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“Homenaje a Enrique Santos Discépolo”
Por Moshé Korin
Últimamente, no se exactamente por qué, mientras que en la política nacional o comunitaria se producen excesivas desavenencias y enfrentamientos, muchas veces a nivel personal, me viene a la mente el tango de Discepolín, “Cambalache”. Y es por eso que me puse a indagar sobre la vida y la obra del autor de dicha creación.
Dice nuestro Talmud:
“Al nacer un hombre, Dios decide si será fuerte o débil, rico o pobre, inteligente o ignorante, pero no decide si será bueno o malo.” (Nidá 16)
Decía de sí mismo el ya mítico artista argentino Discépolo:
“Digo que soy bueno y en realidad creo que lo soy, pero los buenos casi siempre despertamos un poco de lástima. En verdad, la bondad no es una profesión que halague. Al contrario, duele. Más de una vez hubiera querido ser malo. De estafado perpetuo pasé a estafador, de hombre mordido a hombre que muerde…y nunca pude hacerlo. Para todo se necesita una educación, una sangre especial.”
Como fue casi un sello personal de Discépolo, sus palabras son de una honda honestidad que cala dolorosamente por su veracidad. Lo notable de este hombre es que tanto su vida como sus obras están en consonancia respecto de sus valores. Resulta impactante y asombroso recorrer tanto las memorables letras de sus tangos que son inmortales, como los hechos de su vida que muestran cómo este hombre que había nacido en la pobreza, no se olvida de la empatía con los desfavorecidos, aún si como él bien decía, tal bondad le resultó dolorosa.
Es por esta fascinación que despierta esta personalidad que quisiera hoy dedicarle unas líneas como sucinto homenaje.
Enrique Santos Discépolo Deluchi, conocido también cariñosamente por su público como Discepolín, fue compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino.
Infancia y adolescencia
Nació en el barrio de Balvanera el 27 de marzo de 1901. Fue el quinto hijo de Luisa y Santo Discépolo que era un músico napolitano, que emigró a la Argentina a los veintiún años. En Buenos Aires además de ser profesor de música fue director de la Banda de Bomberos.
La infancia de Enrique fue marcada por la tragedia. Su padre sumido en el alcohol murió cuando él tenía tan sólo 5 años, tres años después muere su madre. Al morir sus padres los cinco hermanos fueron repartidos al cuidado de otros parientes. Enrique fue a vivir con unos tíos, pero nunca se sintió parte de esa familia.
Tiempo después diría de aquella época: “Aprendí a dormir sin moverme en la cama, rígido, mirando hacia arriba, para evitar cualquier ruido que pudiera molestar a esa gente. Vivía aislado y taciturno, mi timidez se volvió miedo y mi tristeza, desventura.”
Tras fallecer sus padres, su hermano Armando, varios años mayor, se convirtió en su compañero y maestro, lo llevó por el camino de la cultura y le descubrió la vocación por el teatro.
Cuando Armando se casó lo llevó a vivir con él, a partir de allí, todo un mundo se abrió para Enrique que ya era un adolescente. Su hermano lo inscribió para que estudiara Magisterio en la escuela Mariano Acosta, pero el inquieto Enrique se iba a visitar al librero de enfrente, que a cambio de que le cebara unos mates, lo dejaba leer cualquier libro de su interés.
Armando lo llevaba a las charlas de café que compartía con los intelectuales de aquel entonces. Fue así que Enrique fue moldeando su vocación artística y de rebelde frente a las injusticias sociales.
Armando era ya un gran autor teatral cuando hizo debutar a Enrique a sus quince años. Al poco tiempo Enrique comenzó a colaborar como autor junto a Armando en las que hoy son obras clásicas como “Stéfano”, “El organito”, “Mateo” y “Babilonia”. Constituyéndose así, en precursor del género del grotesco.
También escribió “El señor cura”, “El hombre solo” y “Día feriado”. Lo prosiguió haciendo para el género teatral y al mismo tiempo, en 1925, compuso la música del tango “Bizcochito” y la letra y la música de “Que vachaché”, lo estrenó Tita Merello.
En 1927 compuso el tango “Esta noche me emborracho”, popularizado por Azucena Maizani. Más tarde, entre 1928 y 1929, escribió “Chorra”, “Malevaje”, “Soy un arlequín” y “Yira-yira”, la cantó Sofía Bozán entre otros. Mientras tanto, continuaba actuando con éxito en los teatros de Montevideo y Buenos Aires.
El gran estreno de Malevaje
Discepolín solía decir. “Un tango es un pequeño pedazo de vida, un traje que anda buscando un cuerpo que le quede bien.”
Pero en el caso del estreno de “Malevaje” por la gran Azucena Maizani, además de un cuerpo y una voz que le quedara bien, fue también una escena digna de una película, la que encontró.
Discepolín y Azucena habían ido a saludar a La Boca a Juan de Dios Filiberto, el gran autor de “Caminito”, el día de la primavera, pero se encontraron con que un grupo de estudiantes lo habían sacado de la casa y lo llevaron a los picnics de todo Buenos Aires. Cuando éste volvió a su casa seguido por decenas de autos, se encontró con ellos y los tres salieron al balcón, donde Azucena estrenó “Malevaje” a cappela, alumbrada por los reflectores de los autos.
Los años de gran apogeo
Entre 1931 y 1934 escribió varias obras musicales, entre ellas, “Wunderbar" y “Tres esperanzas”. En 1935 viajó a Europa y a su regreso se vinculó al mundo del cine como actor, guionista y director. Simultáneamente escribió y compuso sus tangos más notables “Cambalache” (1935), “Desencanto” (1937), “Alma de bandoneón” (1935), “Uno” (con música de Mariano Mores, 1943) y “Canción desesperada” (1944).
En 1947, después de una gira por México y Cuba, compuso “Cafetín de Buenos Aires” (1948).
Durante los siguientes años continuó produciendo películas, obras teatrales y tangos, algunos de los cuales fueron estrenados después de su muerte. Actuó en el Teatro Colón, dirigió a Fanny Navarro en “La fierecilla domada” en del Teatro Cervantes. Fue director general del Cervantes ad honorem. También dirigió a Niní Marshall en “Candida”.
Finalmente, el 13 de abril 1951, estrena y protagoniza su última película como actor, dirigida por Manuel Romero, llamada "El hincha". En la que describe la esencia de un hincha de fútbol.
Cambalache: el segundo himno nacional
Que muchos lo han cantado, tarareado y alabado a este genial tango es bien sabido, pero que Discepolín además de gran escritor, obraba en consecuencia con la filosofía subyacente en aquellas letras, no es tan conocido.
“Que el mundo fue y será
una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también.
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
barones y dublés.
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue”.
(…)
“El que no llora no mama
y el que no afana es un gil.
¡Dale, nomás...!
¡Dale, que va...!
¡Que allá en el Horno
nos vamo’a encontrar...!”
Hay una anécdota que lo pinta en todo su ser. Un día regresó al chalet de La Lucila con un desconocido. Tania preguntó: “quién es el señor”. Discépolo le respondió: “Me quiso hacer la punga en el tren, pero le tomé la mano suavecito y le pregunté por qué me robaba. Lo invité a tomar algo para convencerlo de que es muy duro y peligroso el oficio de ladrón.” Desde aquel día comenzaron a recibir periódicamente encomiendas con huevos, gallinas, manteca, frutas, siempre con una tarjeta que decía: “Con agradecimiento, “El punga”
“Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseados.
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador...
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!”
En las malas épocas que debió sufrir, un día se puso su mejor traje y le pidió a Tania si podía salir pues él tenía una reunión con un grupo de productores. Pero convocó a su casa al almacenero, al verdulero, al carnicero y otros proveedores. Y les dijo: “Señores, los he citado para decirles que no me queda una sola moneda, todo lo que tengo, lo debo, a mí también se me han secado todas las pilas. Ustedes dirán si quieren seguir dándome crédito hasta que cambie la suerte o si me cortan ya mismo los víveres.” El almacenero propuso a los demás deliberar en una habitación contigua, y al salir con lágrimas en los ojos le dijo: “Señor estamos todos de acuerdo en fiarle hasta que usted pueda pagar.”
La vida le mostraba que en esta ocasión no daba “lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador” tal como dice su “Cambalache”.
“Lo mismo un burro
que un gran profesor.
(…)¡Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón!
Cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón...
(…)y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia
junto a un calefón.
Siglo veinte, cambalache
problemático y febril...
No pienses más; sentate a un lao,
que ha nadie importa si naciste honrao...
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley...”
Lo han tildado generalmente de escéptico, pero creo que ha sido un retratista de su época. Un artista de aquellos que logran transmitir las crudas verdades de su tiempo y lamentablemente también del nuestro.
El amor con Tania: compañerismo y dolor
Tania, cómo él la bautizó porque era Anita “al vesrre”, fue la mujer con quien Enrique decidió compartir su vida. La cantante española estaba de gira en Buenos Aires y el lujoso cabaret “Folies Bergere” la contrató, fue allí donde una vez entró Discépolo y conoció a Ana Luciano Davis. Al día siguiente le envió flores y bombones y la invitó a ver la obra de teatro “Mustafá” en la que actuaba. Desde aquel día nunca se separaron, aunque nunca se casaron. Cuentan que se complementaban perfectamente, ella era de carácter fuerte y pasional y él tímido y débil.
Fueron los años de gran éxito nacional e internacional de los tangos de Discépolo. Alquilaron un chalet con parque en La Lucila, tenían varias mucamas.
En torno a ambos surgieron todo tipo de rumores, pero un terrible dato, que al menos yo personalmente desconocía, era que Enrique tuvo un hijo con otra mujer.
Ocurrió en México que Enrique tuvo un romance con la actriz Raquel Diaz de León, ella quedó embarazada y lo bautizó con el mismo nombre que el padre.
Cuando Tania se enteró, tiró por la ventana un reloj que él adoraba y después amenazó con tirarse. Luis Sandrini y Tita Merello que vivían en el mismo edificio fueron los que intervinieron para que la pareja entrara en razones y que regresaran juntos a la Argentina. Sandrini y Merello fueron después los padrinos del nene. Discépolo por temor a Tania nunca reconoció a su hijo.
Las penurias
Nunca ocultó su larga amistad con Perón y Evita, pero esto le valió luego las peores penurias.
El personaje del “mordisquito” en la radio, que encarnaba a un gorila que con su pensamiento opositor favorecía al gobierno peronista, le hizo ganar el odio de muchos. Los colegas le quitaban el saludo, la gente le rompía sus discos en la cara, escupían a su paso. Una vez salió a actuar y la sala estaba vacía: alguien le había comprado todas las entradas sólo para humillarlo.
Bajó de peso, llegó a 37 kilos, fumaba un cigarrillo tras otro, se encerró en su departamento de Callao 765.
El día antes de aquel 23 de diciembre lo pasó tirado en un sillón, Tania llamó a tres médicos que le subieron la dosis de inyecciones para la anemia. Por la noche, sólo llegó a decir “tengo frío, mucho frío”.
Falleció el 23 de diciembre de 1951 de un síncope al corazón. La gente de todos los barrios inundó el centro porteño, Troilo quedó empapado en llanto, Perón cambió el nombre del Teatro Presidente Alvear por el de Enrique Santos Discépolo, Evita ya enferma le envió una corona que decía “hasta pronto”.
Tenía 50 años cuando su cuerpo nos dejó, pero su alma era sin dudas milenaria.


Enero 2013 / Shebat - Adar 5773
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