Ficha técnica: "Krinsky" de Jorge Goldemberg. Dirección: Juan Freund. Pieza teatral de un acto (80 minutos). Teatro: Auditorio Ben Ami. Auspicia: Departamento de Cultura de AMIA Krinsky: Eduardo Wigutow. Luba: Betty Dimov. Cosaco: Raúl Schemper. Harpo Marx: Daniel Eretzky. Madre: Ester Fleischman. Actor: Carlos Szlak. Esbirro 1: Lidia Goldberg. Esbirro 2: Shéindele Rotman. Muchacha: Silvia Franc. Coreografía: Laura Wigutow. Sonido y Luminotecnia: Nora y Marina Roncari. Escenografía y Vestuario: Vanesa Abramovich. Escenoarquitectura: Carlos Szlak. Director asistente: Myrtha Shalom. Asistente: Silvia Sigalovsky Puesta en Escena y Dirección General: Juan Freund. Con el público El escenario nos muestra tarimas de cinco peldaños. En el vértice derecho el arpa (que simulará tocar Harpo Marx); en el izquierdo la máquina de coser (herramienta de trabajo de Luba). Allí, en penumbras aguar-dan los personajes muertos –siete en total– que irán apareciendo en el transcurso de la obra: el tono tan especialmente afectivo de la relación con la madre de Krinsky y, en el final de la pieza, con la muchacha amada. Así surgen también al centro de la escena, el cosaco al servicio del poder soviético, Harpo Marx co-mo virtuoso del arpa y autor de un ingenioso ardid para que le tomen su muslo, un actor con el maguén david amarillo del gueto, que mu-rió en los lager, y los esbirros nazis interpretados por dos mujeres. Y en el vértice inicial del proscenio, tenemos a Krinsy en el extremo derecho, y a Luba en el izquierdo. Krinsky y Luba son los dos personajes aún vivos de la historia. Krinsky es un hombre ma-yor y que denota cansancio, sostiene una pesada y antigua maleta, que lo identifica como hombre de caminos andar y le da una expresión de agotado y maltrecho. An-tes de su ingreso a la tienda (mercería) de Luba, va a lo-grar la complicidad del pú-blico previendo las reacciones de ella. Historia personal y colectiva A medida que se desenvuelve el diálogo, picante al-gunas veces, otras de subido tono entre Krinsky y Luba va desgranándose la historia personal del primero, capaz de recitar un poe-ma de Maiakovski y evocar su pasado de combatiente so-cialista. Pero Krinsky que se lla-ma a sí mismo “el legendario”, es efectivamente una leyenda. Una leyenda en la que se entrecruzan episodios de la historia personal con la colectiva de los judíos de Rusia, de Polonia, de los shtetl (aldeas) de Europa del este. Así, cuando los muertos dejan sus palestras en pe-numbras para dirigirse a Krinsky y Luba en el centro del escenario, emergen asimismo los personajes que en el pasado rodearon al “legendario”. Y estos diálogos tendrán la fuerza necesaria para impactar y tener al público siempre expectante del desenlace. El arpa de Harpo Con la aparición de Harpo Marx y su arpa, el diálogo verbal es sustituido por el gestual, y las palabras por la música. Ahora es Luba quien nos muestra algunas de sus facetas personales. Con la música consigue Harpo Marx emocionarla al punto de conmoverla hasta las lágrimas. Harpo repite la constante escena de sus películas en las que se hace tomar el muslo, por lo que Luba terminará arrojando fuera al intruso. La madre Entonces aparece la ma-dre de Krinsky (muy buena composición ha hecho Ester Flechman en este rol), que lo reconoce como “un alma frágil”. Ella desconoce as-pectos de la realidad de su “niño”, y a su vez lo retorna a épocas pretéritas en las que se dormía tomado de la mano materna, enguantada por el riguroso frío de las tierras del lejano este europeo. Ante Luba, la madre de Krinsky será una cliente que demanda botones, que su hijo dice que ya no necesita. Cuando la madre se va, Krinsky admite su pesar ante Luba: “...Nunca le mandé el pasaje... se quedó en casa y los nazis la mataron...”. En cada tiempo, entre la aparición y desaparición de escena de los personajes muertos, Krinsky y Luba llegan a importantes conclusiones de la vida anímica a través del retomado diálogo - también, en ocasiones, monólogo de alguno de los dos-. La Gestapo Y la presencia de las hordas nazis se personaliza ferozmente con el ingreso de los dos esbirros. Son encarnados por dos jóvenes y autoritarias mujeres de ru-bias cabelleras. Visten largos impermeables, sombrero, pantalones y botas, re-memorando a los esbirros de la Gestapo. Ordenan y humillan por doquier. Una grita en alemán, la otra repite a modo de traducción la misma or-den en castellano – muy buena interpretación de Li-dia Goldberg y Shéindele Rotman en estos roles -. Krinsky conseguirá arrebatar la pistola a una de ellas, y se la da a Luba que los “vuelve a la muerte”. Adecuado recurso A todo esto, los monólogos dirigidos hacia el público, previos y posteriores a los encontronazos verbales de los principales personajes, o de la reaparición de los muertos, introducen a los espectadores en el mun-do de cada quien, con co-mentarios y sugerencias so-bre sus comportamientos pasados y futuros, sus fortalezas y flaquezas, su grandeza y su miseria. Y sobre todo, presenta una solución práctica: como la obra para ser auténtica, debe incluir razonamientos expresados en idish, Krins-ky puede ir aclarándole a la gente cuál es la interpretación de los aforismos y sentencias que Luba emplea en esta lengua. La muchacha Finalmente, de entre las sombras emerge el último de los personajes: la joven amada. Muchacha veinteañera vestida a la usanza de los años treinta. Con ella desfilan las vicisitudes del amor de pareja, y Krinsky quiere que ella le repita que lo quiere. Pero Luba da otra versión de esos hechos del ayer, y la muchacha concluye prestando atención a lo que dice la mujer. Tam-bién Luba recuerda haber sido una muchacha en flor, y lo efímero de la belleza y de la juventud nos golpea a todos con la fuerza expresiva de una muy lograda obra de teatro. Esperando la muerte Ahora quiere mostrarse cruel con la muchacha que le dice que no era verdad cuando le dijo que la amaba. Ella, creyéndolo un hombre sensible, espera de él un consejo. Pero Krinsky no quiere mostrarse blando: se dice mezquino, celoso y cruel. Y hasta capaz de asesinar. Ella no le cree, y él quiere usar el mismo arma con el que Luba mató a los esbirros. Pero cuando dispara sólo sale agua. Krinsky, un hombre ven-cido por el tiempo, desea volver a ser un águila y volver a ser el audaz jinete que monta el alazán en un galope que hacía temblar la fría estepa rusa. Pero la muchacha parte. Y es el turno del actor del gueto, que reaparece aconsejándole ahora una buena muerte. Así, surgen nuevamente cada uno de los personajes para aleccionar sobre cuál es la muerte que Krinsky debería elegir. También apa-recen las muertes de cada quién, muchos acorde a su vida como en el caso del cosaco ruso; otros en cambio, asesinados por los na-zis en los campos de exterminio, como el actor judío del gueto. Se espera la muerte pero también se activa para ella. Para ella, para la muerte de Krinsky piensan diferentes decorados el actor, el cosaco rojo y la madre, pero Krinsky elige morir de una herida en el pecho y en brazos de la muchacha amada. La atmósfera envolvente nos tiene a los espectadores sujetos a la butaca. Y, en ese abrazo con su historia y su realidad se encuentra justamente la fina ironía y el humor más logrado. Krins-ky el legendario, escribe un capítulo más de la historia. Y de la leyenda. Escuchar, escuchamos En el epílogo, Krinsky le pregunta a Luba si escucha. Ella dirá al público que Luba le dijo que no, pero sí escuchaba. Krinsky, ahora dispuesto a amar a la mujer, está presto para partir. Es en ese alazán el que Krinsky monta de un salto –según narra Lu-ba–, para alejarse a raudo galope esgrimiendo un grito triunfal. Los cascos de su yegua alazana resuenan en la estepa y todos los personajes se unen para gritar casi a coro: “¡Escuchen...!”. Y escuchar, escuchamos. Y también vimos. Vimos una excelente obra teatral, que enorgullece al Depto. de Cultura de la AMIA y a la judeidad toda. Krinsky es una tierna y atrapante historia de amor; es la lucha de quienes han perdido la fé y buscan de alguna manera en el final de sus vidas redimirse apelando a la memoria, la imaginación, revisando sus cicatrices y sin olvidar esa cuota de imaginación que todos deberíamos tener. Este espectáculo es una aventura -y un desafío como lo entiende Juan Freund (¡Excelente!), el talentoso y experimentado Director de la obra- en el que no se descuidó detalle. El buen gusto artístico se revela tanto en la brillante labor de todos los actores -impecables Eduardo Wi-gutow y Betty Dimov en los dos personajes principales- como en la excelente puesta en escena y el relieve estético que tanto realza la obra en diversas facetas: luces, sonido, escenografía, coreografía y muy adecuado vestuario. Jorge Goldemberg, el autor, un Maestro. Premio Goya 2002 y Premio Ko-nex 2004. Algunos de sus éxitos en cine: “Los gauchos judíos”, “Plata dul-ce”, “La fuga”. Y en teatro. “Poniendo la casa en or-den”, “Fifty – Fifty” entre otros. Fue muy grande el im-pacto de la obra, y la gente, emocionada, aplaudió al fi-nal con vítores y bises, es-tremeciendo a los actores y al director, que fue también llevado al escenario para que salude. El estreno de “Krinsky”, el pasado sábado 26 de junio marcó, a no dudar, un hito en la actividad teatral y cultural de la comunidad judía argentina.• © LA VOZ y la opinión
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