Frecuentemente, hay una relación inversamente proporcional entre petróleo y democracia. Michael Ross, de UCLA. recuerda que las dictaduras productoras de petróleo escaparon indemnes de la oleada democratizadora que vivió el mundo entre 1978 y 1991. Y, además, descubre algo llamativo: cuanto más pobre es un país productor de petróleo, menos posibilidades tiene de ser democrático. Por ejemplo, en el mundo árabe no hay una sola democracia, con la posible excepción de Irak y de Palestina, y ambas son frágiles y ‘tuteladas’ desde el exterior. Eso en parte se puede deber al petróleo, que crea Estados rentistas en los que la Administración pública dispone de unos inmensos recursos que, además, no salen de los ciudadanos por medio de impuestos, sino como royalties a la exportación de crudo.
Por tanto, se trata de un aparato público independiente del votante, como explicaba Samuel Huntington (el del choque de civilizaciones) en su libro La Tercera Ola. Eso genera una serie de Estados que son “fuertemente centralizados”, “profundamente corruptos”, “represivos”, y en los que la sociedad civil “es débil y está cooptada” por el poder público, en palabras de Larry Diamond. Diamond concluye su estudio con una frase para la Historia: “Ni uno solo de los 23 países que obtienen la mayor parte de sus ingresos por exportaciones del gas o del petróleo son democracias”.
Con semejantes condicionantes, las posibilidades de que las actuales revueltas en Oriente Medio y el Norte de África se acaben trasladando a las petromonarquías del Golfo parecen remotas. El petróleo sigue siendo “el excremento del diablo”, como lo llamó Juan Pablo Pérez Alfonso… uno de los ‘padres fundadores’ de la OPEP. Por ahora, la economía parece indicar que las petrodictaduras de Oriente Medio van a seguir blindadas frente al movimiento democrático de Túnez , Egipto y algún otro país que se pliegue a las demandas-
*Corresponsal de EL MUNDO en Washington
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