Así, anciano alerta, no te dejes entristecer; a pesar de tus cabellos blancos todavía podrás amar". Simón de Beauvoir, en 1970, cita a Goethe Desde hace varios años, los que nos dedicamos al tema "vejez", sabemos que la misma, no es una "enfermedad inhabilitante", sino, que la ubicamos como un "proceso" que se inicia con la vida; que es un tránsito obligado en nuestro propio devenir. Pensar en el paso del tiempo, en que alguna vez seremos "viejos" (o adultos mayores), o lo que son o serán nuestros padres (en el mejor de los casos), nos resulta doloroso y tendemos a negar esta idea. Aceptar la vejez, nos enfrenta con una herida profunda, en relación a nuestro narcisismo, por cuanto, existen funciones que se van restringiendo (sensoriales, mo-toras, memoria, lenguaje, etc.) Pero asumirlas, aceptarlas y adecuarse a este momento de la vida, dependerá, en gran medida, de la personalidad previa del anciano, y por supuesto, del acompañamiento familiar, social, cultural y político-económico. En este espacio, nos interesa señalar, que hoy, la vejez puede ser mirada, como una etapa más productiva y creativa, "más saludable", re-valorizando la experiencia adquirida, a pesar, de las pérdidas y duelos que inevitablemente, serán necesarios atravesar. Esos duelos tendrán que ver, con aceptar el dolor que implica los cambios que se producen en el cuerpo, en su identidad (por el incremento de la dependencia en relación a los otros), por la perdida de la pareja, los amigos, la jubilación, los hijos que se casaron y se fueron. Por el balance que se tiende a realizar, cuestionándose valores, frustraciones y logros alcanzados. Por ello, suelen "apegarse o despegarse, desarraigarse", a los recuerdos, a ciertos objetos materiales. Llaman la atención para ser tenidos en cuenta, para no ser olvidados o "depositados". Sin embargo, hoy, es posible observar, cómo "los viejos" activan intensamente, y encuentran espacios satisfactorios (coros, conciertos, conferencias, reuniones so-ciales, espacios laicos o religiosos, etc.); sintiendo que "se puede" envejecer con dignidad, y más comprometidos emocionalmente. Insistimos, valorizar la experiencia acumulada de vida, posibilita hasta pensar en "el tema de la muerte" con mayor calma y tranquilidad; posibilita redistribuir las propias reservas y recursos, que tal vez, este sujeto humano ignoraba de su existencia. A través de nuestra labor clínica, observamos, que las formas de envejecer, no es una sola, sino, que son tantas, como diferentes personalidades hay. Sin embargo, en ninguna otra etapa de la vida, como en ésta, está tan presente el tema de la muerte, como ruptura de vínculos y pérdidas. A modo de ejemplo, de cómo es posible envejecer satisfactoriamente, permaneciendo ligado al mundo exterior y a sus propios "de-seos", presentamos el testimonio de un creador, Sig-mund Freud (1856-1939), de origen austríaco, nacido en Friburgo, creador del psicoanálisis. Huyendo de la persecución nazi, falleció de cáncer en Londres. En 1923 se detectaron los primeros síntomas de la enfermedad; por entonces Freud consideró su muerte próxima, pero ello no le impidió trabajar intensamente en la redacción de libros, monografías y atender a sus pacientes, evitando así el naufragio depresivo. Conservó su lucidez hasta el último momento. Ernest Jones (contemporáneo y autor de una excelente biografía sobre Freud) expresó en su oración fúnebre aquella serenidad de Freud frente al desenlace final de la vida humana. "Si hay un hombre del que se puede decir que conquistó a la misma muerte y que sobrevivió a despecho del Rey de las Tinieblas, que a él no le inspiró ningún temor, ese hombre es Freud" – (1957). Jean Guillaumin (1987) destacó de qué manera la elaboración de la muerte sostuvo en Freud "la dinámica creativa de la vida", permitiéndole una conducta casi heroica ante el sufrimiento de la muerte. De este modo pudo convertirse en una figura apta para señalar a los demás el camino de la serenidad. Para Freud es esencialmente el trabajo del pensamiento el que permite mo-derar el temor y la rebeldía ante lo irremediable, y so-meterse a esto sin caer en la depresión y sin perder la lucidez. Considera que la vida humana vale la pena de ser vivida – "la vida no es tan bella, pero sin embargo, es todo lo que tenemos" decía, y que puede hacerse más satisfactoria siempre que el hombre reconozca y acepte sus límites. "Freud no cesó nunca de amar" nos dice Max Schur (su médico) "...anudó nuevos vínculos y reforzó los más antiguos...". Afirmó: "...con las personas viejas debe uno tenerse por contento cuando la balanza se equilibra poco más o menos entre la inevitable necesidad de un reposo final y el deseo de disfrutar todavía un poco más el amor y la amistad de los seres cercanos" –(S. Freud. Carta a Jones, en Jones - 1969). Pero Freud vuelca lo esencial de su energía en sus escritos, a los que se consagró con pasión. Expresó lo siguiente: "Esta autobiografía muestra de qué modo el psicoanálisis llegó a ocupar en mi vida todo el espacio, y presupone acertadamente que ninguna de mis experiencias personales tiene interés comparada con mis relaciones con esta ciencia". (S. Freud 1921). "Atacar la pasión de raíz es atacar la vida de raíz". Nietzsche, "El crepúsculo de los ídolos". Es indudable que la realización de esta obra, permitió a Freud triunfar durante varios años sobre la enfermedad y la muerte. Este trabajo creativo constituyó una en-voltura protectora; el interés que volcaba Freud en su obra podía tener un efecto inhibidor, sobre el dolor producto de su enfermedad, según su propio análisis. A partir de 1923 padeció severas dificultades vinculadas con su cáncer pero también con el ascenso del nazismo, que amenazó su vida, la de toda su familia, y la continuidad de su obra. En Berlín fueron quemados sus libros, oportunidad en la que hizo este comentario: "¡Cuánto progresamos! En la Edad Media me hubieran quemado a mí; ahora se conforman con quemar mis libros". No le tocó saber que diez años más tarde estarían dispuestos también a quemar su cuerpo. En la vejez de Freud do-minaron venturosas etapas de actividad creadora, entusiasmo y esperanza. Para caracterizar su vejez, citamos esta frase escrita al día siguiente de su octogésimo cumpleaños a una poeta americana: "A mi edad la vida no es fácil, pero la primavera es bella y el amor también". Podemos concluir esta nota de la siguiente manera: más que la adquisición de la serenidad, es posible en el anciano preservar cierta pasión, la cual puede ayudarlo a luchar contra la enfermedad, la angustia, el dolor y la muerte; alcanzando de este modo su envejecimiento satisfactorio. "Podéis ver que lejos de ser pasiva e inerte, la vejez está siempre atareada, bu-llente, ocupada en actividades ligadas al pasado y a las aficiones de cada cual, e incluso ciertos viejos, lejos de repetirse, continúan estudiando cosas nuevas. Solón, por ejemplo, se jacta en sus versos de aprender todos los días algo mientras envejece. Yo hice lo que él cuando descubrí la literatura griega a edad avanzada. Me volqué a ese estudio con avidez, como si intentara aplacar una sed acuciante". Cicerón -"Saber envejecer" Romano -Vivió desde el año 106 al 43 a. de J. C. Solón -Filósofo Griego, que vivió desde el 640 al 558 a. de J. C. • Lic. Rita Abigador Lic. Ofelia Elffman
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