puso a trabajar codo a codo con él, a la vez que vigilaba la inversión de su tío.
Tras dos años de trabajo, Gutenberg volvió a quedarse sin dinero. Estaba cerca de acabar las 150 Biblias que se había propuesto, pero Juan Fust no quiso ampliarle el crédito y dio por vencidos los anteriores, quedándose con el negocio y poniendo al frente a su sobrino, ducho ya en las artes de la nueva impresión como socio-aprendiz de Gutenberg.

Gutenberg y Fust
Es así, que las malas lenguas dicen que el señor Juan Fust no era un honorable caballero de Maguncia, y por ende conciudadano de Gutenberg, sino un prestamista que dio dinero a Gutenberg con encarnizada usura, para que el confiado Gutenberg pudiera instalar su taller e inventar la imprenta. Dicen también que la tasa de los intereses cobrados por Fust variaba de acuerdo a las estaciones del año, al punto de cobrarlos más altos en verano, dado que la espera es mayor, pues los días son más largos.
Pero estas calumnias no afectan el buen nombre ni el honor de Fust, hombre rico y, sin embargo, culto, platero que afilinigranaba sus trabajos con fanática perseverancia de orfebre devoto de su noble oficio y soñador insomne que pensaba cómo resolver el problema de la fundición de las letras sueltas con las cuales podría darse origen a la ciencia y el arte tipográficos.
La historia de este orfebre maguntino empieza el día y la hora en que se asoció con Gutenberg, ese otro benefactor de la humanidad y a pesar de todo, inocente de los textos impotables que salen de la imprenta. Pero tal como dejó dicho el Profeta Ezequiel: “los hombres constituyen una rebelde familia” (Cap. 2, versículo 5). Así fue que Gutenberg y Fust decidieron entre gritos, pero pacíficos y de común acuerdo, disolver la sociedad.
Había ocurrido la antiquísima historia de siempre: el socio industrial pone la cabeza y el socio capitalista pone la plata, transcurrido el tiempo inexorable y al primer balance, el socio capitalista agarra la plata y el socio industrial se agarra la cabeza.
Toda esta historia a propósito del ilustre Johannes Gutenberg trae el recuerdo de un hecho acontecido el 27 de julio de 1466, hace 544 años, día en que el taller de Fust fue alcanzado por las llamas cuando las tropas de Adolfo de Mazoc tomaron la ciudad de Maguncia, incendiándola.
Incendio que destruyó aquel taller y que dejó a Fust atribulado y a Gutenberg sin imprenta. Pero resultó que el hecho no fue una tragedia demasiado lamentable, pues los operarios de la casa debieron abandonar la ciudad y buscar ubicación en otros países, contribuyendo así a difundir la tipografía por toda Europa.
Un mes antes de cumplir sus 56 años, Juan Fust marchó a París, sin saber que sería devastada por una terrible epidemia. Allí murió el colaborador de Gutenberg en la invención trascendental. Cuando Gutenberg supo de la noticia de que Fust había sido enterrado en París envuelto en creta y calcio como se hacía con los epidemizados, sacudiéndose fuertes golpes con el puño sobre el esternón dijo sus repetidos “Mea culpa”, como si él y no el incendio de la imprenta, hubiese sido el responsable del desdichado viaje de Fust a París.
Juan Gutenberg le sobrevivió dos años (1468), en los que anduvo vagando por las calles de Maguncia con un alicaído y fúnebre aire de ciprés triste, que sentaba muy bien al duelo que sentía por la muerte de su amigo y otrora socio.
Cuenta la leyenda que una tarde en que se detuvo al pie de los 82 metros de la torre más alta de la Catedral Bizantina de Bonn vio el espectro de Fust, empalidecido por la cal que lo había purificado de la epidemia, quién a su vez cariñosamente lo miró y saludó con un melancólico movimiento de mano.
Gutenberg creyó en esa alucinación, pero su ex socio lo persuadió de que todo no era más que una ilusión de los sentidos. Y nadie pudo convencer a Gutenberg, ni siquiera el reverenciado arzobispo, de que no eran tales las palabras que le oyó pronunciar al Fust fantasmal: -“Querido Gutenberg, yo tu socio de ayer, te digo que no me debes nada aparte de los 1600 guildenes más los intereses de los intereses del interés...Y ya lo sabes, hemos creado la imprenta, confiemos en que la posteridad nos lo perdonará.”
Innegable es que este genial creador con su invento cambió la historia del mundo. Con él se inició la historia de infinitos libros publicados desde entonces. La historia de una divina o abominable creación según que de ella salgan los infames “Protocolos de los sabios de Sión” o “La Divina Comedia”, según se imprima “En busca del Tiempo perdido” de Proust o “Mi lucha”, cuyo autor prefiero no nombrar.
Cierto es también que antes de que se inventara la imprenta, el analfabetismo pasaba casi inadvertido: otro punto a favor de la creación de Gutenberg.
Datos de interés y la mula
Otros impresos de Gutenberg (incunables) fueron: “Monototipos e ilustraciones”, “Gramática latina”, “Calendario”, y “Catholicon”. Este último diccionario escrito por el genovés Juan De Balbi, terminado en 1460. En la última página estampó Gutenberg , según parece, su famoso “colofón”, en el que explica su genial invento:“este libro no fue escrito con ayuda de cálamo, estilete o pluma, sino por la admirable armonía ,proporción y medida de letras de molde, en el año 1460”. (Éste hecho no ha sido comprobado fehacientemente).
Por último, ateniéndome a la información del escritor Conrado Nalé Roxlo, quisiera traer la anécdota que trata sobre el momento en el que Gutenberg concibió su invento.
Cuando huía de Maguncia, perseguido por sus opiniones políticas, delante de él iba una mula cargando el equipaje. Y observando las huellas de los pasos del animal en el camino húmedo, fue que se le ocurrió el sistema de los tipos movibles. Por lo tanto, si Gutenberg es el padre de la imprenta, aquella mula es la madre. Teniendo en cuenta tales orígenes, fácil es explicarnos muchos horrores que dio a luz la imprenta.
Gutenberg y la imprenta son uno. El invento y el inventor constituyen una unidad, como el Dios de Israel: “Adonai Eloeinu, Adonai Ejad”. A semejanza de como lo son un Leonardo y el genio, la música y Mozart, el Moisés y las Tablas de la Ley. En suma, la imprenta y Gutenberg están superpuestos como las tejas en los techos y las escamas en los peces.
Para concluir, estas últimas líneas estarán dedicadas a mostrar la que acaso sea la mayor originalidad y extrañeza que pueda fantasear la quimérica imaginación humana. Sabiendo que los tipos de impresión son de plomo, generoso metal pesado, fusible y blando y que las letras del alfabeto son 29 y sabiendo además todo aquello que se ha escrito y leído, empezando por la Biblia, nos es dada la autorización para decir la verdad en contundentes palabras, que caen como espesas gotas de lacre, sellando lo incontestable: la imprenta es un ejército de 29 soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo.
Por ahora Alberto – Chino “Ad mea keesrim”! ¡Hasta los cien, como a los veinte!


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