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Caso AMIA: Acto Fallido
Crónica de una noche anunciada

Por Marcos Doño
Censura y silencio en la sede del movimiento político Avodá, la noche en que los abogados de la AMIA en la causa por el atentado a la mutual judía informaron al público sobre la marcha del juicio oral.

En la noche del miércoles 27 de noviembre de 2002, se presentó en la sede del movimiento político liberal Avodá el equipo que conforma la querella de la AMIA en el juicio por el atentado contra la mutual judía. El objetivo de la reunión fue explicar a un público más que reducido, la marcha del juicio oral y el decurso de las "investigaciones" llevadas a cabo en la instrucción del cuestionado juez Juan José Galeano.
En la mesa de oradores estuvieron el titular contratado por la AMIA, el doctor Juan José Ávila, un abogado de nombre Miguel Bronfman, quien colabora en el equipo, y otro abogado recientemente integrado, el Dr. Sergio Borisónick, quien esa noche actuó, además, como moderador. Es interesante destacar la presencia en esa mesa del anterior abogado de la querella, el doctor Luis Dobniewski, quien se había apartado de la misma en el 2000, cuando fue involucrado en una investigación sobre la viuda del conocido traficante de drogas Pablo Escobar Gaviria, quien fuera jefe del cartel de Medellín. Lo cierto es que nadie sabía a ciencia cierta a qué se debía su presencia: si al hecho de que está cumpliendo alguna función orgánica para la AMIA, aún no difundida por las autoridades de la entidad. O porque es un asesor ad "honorem", que de ahora en más ayudará a solidificar con su trayectoria dilatada la posición que sostiene la querella, sobre todo respecto de la instrucción de Galeano.
Más que al cansancio natural debido a la hora, el ritmo discursivo de los panelistas, ceñidos a lo estrictamente procesal, in-dujo a que algunos miembros del público, apabullados por tan esclarecedora exposición, optasen por un corto sueño reparador. Una situación que, por otra parte (o por la misma), trajo a la memoria de los que quieren tener memoria, aquella siestita del anterior presidente de la AMIA, el doctor Hugo Ostrower, durante su primera y única visita al juicio oral en los tribunales de Comodoro Py, el día de inicio de las audiencias.
Sea por lo soporífero y abroquelado de los discursos de Ávila y sus acólitos, como por aquella negadora siestita presidencial, lo concreto es que estos dormires, si nos remitimos a las enseñanzas del zeide Freud, parecieran no ser otra cosa que un emergente metafórico de los inescrutables inconscientes.
Pero no todo fue sueños a ojos cerrados. También hubo momentos en los que la pesadilla de la censura más retrógrada se nos manifestó en la vigilia. Es que los que bien despiertos estábamos aquella noche, pudimos comprobar cómo el doctor Claudio Lifshitz -ex prosecretario del juez Galeano- era censurado, a raíz de una intervención suya, por los demócratas de la mesa esclarecedora.
La censura se manifestó primero cuando al sentirse amenazado intelectualmente por una pregunta medular, el doctor Dobniewski respondió, enrojecidamente preocupado: "No voy a contestar a sus requerimientos, doctor Lifshitz, porque no hemos venido a esta reunión a ser jueces de aquellos que actuaron irregularmente en la causa".
Después de este ejemplo de transparencia, el doctor Lifshitz volvió a la carga, insistiendo en que muchos de los argumentos de los oradores adolecían de errores graves. Y que el aclararlos serviría para el buen entendimiento del público sobre la actuación encubridora de los miembros de la SIDE y la Policía Federal. (Lifschitz se refería a la falta de investigación del juez Galeano en el caso de los cientos de casetes desaparecidos en la SIDE, como también al tema de la "zona liberada"; práctica usada sobre todo durante los años de la dictadura militar, que refiere a la orden que se imparte desde la superioridad de una fuerza de seguridad estatal, con el objeto de dejar libre el camino para cometer un ilícito). Acto seguido, en lo que podría calificarse como una eximia clase práctica sobre autoritarismo, se le retiró el micrófono sin miramientos, una escena que nos retrotrajo a los momentos más oscuros del proceso.
De inmediato, quien escribe esta nota se sintió impelido a defender uno de los derechos básicos de todo ciudadano que vive en democracia: preguntar y debatir sobre la verdad. Pero antes de que mi lengua se desbocara como rebenque verbal, se levantó de entre el público la escritora Susy Efron y acusó de trucho al juicio oral, como todo lo que de ese juicio podía esperarse. El silencio, que olía a dignidad, reinó durante los pocos segundos en que la mujer acongojada profirió con rabia su indignación. Después, la náusea. Ese malestar en la cultura, en mi cultura, que volvía a instalarse en cada estómago de mi cuerpo cuando la indignada mujer recibió como única respuesta miradas como de buey, imperturbables, con sus ojos hacia una nada, que parecían rumiar vaya a saber uno qué, como pensando en algo muy, muy íntimo, en lo más oscuro de sus intimidades inconfesables. (Aclaración: no es que el que yo sea un monstruo de muchos estómagos, sino que frente a esta tragedia he tenido que desarrollar muchos aparatos digestivos para poder procesar tanta nimiedad).
Con los últimos restos de fuerza que me entregaba uno de mis tantos estómagos, es que me animé a escuchar algunos minutos más de aquella cháchara académica. Hecho que finalmente agradecí, porque me permitió ser testigo de una respuesta insólita del impertérrito doctor Ávila, ante el requerimiento de uno de los presentes, quien en un castellano muy claro, preguntó con inocencia: ¿Podría explicarme, doctor Ávila, si se pudo saber a través del análisis genético la identidad del conductor suicida de la Traffic?
Ávila, que comenzó su respuesta disculpándose por su falta de conocimientos sobre el tema biológico, aseguró poder transmitir a los presentes, en un esfuerzo gestual que pretendía mostrar ostensiblemente cuánto respeto le merecía ese público, la respuesta aprendida de la experta en genética. Y esa respuesta fue que con los restos del material genético encontrado después del atentado, había sido imposible determinar la filiación del terrorista. Y allí terminó la cuestión.
Para ese entonces, ya me había levantado de mi asiento en busca de la salida, con la misma desesperación fisiológica de quien en verano espera se abran las puertas del tren subterráneo para escapar de la más sofocante profundidad. Sin embargo, justo antes de retirarme del recinto, me asaltó una duda metódica, alimentada por el sentido común: ¿No era que se tenía el nombre y la procedencia geográfica del conductor de la camioneta, según había informado con bombos y platillos a la prensa nacional el equipo de abogados de AMIA-DAIA? Y si así era: ¿Por qué entonces Ávila, con esa lucidez que lo caracteriza, no aclaró en ese momento al público lo secundario de esa investigación genética, en vista de que ya contaban con los datos de filiación del suicida?
Claro que la respuesta a esta incoherencia no la debía buscar en la lógica de la razón, sino en los suburbios más alejados de la conciencia. Unas vez más acudió en mi ayuda el tata Freud, quien, susurrándome, me recordó: "¡Los actos fallidos! ¡Piensa en los actos fallidos!".
¡Sí, los actos fallidos!, me convencí en vos muy baja, cuando al cruzar la puerta de calle una bocanada de aire fresco acarició mi cara. No hay dudas de que todo esto ha sido un gran acto fallido..
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Febrero de 2003
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