Existe un monumento a la mentira que puede verse en casi todas las entradas de los establecimientos judíos de la Capital Federal. En general se trata de grandes “tachos” repletos de ce-mento que, en algunos po-cos casos, aparecen decorados con flores y plantas en su parte superior. Su aparente utilidad sería la de no permitir que haya un tercer atentado en el país. No por lo menos a través de “móviles suicidas” que puedan impactar frente a la entrada de estos lugares. Todo, obviamente, de acuerdo a lo que habría sucedido en el atentado a la AMIA. Lo cierto es que ninguna Trafic se estrelló contra el edificio de la mutual judía y esos “mamotretos” de cemento sólo sirven para identificar claramente los lugares pertenecientes a ámbitos de la colectividad hebrea. Muy útil para algún fundamentalista que se encuentre en Buenos Aires a la búsqueda de un objetivo judío contra el que atentar. La Trafic que no fue Más de doscientos testigos presenciales, pericias varias e investigaciones independientes han demostrado que las explosiones que hubo en sede de la AMIA no surgieron de ningún coche explosivo. Sí, en cambio, hay serios indicios de que una de las bombas estuviera en el volquete que se encontraba en la puerta y la otra dentro de la propia sede de la mutual. Quien escribe estas líneas -junto a otro colega, Fernan-do Paolella- ha ofrecido evidencia concreta para esclarecer este atentado a diferentes actores de esta trama, los cuales, como era de esperar, no se interesaron en absoluto por el ofrecimiento. Entre otros, hemos en-viado cartas al primer mandatario Néstor Kirchner, a los presidentes de AMIA y DAIA y a una veintena de periodistas. A nadie le interesó lo que tenemos para aportar, aún cuando de-muestra una nueva línea investigativa que podría esclarecer el caso. Poco después ofrecimos esta misma evidencia a la gente de Memoria Activa y a los integrantes de APEMIA, grupo escindido del primero que fue formado por Laura Guins-berg y otros familiares de las victimas del atentado. Tampoco obtuvimos respuesta alguna. Mientras tanto, tuvimos que tolerar que estas mismas personas sigan rasgando sus vestiduras públicamente a la hora de hablar de la asesina masacre de 1994. Una gran hipocresía. Alegatos: una bolsa de gatos Siempre sospechamos, al igual que los pocos investigadores “objetivos” del tema, que la historia finalmente iba a cerrarse sobre Telleldín y los policías, fagocitándose en el camino al corrupto juez de la causa, Juan José Ga-leano. Casualmente, han co-menzado en estos días los alegatos por el atentado y, por arte de magia, no sólo han desaparecido las diferencias preexistentes entre los diferentes grupos querellantes, sino que se van cumpliendo nuestros predecibles vaticinios. En ese sentido, José Petrosino, una de las personas que más conoce el ex-pediente de la causa AMIA, traza sus propias sospechas a la hora de hablar de los alegatos:“Increíbles alegatos. Mamarracho total. Claro intento de tomar por idiota a todo un pueblo (que ya ha sido demasiado tomado por idiota). Es falso que no se hayan colectados ‘pruebas directas’ a lo largo del extenso proceso investigativo. Las hay, e innumerables, que indican claramente que de ninguna manera los procesados pueden haber cometido los delitos que la acusación les imputa. Además de que la aplicación del más elemental sentido común y sana crítica, confirman, más to-davía, la evidencia irrefutable de esa extraneidad. Asimismo, resulta que los acusadores alegan que Telleldín sabía el uso que le iba a dar el desconocido -hasta ahora- que le compró su Trafic ‘mellizada’ el domingo 10/7/94. Para empezar, mal po-dría saberlo él si ellos mismos (los acusadores) no lo saben todavía, ya que alegan que ‘habría sido para construir el coche-bomba’ que explotó en la AMIA 8 días después. Una increíble mentira, sostenida has-ta ahora sólo por algunas pocas pruebas falsas fabricadas, y una vez más, por la benevolencia del periodismo adicto. Ya que lo que realmente hicieron los perpetradores fue ‘plantar’ un pequeño trozo de block del motor de la Trafic ‘mellizada’ de Telleldín (con el número identificatorio in-tacto) entre los escombros y ‘acondicionar’ los explosivos en el interior del edificio. Como era de práctica en los ‘mellizajes’, Tellel-din había comprado una Trafic siniestrada a su nombre, y había hecho poner su motor en otra si-milar que había hecho ro-bar a uno de sus secuaces. La camioneta resultante, motor y papeles de la si-niestrada y carrocería de la robada, la puso en venta mediante un aviso en ‘Clarín’ el sábado 9/7/94. Si éste hubiera sabido el uso non sancto que se le iba a dar no le hubiera hecho poner el motor comprado a su nombre. Hubiera ‘entregado’ la Trafic robada tal cual, y jamás podrían haber llegado hasta él. O hubiera hecho alterar los números de motor y chasis. Pero admitamos que este extremo absolutamente improbable se dio y Tellel-din entregó a los terroristas su Trafic con el motor a su nombre y sin alterar el número. A estos, con lo expertos que han demostrado ser, y lo extraordinariamente grave del hecho en el que se iban a involucrar, jamás se les hubiera escapado este elemental detalle que hubiera conducido a Telleldin y fácilmente, a través de él, a ellos. Es de esperar que mis compatriotas reaccionen a tiempo y que esta falsificación tremebunda que se pretende instalar en la sociedad argentina sea desbaratada en las próximas semanas. Sino, pobre de nosotros”. Somos mucho más que dos No son pocos los indicios que llevan a delinear una buena investigación del atentado. Sin embargo, en este caso, todos se han puesto de acuerdo no sólo en esconder la verdad, sino en tratar de instalar una mentira tan flagrante que no puede sostenerse de manera alguna. Juan José Salinas, pe-riodista y autor del libro “AMIA, quiénes son los autores y por qué no están presos” no escatima en criticas: “Para Memoria Activa no hay duda de que Tellel-dín armó la Trafic usada en el ataque y que la acondicionó para que pudiera soportar una carga mayor, reforzándole los elásticos, por lo que no podía ignorar para qué iba a ser usada. Todo esto es ‘sanata’. A pesar de que en el proceso oral quedó demostrada la absoluta falsedad del acta del supuesto hallazgo de un trozo de block de motor entre los escombros de la AMIA una semana después del ataque y cuando ya se había hecho de noche, Pablo Jacoby –abogado de Memoria Activa- dio por acreditado que ese motor (que horas antes estaba en el Departamento Central de Policía, según declaró un alto jefe de bomberos) apareció ahí porque así lo dijo un alto oficial del equipo de rescate israelí (!) ¿Si el atentado se hu-biera cometido en una iglesia católica, se le hubiera pedido una certificación o acta de fe a un obispo? ¿al Papa de Roma? ¿Lo que dice Israel es palabra san-ta? Jacoby completa el absurdo de dar por supuesto de antemano la existencia de una camioneta-bomba al suponer seguidamente que el helicóptero que iluminó el edificio de la AMIA la noche anterior del ataque era de la SIDE y buscaba la Trafic y no, por ejemplo, que bien podría estar iluminando a quienes colocaban en el interior del mismo un artefacto explosivo. Es absurdo: ¿dónde podría buscar el helicóptero la Trafic? ¿Adentro del edificio? ¿En la puerta? ¿No hubiera sido más rápido comunicarse con los po-licías de custodia? Insisto: ¿Cómo puede ser que el helicóptero no haya sido identificado por la PFA? ¿No es esto un signo evidente de complicidad, al igual que el levantamiento de los custodios?” Estas dudas, realmente muy pertinentes, no han sido respondidas aún por los responsables de los alegatos. Y eso sí que es raro. Finalmente No hay dudas de que existe una bajada de línea por parte de la CIA norteamericana y del Mossad israelí para que la verdad no florezca. La justicia argentina, pues, ha sido obediente y siguió los “consejos” ofrecidos. Así hemos llegado al desastroso estado de cosas en el que estamos hoy. Pero la complicidad también alcanza, aparte de los medios de comunicación más importantes, a las propias dirigencias de la AMIA, DAIA, Memoria Activa, Familiares de las victimas y APEMIA. Sin olvidarnos, obviamente, de los principales actores políticos de nuestro país. Es ahí cuando, junto a los pocos colegas con los que compartimos la vocación de la verdad, nos preguntamos si no seremos los únicos interesados en hacer justicia en el esclarecimiento del este tremendo atentado. Y, aunque no lo crean, ya casi estamos convencidos de ello...•
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