Liberados prontamente por Galeano a pesar de haberse hundido en un mar de contradicciones (en las que también incurrió su empleado, el chofer del camión que había dejado el volquete, el misionero Juan Alberto López) el libanés Nassib Haddad (católico maronita, tío lejano de Daniel Hadad) y su primogénito Jorge fueron nuevamente detenidos a pedido de siete (7) fiscales tan pronto quedó claro que en los meses previos a la voladura de la AMIA habían comprado casi 10 toneladas de explosivos industriales, en su mayoría basados en amonal, la mezcla de nitrato de amonio y aluminio utilizada para demoler la mutual judía. Sin embargo, fueron nuevamente liberados por Galeano escasas horas después, tras frenéticas gestiones sucesivas del coronel (R) Carlos Federico Franke, jefe del Departamento Producción de Fabricaciones Militares (FM); el jefe de la Policía Federal, comisario Juan Adrián Pelacchi, y el entonces ministro del Interior, Carlos Ruckauf. Contrariando lo ya admitido por los propios detenidos (que sus permisos, emitidos por FM hacía muchos años que habían caducado) Franke dio fe de que todas las compras de explosivos hechas por los Haddad habían sido perfectamente legales… y al detallarlas olvidó consignar los primeros 300 kilos de amonal que los Haddad habían comprado en octubre de 1993, después de años sin haber adquirido un gramo y sin tener el menor pretexto para adquirirlos. Tal como reveló este periodista en una larga nota publicada en el último número que salió a la calle de la emblemática revista Humor Registrado (cuyo cierre en agosto de 1999 fue un rudo golpe para quienes no aceptaban la historia oficial sobre el atentado, que monopolizó y aun monopoliza las noticias publicadas por los diarios) Pelacchi fue con ese papel a ver a Ruckauf a la Casa Rosada. Seguidamente, Ruckauf citó a Galeano, y de inmediato tras reunirse con el ministro, el juez puso a los Haddad nuevamente en libertad. Mientras, los fiscales (que a partir de entonces, al no protestar, comenzaron a entrar por el aro) y la opinión pública eran distraídos con la aparición en Caracas de un supuesto desertor de los servicios secretos iraníes: Manoucher Moatamer, quien pronto se revelaría como un camelero tan imaginativo como el gran Fidel Pintos.•
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