A fin de no discordar con el sino trágico que por centurias ha perseguido al judaísmo, Israel, desde el momento en que declaró su Independencia, no ha conocido un solo día de paz. Ya el mismísimo 14 de mayo de 1948, a horas de que Ben Gurión leyera su acta fundacional, el flamante Estado sufrió el embate de los ejércitos de cinco naciones árabes, con una de los cuales, paradójicamente, ni siquiera tenía fronteras comunes (Irak). Fue aquella la primera de cuatro guerras en las que lo obligaron a involucrarse, conflictos éstos que no se debieron en ningún caso a su voluntad o iniciativa, sino a la codicia territorial de por lo menos tres de sus primigenios atacantes (Egipto, Jordania y Siria). Aun así, el país atacado se impuso en cada una de dichas confrontaciones, obligando a los invasores dada su condición bélica desesperante a pedir urgentes “altos al fuego”, y en cuyo rescate, ineludiblemente, acudió siempre presurosa la ONU. No todo terminaba allí sin embargo, porque pese a su condición guerrera vulnerable y a veces hasta patética, los derrotados árabes aprovechaban el acatamiento israelí a los ceses de hostilidades pactados, atacándolo traicionera y constantemente por medio de guerrillas o comandos (fedayín). Acciones que costaron al Estado hebreo muchas bajas, aunque no menos, sino más, tuvieron los agresores en las lógicas represalias. Esta situación llevó a los árabes, puesto que el campo de batalla tradicional y los asaltos furtivos no les redituaban beneficios, a plantearse un cambio de estrategia; que consistió, después del último conflicto en el que el país atacado aplastó a sus agresores en sólo 6 días, en hacer aparecer súbitamente, como surgido de la nada, a un inédito enemigo. Un grupo de gente que se autotituló morador milenario de la zona, hecho curioso atento a que carecía absolutamente de historia, lenguaje, moneda, o documentación que lo avalasen. Porque fue recién en 1967, después de aquella relampagueante guerra que duró menos de una semana, cuando se presentó en sociedad a ese raro “pueblo palestino”, formado por hombres provenientes de los más disímiles sitios, mayormente de las zonas vecinas. Una presencia que lejos de apaciguar la beligerancia territorial del Levante encima la agravó, acarreando consigo una cantidad de exigencias a tal punto desmesuradas, como ser el reclamar para sí todas las tierras existentes desde el Río Jordán hasta el Mar Mediterráneo. O sea, el territorio íntegro donde se fundó y se erige el Estado de Israel. Se ingresó de tal modo en un intrincado laberinto, donde abundaron tantos actuantes como vericuetos éste tenía. Mientras tanto, las muertes de uno y otro lado se iban acumulando, muertes que se hubiesen evitado en gran proporción con la sola buena voluntad de los principales involucrados: esa nueva nación que, aun siendo “de facto” se había instalado en la región y obtenido, sólo sabe Dios debido a qué presiones o exigencias, reconocimiento internacional y el Estado israelí, que defendía su existencia del mejor modo que podía, no pocas veces con acciones excesivamente cruentas por ser forzadas. Lamentablemente no ocurrió así. Porque en el lado palestino las tratativas quedaron en manos de Yasser Arafat, un egipcio furiosamente anti judío y anti israelí, terrorista desde su juventud y sobrino además del Gran Muftí de Jerusalén (Haj Amín El Husseini, un déspota que no había dudado en trasladarse a Alemania y pedirle a Hitler en persona invadir Medio Oriente y matar a los judíos que lo poblaban), quien fue malogrando una a una todas las iniciativas presentadas para frenar los enfrentamientos y sin ofrecer otra cosa a cambio más que desolación y muerte. También en Israel hubo desinteligencias internas; porque luego de aquella corta guerra de 1967 el Estado Judío ocupó territorios del “por el momento” enemigo y, para presionar, permitió o hizo construir allí asentamientos “provisorios”, poblados por hombres y mujeres a los que no se les explicó debidamente o no entendieron ellos la estrategia de dichas construcciones, pensando que se quedarían en ese lugar para siempre. Entretanto, la guerra se incrementaba entre los dos sectores en pugna, estando uno (el palestino), impertérritamente encaprichado en destruir a su oponente y quedarse con todas sus pertenencias, mientras que el otro (el israelí), a raíz de los ataques sufridos por tal empecinamiento, armándose desproporcionadamente y más allá de sus posibilidades reales, a los efectos de defenderse de ellos. Aun así, estos enfrentamientos distaban y distan de enmarcarse en lo tradicional. Y tal circunstancia se debe al laberinto antes mencionado y armado artificialmente por obra o ingerencia de terceros. Un laberinto que está lejos de guardar la forma de los ya conocidos, como que tampoco guarda parecido con los enigmáticos que surgieran de la inventiva de Borges. Porque en este caso particular se trata de un embrollo donde en lugar de altos y entremezclados setos que confunden la salida, está formado por una plétora de balas, minas, bombas, misiles y cañones, que la ocultan completamente. Sin embargo y gracias a la muerte del terrorista Arafat (a lo que hemos llegado, que debemos celebrar una muerte), las partes enfrentadas advirtieron una luz que, aunque todavía extremadamente tenue, podía ser la de la salida mencionada y que las llevaría a acordar la paz. Una paz que debe consistir en el reconocimiento sin ambages de los palestinos a la existencia de Israel y a que este último, en contrapartida, admita la constitución legal de aquellos como país en regla. Pero hete aquí que la empresa no es fácil de ningún modo, en vista de los intereses sectarios que se encuentran en juego. Y esto es así dado que la actual Intifada o guerra (cosa que les sirve de pretexto), llevó a que hasta en los sitios más insólitos resurgieran como la mala hierba los sistemáticos ataques del antisemitismo tradicional, que vapulean internacionalmente a Israel por el mero hecho de ser éste el país de los judíos. No obstante y bien mirado, poco nuevo hay para agregar a la larga lista de agravios que sufrió el judaísmo a lo largo de muchos siglos y que los sigue sufriendo también en el presente. Porque estos judeófobos, aun siendo una minoría entre la población mundial, cuentan con un sinfín de aliados para dificultar el reconocimiento mutuo de israelíes y palestinos; entre las cuales destacan, además de esa ultraderecha furibundamente anti judía, una prensa parcial y comprada por los petrodólares árabe-musulmanes y una izquierda añorante de cierta Unión Soviética, ya casi sepultada en el olvido; así como también están las apariciones, cada vez más frecuentes, de grupos neo nazis, constantemente hostiles al pueblo hebreo. Aunque no son sólo estos aguijones anti judíos y anti israelíes los que pinchan el globo de la paz en tratativa. También están las divergencias internas en el seno de los dos bandos beligerantes, que no son menos nocivas para la consecución del ansiado objetivo. Del lado palestino (reconozcámoslo de una buena vez y para siempre por ese nombre), la incompetencia de sus dirigentes o su escasa voluntad por desarmar a las facciones terroristas, así como timorata es su proclividad a entablar discusiones serias para lograr el mutuo reconocimiento. Pero no son solamente ellos (los árabes palestinos) quienes aportan al enmarañe de está situación atípica. Si bien muchos se muestran sorprendidos y molestos por las declaraciones judeofóbicas de un pastor evangelista (Monroy), la sorpresa no debiera ser tal tratándose (chocolate por la noticia) de un heredero de ese gran exponente del odio al judaísmo como lo fue Martín Lutero. Como tampoco tendrían que pasmarse más allá de lo normal esos muchos, por las diatribas de los Saramago, Pérez Reverte, Llana y tantos otros, no se sabe si anti judíos por anti norteamericanos o al revés. Cierto es que todos ellos, en mayor o en menor medida, contribuyen al Fuego Cruzado conque he titulado esta nota; pero hay más aportantes al fuego antedicho, quienes por ser judíos deberían conducirse de modo contrario a como lo hacen y que sin embargo tampoco mezquinan munición contra la paz posible. Una antigua súplica popular pide al Creador: “Dios, cuídame de mis amigos, que de mis enemigos me cuido solo”. Y no es ésta o no debiera serlo, una jaculatoria desdeñable. De la profusión de iniciativas que para lograr la paz ha ofrecido Israel, quizá la cardinal así como también la más jugada sea la que ocurrirá en Agosto próximo a instancias del gobierno conducido por el halcón Sharón; un hombre con el que se puede disentir políticamente, pero de ningún modo sospecharle atisbo de cobardía o mala fe para con su propio país, por el que no pocas veces ha arriesgado la vida. Se trata de la desconexión de Gaza y el desmantelamiento de los asentamientos de colonos en forma unilateral, al solo efecto de demostrar la buena voluntad del Estado Hebreo por firmar una paz definitiva con sus oponentes. Esta acción por supuesto que implica riesgos, pero no mayores que la situación de continua contienda que se viene suscitando a través de los 57 años de existencia israelí. Y por tal motivo, la mayoría del pueblo la aprueba en cada encuesta pública que se hace. Salvo la minoría que está en contra, pero que a diferencia de los más se muestra dispuesta a sembrar la violencia, para que la determinación gubernamental antedicha no pueda llevarse a cabo. Violencia que ya han iniciado cortando rutas principales, arrojando clavos sobre las mismas para destrozar neumáticos y derramando aceite a fin de provocar peligrosos accidentes, aun de sus propios acólitos. Pero no se conforman con sólo esto. Un ejemplo palpable e indubitable es la declaración de cierto componente del pueblo judío que se llama a sí mismo “hermano” nuestro, leído en un foro de debate y que transcribiré a continuación en su versión literal, lo que nos servirá para apropincuarnos debidamente de qué es lo que están tramando. Sucede que cerca del asentamiento a desmantelar, existe un hotel abandonado. El mismo, hace pocos días, fue ocupado por colonos y algunos foráneos extremistas, a los efectos de oponerse al plan de desconexión. Motivo por el cual el ejército israelí debió utilizar la fuerza y expulsarlos del sitio. A este propósito y en demostración de que no cejarán en su actitud aun poniéndose contra la ley, escribió un tal Rafael Rabinovich, incondicional a cierta congregación jasídica radicada en los EEUU: “Acabo de hacer de tripas corazón para pagar un pasaje a Israel a un Bajur Ieshivá (estudiante de religión) que va a quedarse en ese "hotel", y a estudiar en la nueva Ieshivá (colegio rabínico) que Jabad esta haciendo en Nevé Dekalim. Otros que opinen lo que se les venga en gana. Yo creo que las acciones dicen más que las palabras. De paso; hace años que no me voy de vacaciones a ningún lado. Este año no será diferente: mis ahorros de años van a pagar tickets como éste. Medio Crown Heights está poniéndose en deudas para contribuir al avión que enviamos, charter, a Gush Katif, para poblar el "hotel" y la Ieshivá. Hay centenares de jóvenes voluntarios, muchos más de los que podemos enviar”. En jurisprudencia se dice que a confesión de parte, relevo de pruebas. Popularmente, que el pez por la boca muere. Centenares de jóvenes voluntarios (¿no mercenarios?) que arribarán a Israel desde la diáspora estadounidense, con el evidente propósito de hacer fracasar la conciliación entre dos pueblos condenados a vivir en vecindad y prolongar indefinidamente la guerra. No otra cosa puede extraerse del libelo trascripto, y que lamentablemente no es único. Ya que también tenemos cantidad de gurúes, seudo profetas, alarmistas profesionales y políticos interesados, así como extremistas laicos y religiosos, cuya ingerencia en esta delicada emergencia no hace otra cosa que enlodar el terreno, para frustrar ésta que podría ser una de las últimas oportunidades para detener el baño de sangre. De cualquier modo y poniéndolos a un lado, el gobierno y el pueblo israelí, hastiados de confrontar día a día por medio de las armas, han considerado que 57 años de guerra ya son suficientes. También los familiares y amigos de los miles de muertos y mutilados que la misma conllevó. Un hartazgo que, seguramente, compartirán los hombres y mujeres de buena voluntad del pueblo palestino. Razón por la que se está en conversaciones, que, en caso de prosperar, permitirán arribar a buen puerto e inaugurar una era de comprensión y buena vecindad. Para lograrlo empero, son necesarios los gestos de una y otra parte y la administración Sharón ha dado un primer paso en ese sentido. Y si bien tal paso implica riesgos, no obstante es preferible darlo de una buena vez, a mantener la ocupación actual con su dosis indeseable de muerte cotidiana. Previo aviso a los que quedarán a cargo del lugar, que se hace imprescindible. El Estado de Israel se ha mantenido siempre a la defensiva de constantes ataques; y cuando acometió contra sus enemigos, lo hizo invariablemente en resguardo de la vida y los bienes de su población. Pero falló en la publicidad de su accionar, transitando por explicaciones, si se quiere, cuanto menos erráticas. Esta vez sin embargo, y contrariamente a lo que siempre hizo, deberá hablar claro. Haciéndoles saber a los palestinos, a los árabes y al mundo todo, inclusive proclamándolo su embajador en el seno de la Naciones Unidas, que se retira unilateralmente de Gaza como guiño de paz. Que por eso mismo desmantelará los asentamientos que allí se encuentran, para que el terreno quede liberado y sus moradores puedan erigir su propio país soberano. Pero también advertirles, y que de esto no les quepan dudas, que al primer misil disparado desde Palestina a territorio israelí, el pueblo y el gobierno judío lo considerarán un acto de guerra flagrante e inadmisible y su ejército traspondrá las fronteras para, a sangre y fuego, eliminar definitivamente a los agresores. Esta vez sin guardar las formas y caiga quien caiga en la acción.
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