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Apuntes sobre literatura israelí VI:
Literatura hebrea, no judía

Por Moshé Korin
¿Qué es literatura judía?

Hay escritores judíos en casi todo el mundo y en casi todos los idiomas. Algunos de ellos escriben sobre temáticas variadas no judías, como la sudafricana Nadine Gordimer o el estadounidense Paul Auster, y por ello para muchos no son escritores judíos sino judíos que son escritores. Otros, como por ejemplo Alberto Gerchunoff o Saul Bellow, son judíos también en los temas de sus obras y son considerados cabalmente como “escritores judíos”. Por supuesto, están aquellos otros que serán fuente de interminables dudas y discusiones, cabalmente judíos en sus obras para algunos, totalmente universales en ellas para otros. Ejemplo clásico: Franz Kafka.

Hay otra categoría, que estuvo siempre fuera de toda discusión y cuyos escritores eran considerados judíos completos por donde se los mire, en su vida y en su obra: son aquellos que escribieron en una lengua judía a lo largo de los siglos: hebreo, arameo, árabe judío (en dicho dialecto escribió Maimónides su Guía de los Descarriados), ladino, ídish. Por más universal que sea un cuento de Sholem Aleijem, siempre será un cuento judío: está escrito en ídish, sus protagonistas serán siempre judíos y su ambiente será siempre el de un entorno judío. De manera que en las definiciones podríamos decir que no todos los escritores de origen judío escriben literatura judía, pero todos los que lo hacen en una lengua judía son indefectiblemente escritores judíos que hacen literatura judía.

Ese axioma está resquebrajándose en nuestro tiempo con el surgimiento de un fenómeno impensado: una literatura no judía escrita en un idioma judío, precisamente el hebreo.


El idioma no hace magia

La posibilidad de una literatura no judía en lengua judía existió siempre, del momento en que se podía volcar a esa lengua judía una obra de otra cultura: ni Robinson Crusoe se volvió judío por ser traducido al hebreo en el siglo XIX, ni Martín Fierro pasó a ponerse filacterias porque el poeta Kehos Kliger lo haya traducido al ídish. Ya entonces podía intuirse que, en determinadas circunstancias, podía escribirse originalmente una obra no judía en una lengua judía.

Esa circunstancia la ha proporcionado el sionismo en lo que sería una de sus más claras victorias ideológicas. El sionismo pretendía que cada individuo de origen judío pudiera vivir sin persecuciones de ninguna clase en absoluta libertad.
Tel Aviv y sus alrededores, denominada “la primera ciudad hebrea”, es en gran medida una más de las ciudades cosmopolitas, “globalizadas” y anónimas de nuestro tiempo. Si alguien quiere, puede vivir en ella como en Nueva York o en Buenos Aires. Y alguien podría también escribir una literatura que quizás tenga que ver con la ciudad pero no con los aspectos judíos, con la historia o con cualquier otro rasgo que la vincule al judaísmo. Para decirlo en forma gráfica: hay ciudades de Israel que pueden ser escenario de una novela policial, por ejemplo, y ser tan “judía” como ese género suele serlo.

El proceso llevó su tiempo, porque las circunstancias impedían una literatura de ese tipo en medio de la epopeya sionista, o enseguida después de la creación del Estado y de las guerras y epopeyas que acompañaron a ese suceso. Pero desde fines de la década del ochenta, y cada vez con mayor vigor, se ha instalado esta nueva corriente en las letras israelíes.


Yevin, un adelantado

Pocos israelíes conocen a Naftali Yevin. Hay varios motivos para que así sea: pasó gran parte de su corta vida en Londres, donde falleció, quizás víctima de su alcoholismo. Para el círculo de personas que lo frecuentaba era una figura carismática, un líder, especialmente en teatro de vanguardia.
Su obra literaria se publicó cuatro años después de su muerte acaecida en 1972 a la edad de 36 años. El poeta Ori Berenstein se encargó de ordenar y publicar esos escritos caóticos que, para los entendidos, conforman casi un manifiesto vanguardista, bajo el título “Niñez continuada y verano e invierno en otra ciudad”. Pero conviene aclarar que Yevin no fue un vanguardista porque no creó una escuela ni influyó en quienes vinieron después, sino sencillamente un artista que se anticipó a su tiempo. He aquí un ejemplo de su prosa insólita, sorprendente, desconcertante:

“Capítulo quinto: Rujama”
“Cuando conocí a Rujama tenía veinticuatro años. Tenía el corazón de uno de dieciséis, la imaginación de uno de cuatro y la fuerza de uno de noventa. No sabía cómo se piensa (ejemplos: sumar y restar, multiplicar y dividir; análisis, deducción; descubrir causas, entender procesos, revelación de significados, sacar conclusiones; desarmar y armar, etc.). Por otro lado, siempre me mostré ante los demás como sensible, hablaba sobre el sentido de la existencia, era inquieto y efervescente, bailaba muy bien, tenía una sonrisa encantadora y una voz acariciadora. Mi confusión era muy encantadora también. Rujama se enamoró de mí. Me parecía estar acostado sobre el Himalaya (ahora que tengo más de treinta años, todavía estoy a sus pies)”.

“Capítulo sexto: Rujama a lo largo del tiempo”
“Rujama no cambió a lo largo del tiempo. Eso lo descubrí mucho más tarde. Descubrí qué era cuando la había conocido. Pero entonces ya no podíamos estar juntos”.


Orly Castel Bloom, el sinsentido

Con Orly Castel Bloom (nacida en 1960) comienza una nueva tendencia en las letras israelíes. La generación del cine y la televisión le imprime a la literatura una dimensión propia, diferente de la anterior, en lo que se refiere al estilo. Pasado y presente, causa y efecto, tienden a desaparecer y en todo caso ya no son estrictamente necesarios. Y en cuanto a los contenidos, ya no hay ninguna necesidad de enviar mensajes de ningún tipo, porque además no hay absolutamente ningún compromiso con nada, quizás sólo con las verdades íntimas y con los efectos literarios.

En 1987 publica su primer libro. Son cuentos que llevan por título “No lejos del centro de la ciudad”, y de eso exactamente se trata: de esa ciudad cosmopolita, hedonista, sin filiaciones ni compromisos. Una ciudad que de verdad podría ser “una ciudad cualquiera” con “protagonistas cualesquiera”. Véase el comienzo del cuento “Paseo en la naturaleza” de ese primer libro. Préstese atención que “No importa quién” pasa a ser un nombre propio.

“No importa quién, lo principal es que se trata de una treintañera, está sentada en una reposera en el balcón de su casa y la luz que se cuela por el cerramiento semiabierto ilumina su rostro. Shabat, ella descansa en su reposera, adormilada, aún en su salto de cama. Ya ha pasado más de un año. El rayo de sol se hace más pronunciado. Para ser más precisos, la nube que ocultaba los rayos del sol que iluminaban su rostro se corrió. Eso la despierta. Abre los ojos y se vuelve hacia la sala. Allí está sentado su hermano. Alguien, cualquiera. Su cabeza caída y apoyada en su mano. También él intenta dormir, pero no está cómodo. Se yergue y se vuelve hacia el balcón. No importa quién atraviesa la habitación. Su hermano la sigue con la mirada y abandona. Sobre la mesa a su lado hay una caja de cerillas. Se pregunta si está vacía o llena. La levanta. La caja está llena de cerillas rojas. No importa quién entra al dormitorio. Su hermano devuelve la caja de cerillas a su lugar”.

***

“En la sala están sentados el hermano y la hermana.
“¿Se me nota?” pregunta no importa quién.
“Uy, Dios”, suspira el hermano.
“Si me miran, ¿se dan cuenta que estoy podrida por dentro? ¿Que tengo el alma hecha trizas?” pregunta no importa quién.
“Me recuerdas a alguien, ¿a quién me recuerdas?” se esfuerza el hermano.
“Tengo calor”, dice ella cansada.
“¿Tienes calor?” pregunta el hermano.
“Sí, ¿y tú?”
“Sí, hace calor acá”, dice el hermano y se quita el saco. Su hermana se levanta de la silla y dice: “Voy a ver en qué anda David. Hay que despertarlo. Me gusta ver cómo se levanta”.

No tiene sentido seguir, el ejemplo es claro. Pero conviene advertir que el cuento, como todos los cuentos de Castel Bloom y sus novelas, tiene trama, hilo conductor, desarrollo. Sólo que esa trama puede ser cancerosa, de a ratos sorprendente y generalmente con mucha hondura psicológica.


Etgar Keret, el preferido

El primer libro de cuentos de Etgar Keret (nacido en 1967), “Caños”, apareció en 1992 y pasó casi desapercibido. Pero dos años más tarde apareció el segundo, “Mis añoranzas a Kissinger”, que se transformó de inmediato en uno de los más grandes éxitos de ventas de Israel y llevó a la reedición del primero. Desde entonces, Keret ha sido el niño mimado del público israelí y él le retribuye con enormes dosis de talento.

Amante del absurdo, sus cuentos suelen presentar situaciones inverosímiles rayanas en lo grotesco, y construyen una realidad que suele oscilar entre lo onírico y lo infantil. Pareciera tener más influencia de Kafka que de Ionesco, pero con un toque cómico que reemplaza al trágico que caracteriza al checo. Los temas recurrentes en sus relatos son el amor, el desamor y el juego con las circunstancias. Puede tener cuentos largos, pero son escasos, generalmente se trata de relatos en miniatura.

El siguiente fragmento está tomado de su último libro, “De repente golpean la puerta”, aparecido en 2010.

“Cuéntame un cuento”, me ordena el hombre barbudo que está sentado sobre el sofá en el salón de mi casa. La situación, reconozco, no me resulta muy cómoda. Yo escribo cuentos, no los cuento. Y eso tampoco lo hago por encargo. La última persona que me pidió que le contara un cuento fue mi hijo. Eso fue hace un año. Le conté algo sobre un hada y un pordiosero, ni siquiera recuerdo de qué se trataba, y al cabo de dos minutos se había dormido. Pero la situación ahora aquí es completamente diferente. Porque mi hijo no tiene barba. Ni un revólver. Porque mi hijo pidió el cuento en forma educada, en tanto que este hombre está intentando robármelo a mano armada.”

“Yo intento explicarle al barbudo que si regresa el revólver a la funda será por su bien. Por el bien de ambos. Es difícil inventar un cuento cuando el caño de un revólver cargado te apunta a la cabeza. Pero el tipo se empecina. En este país, explica, si quieres algo tienes que exigirlo por la fuerza. Es un nuevo inmigrante de Suecia. En Suecia es totalmente diferente. Si quieres algo, lo pides educadamente y por lo general lo obtienes. Pero en este caluroso y asfixiante Levante no es así. Alcanza con estar aquí una semana para entender cómo funciona. O más precisamente, cómo no funciona. Los palestinos pidieron un Estado educadamente. ¿Lo obtuvieron? Un carajo obtuvieron. Pasaron a explotar sobre niños en autobuses y de repente empezaron a prestarles atención.”



“Mira”, intento argüir. “Nada de mira”, farfulla el barbudo y gatilla el arma, “un cuento o una bala en la cabeza”. Entiendo que no hay alternativa. El tipo habla muy en serio. “dos personas están sentadas en la habitación”, comienzo, y de repente se oye que golpean la puerta”. El barbudo se yergue. Por un momento me parece que el cuento lo ha atrapado, pero no. Está prestando atención a otra cosa. Alguien de verdad está golpeando la puerta. “Abre”, me dice, “y no intentes nada. Échalo de aquí lo antes posible, si no, esto terminará mal”. El joven en la puerta es un encuestador. Tiene algunas preguntas para hacer. Cortas. Sobre el alto porcentaje de humedad que hay aquí en verano y cómo ello influye en mis nervios. Le digo que no tengo interés en participar en la encuesta pero se mete en el apartamento de todos modos. “¿Quién es ése?” pregunta y señala al barbudo. “Es mi primo de Suecia”, le miento. “Vino para enterrar a su padre que se mató en un alud de nieve. Justo estábamos mirando el testamento. ¿Podrías por favor respetar nuestra privacidad e irte?”

Por supuesto que el cuento sigue, se complica, sorprende una y otra vez y cumple con lo que decíamos: un mundo kafkiano pero irrisorio, que oscila entre lo infantil y lo onírico. Una situación que puede ubicarse en Israel o en Colombia, con judíos, cristianos o lo que fuera.

Lo que lleva a la última reflexión: no hay una literatura judía o no judía, venezolana o japonesa. Básicamente hay dos tipos de literatura: la buena y la mala. Los escritores traídos aquí como ejemplo pertenecen a la primera de las dos categorías.


Diciembre 2012 / Tevet - Shevat 5773
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