LA VOZ y la opinión


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Mis Antepasados
Tuve la suerte de poder volver a recorrer el estado de Israel, considero un privilegio haberlo podido hacer y quiero transmitir mis vivencias durante ese mes intenso.
Me encontré con un país distinto al que viera diez años atrás, ya no es el “país de los judíos”, hoy en día es una nación con identidad propia y definida, con idioma propio y moderno y con mentalidad actualizada y homogénea pese a los diversos tipos culturales que integran su población.
Lo que no ha cambiado para mí, es la sensación de “hallarme en casa”, eso es inexplicable por mi idiosincrasia tan Argentina que nos hace diferentes en muchos aspectos al resto de la población mundial.
Hay rasgos de la moderna sociedad israelí que son propios de este capitalismo globalizado y nadie puede sustraerse totalmente al mismo en ningún sitio del planeta.
Se consume mucho toda variedad de productos, el público en general, circula con uno o dos celulares y hablan por ellos permanentemente, lo mismo ocurre con toda la parafernalia electrónica de última generación y precios muy accesibles a todos.
Es obvio que del país con base de estructuras socialistas que conociera, queda poco, pero aún subsisten las redes en lo que hace a medicina y educación, lo mismo ocurre con la red de protección social, ya que un individuo que no tiene trabajo o ingresos, accede a una ayuda estatal gratuita que garantiza un ingreso medio de 700/800 dólares al mes y desde ya, sus hijos y el mismo tienen educación y atención médica gratuita garantizada.
Mis días comenzaban muy temprano viajando en el servicio de micro ómnibus para diez personas, enseguida se iniciaban las tertulias entre todos, imaginen mi situación conversando con soviéticos, filipinos, tailandeses y rumanos , todos hablando perfecto hebreo, se criticaba al gobierno, a los políticos y demás igual que en otros sitios, lo raro para mí era sentir que a excepción de mi persona, los demás eran o son ciudadanos plenos del pequeño y joven estado.
Es increíble la dinámica social de Israel y maravilloso que hayan podido integrar en tan poco tiempo, a ciudadanos provenientes de países tan distintos y de culturas tan diversas.
Todos ellos, sin embargo, al llegar a sitios de recordación, por ejemplo el museo del holocausto, guardaban actitudes de ejemplar respeto y se mostraban sorprendidos al conocer hechos que en sus respectivos países de origen les fueron ocultados totalmente.
Me tocó hacer un poco de guía, nada menos que a mí, que era el único extranjero, pese a que hablo el idioma, aunque muy lejos de la fluidez que tienen para el mismo los ciudadanos de origen soviético o etíope por mencionar alguno.
A lo largo de los días, mi sensación de estar en casa, fue aumentando, hacía las compras en supermercados gigantescos en que la variedad de productos me sorprendió, ya que en capitales europeas no he visto tanta variedad, por supuesto que puesto a comprar en los bazares, no pude resistirme al enorme placer del regateo, con lo cual conseguía después de buen rato, pagar la mitad de lo que me pedían, o sea, el doble de lo que costaba en cualquier otro sitio, pero con el placer de haber conseguido una “ganga”.
La sociedad en su conjunto vive una vida normal, pero se observan circunstancias diferenciales como ser la exhaustiva revisación de todos al subir a un transporte público o al ingresar en cualquier restaurante, museo o negocio particular.
No pueden dejar de hacerlo, numerosos atentados con su consiguiente saldo de víctimas justifican esta actitud, estos hechos motivaron que Israel perdiera el beneficio del turismo, otrora tan importante y que hoy languidece por falta de viajeros que temen por su integridad.
En lo personal, me sentí más seguro caminando por las calles a cualquier hora del día o de la noche que lo que experimento en Buenos Aires cuando debo transitar por sitios que me resultan sospechosos o aún en lugares conocidos y transitados ,de todos modos, es muy subjetivo lo que digo y no puedo extrapolarlo.
La gran cantidad de soldados que pululan por todas partes, me daba absoluta seguridad, sin lugar a dudas verlos me tranquilizaba y alegraba el alma, porque se que son nuestro reaseguro y me llenaba de orgullo contemplarlos.
En ningún momento me parecieron amenazadores, por el contrario, su natural alegría propia de la edad, los transforma en extravertidos, conversadores y espontáneos, fue realmente un placer compartir con ellos viajes, charlas y hasta discusiones por nuestros diferentes puntos de vista.
Cuando realicé la excursión por debajo del muro de los lamentos, fui por la noche y acompañado por un soldado que se transformara en acompañante casual. Todo el recorrido que es apasionante fue de explicación constante al joven sobre la historia de esa pared inmensa, hoy sepultada , ya que el desconocía los orígenes históricos del templo como yo los se por haberlos estudiado.
Me contó que desconocía los hechos pues su niñez transcurrió en Rusia y allí no tenían posibilidad de estudiar ni aprender nada relacionado con la historia judaica, así como tampoco renovar aspectos de nuestra religión, de ahí su ignorancia y el inmenso placer que tuve al poder enseñarle.
Así como este joven, encontré otros de variado origen, dispuestos a aprender y saber más sobre el joven estado que les abriera sus puertas tan generosamente
Como el caso de la joven filipina que conociera andando en bicicleta por un parque de Tel Aviv, me puse a conversar con ella en un descanso (acá no me hubiera animado) y me relató de su viaje desde Filipinas contratada para cuidar ancianos en un asilo, (edad de oro, los llaman allí).Cuando reiniciamos la bicicletada nos dimos de frente con una serie de monolitos con nombres inscriptos, nos detuvimos a leerlos , cada ciudad conmemora y recuerda a sus hijos caídos por la patria.
De pronto la joven filipina se puso a llorar, inquirí el porqué y me explicó que dos nombres se correspondían con los hijos de un paciente a quien ella atendía y quería especialmente, chocarse de pronto con esos dos muchachos caídos que eran los hijos de alguien a quien ella conocía la shockeó y a mi me emocionó sobremanera.
Las experiencias fueron muchas, un día me sentí especialmente crítico hacia la sociedad israelí por lo que yo considero pérdida de valores sociales y de pronto se me acercó una niñita de origen yemenita de unos cinco o seis años, me tendió la mano sin conocerme y con su voz cristalina me pidió si la podía ayudar a cruzar la calle. Así lo hice y me quedé pensando: yo permitiría que mi nietita le diera la mano a un desconocido de ese modo?, seguramente que no, entonces comprendí que la sociedad israelí, pese a todo, sigue siendo una sociedad de hermanos en que ciertos códigos se respetarán siempre, son los que nuestros padres nos legaron a todos nosotros.
Etíopes, soviéticos, yemenitas o lo que fuera, todos abrevamos en el viejo manantial de Israel, eso nos hace hermanos y eso nos permite decir Am israel jai lanezaj (El pueblo de Israel por siempre vivirá), que así sea.
Shalom Lehitraot

Febrero de 2006 / Shevat 5766
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