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GERONTE NO ES NINGUNA MALA PALABRA
Por Mario Linovesky
(Carta personal a Arik Sharón, pero para que la lea quien así lo desee)

Si hace unos pocos años alguien me hubiese dicho que yo sentiría la más mínima simpatía por ti, Arik Sharón, probablemente lo habría echado de mis inmediaciones “con cajas destempladas”, tal como a veces se dice en español. Es que en aquellas épocas todo nos separaba; desde lo ideológico, hasta lo más insignificante. Yo por entonces era un militante de la “izquierda” institucionalizada que transformaría al mundo con sus embates orales y tú un militar famoso otrora por sus desobediencias a las órdenes de sus superiores en el campo de batalla, además de ser, llegado finalmente a premier, el representante paradigmático de la derecha más rancia y un hábil manipulador, en su peor acepción, de la política pública. Desde entonces, de aquel tiempo en que yo escuchaba sin poder contener el lagrimeo y con un nudo en la garganta las denuncias con acordes musicales (firmes y seguramente bien cobradas en pesetas), que hacía por ejemplo Alberto Cortez sobre las matanzas de Sabra y Chatila, mucho agua corrió bajo los puentes. ¿Qué cambió desde aquellos tiempos–me pregunto- para que hoy esa antipatía que sentía por ti, aquel general tachado reiteradamente de “abusivo”, se haya vuelto hoy admiración? ¿Eres otro Sharón o es que yo pienso diferente?. Sucedieron montones de cosas, es la respuesta, que en el presente veo muchísimo más claras y con menos dogmatismo. Porque enterado que me hube de que las famosas matanzas fueron obra de las Falanges Cristianas libanesas, para vengarse por el diezmado a que esa comunidad árabe no islámica era sometida por los terroristas palestinos, quienes tras cometer sus atrocidades usaban esos dos campos de refugiados para esconderse, cambié mi forma de juzgarte. Dicha acusación, con la que juglares, medios de comunicación y países árabes buscaron enlodarte como soldado y persona, vi claro por fin, constituía en realidad una burda mentira de la OLP, a la que le seguiría una retahíla de falsedades prefabricadas y con el único objetivo de sacar rédito político de las mismas. Después, a los años, vino la “supuesta” provocación tuya, bravío estratega militar, cuando se atreviste a hollar con tus zapatos la sacrosanta “Explanada de las Mezquitas”. Explanada de las Mezquitas y no el lugar más venerado por el judaísmo, tal como está escrito en la mismísima Biblia. El arrebato más fenomenal que realizó el naciente Islam al pueblo hebreo, construyendo dos aljamas con minaretes sobre las ruinas del Templo de Salomón, para apropiarse del lugar. Y al que recién en 1967, cuando el ejército israelí lo recuperó en claro acto de justicia histórica, “un pueblo palestino, surgido de la nada”, comenzó a codiciar. Y obra de esa codicia, que desde luego no se circunscribía sólo a ese terreno sino que abarcaba al Estado de Israel entero, desataron una sanguinaria “Intifada” ya precocinada desde antes de tu sorpresiva visita, que tuvo, por lógica respuesta, el endurecimiento de la política militar israelí. De modo tal que cada ataque, nunca de frente, siempre artero, de los palestinos, provocó cruentos contraataques del ejército hebreo, en los cuales es cierto que cayeron muchos inocentes, pero ésto fue en razón de que los terroristas, cobardes por antonomasia y para evadirse de las inevitables represalias, se escondían entre la población civil.
Entretanto tú, Arik, aún no me resultabas enteramente simpático. Yo, dado que conservaba y aún conservo el ideario humanista, no podía comulgar de manera alguna con el hombre representante de un partido que si bien actuaba coherentemente el rol de defensor por medio de las armas del diminuto país judío, al mismo tiempo desarrollaba una política económica bastante canallesca, que había llevado a la pobreza a una importante cantidad de israelíes. Por eso te tenía en “stand by”. Te admiraba sí por tu resolución al combatir el terrorismo, pero maliciaba de ti con respecto a lo social.
De pronto, nació ante mis ojos un nuevo Sharón. Fue en el exacto momento en que anunciaste la desconexión de Gaza y el desmantele de los asentamientos de colonos. Y por ello escribí varios artículos al respecto, siempre apoyando tu iniciativa, algunos de los cuales fueron censurados por razones sectarias, justo es denunciarlo. Eso no me importó y seguí, más que nada porque el general del que yo siempre había recelado, iba cambiando su manera de enfocar un conflicto que se había extendido por décadas y que parecía insoluble a corto o mediano plazo. Es que tú, Arik, me demostraste que había una solución y fue echando mano a ese “gambito” audaz que dejó mal parados tanto a los palestinos belicosos, como a los reaccionarios laicos y religiosos judíos, así como a todos aquellos que obtienen réditos personales o corporativos de las situaciones conflictivas. Al mismo tiempo y con esa maniobra, conseguiste reinsertar a Israel en la comunidad de naciones, muchas de las cuales, ya sea por conveniencia, convicción o malevolencia, lo habían comenzado a apartar o maltratar sin ambages. De tal modo, enancado en una posición privilegiada, mucho mejor visto por el mundo que antes te tenía catalogado como un sujeto intratable que comía niños palestinos crudos y con el apoyo preliminar de la mayoría de tu pueblo, tú, el otrora militar reaccionario hiciste la jugada más magistral: te separaste de tu partido plagado de corruptos y aprovechadores y formaste uno nuevo y añosamente esperado, con un nombre por demás sugerente: “Kadima” (Adelante). Logrando además que tus mejores colaboradores y adeptos también renuncien al anquilosamiento y sigan acompañándote, y que no pocos opositores, antaño encarnizados rivales tuyos, también se te adosen, para juntos llevar al Estado de Israel a su mejor destino: el de la paz, tranquilidad y prosperidad económica. Respecto a esto último, no faltan quienes proclaman que tu nuevo partido responde a un emplazamiento de centro derecha, cosa que has desmentido, afortunadamente, ordenando a los encargados del presupuesto de la Mediná, empezar a disminuir urgentemente la pobreza. Acción con la cual te haces más vale un corrimiento al centro izquierda donde se encuentra la mayoría del pueblo israelí y donde no te quepan dudas que eres bienvenido.
No faltan sin embargo los que para combatirte afirman que estás viejo, y que tu posible socio, el histórico socialdemócrata Shimón Péres, también lo está. Cronológicamente será semi cierto, pero...
Quien más, quien menos, todos sabemos por haberlo estudiado, leído o visto en no pocas películas, que desde la antigüedad remota, algo que persiste aun hoy en cantidad de pueblos indígenas, las resoluciones de mayor peso que hacen al desarrollo de la comunidad, deben contar con la aquiescencia de un Consejo de Ancianos. Siempre se consideró, atinadamente, que la experiencia, y por extensión la consiguiente acumulación de vivencias, implicaban sabiduría, así como capacidad para evaluar certera y calmadamente, por cuanto los hombres llegados a determinado punto de la vida abandonan sus ambiciones y egoísmos, los pasos a seguir. A un mismo tiempo, son los más jóvenes los que deben aportar pujanza, fuerza, iniciativa, y también, de suyo muy importante, esa cuota de “insensatez” imprescindible para producir avances significativos. De este modo se movieron dichos grupos a través de milenios y las cosas no les fueron tan mal por cierto. Fue recién cuando los más lozanos tomaron la posta con no poca prepotencia, desestimando paralelamente la calma espiritual de los ancianos y reemplazándola por el brío juvenil carente de meditación, que el mundo se transformó en el pandemonio que estamos sufriendo. Motivo por el cual, pese a que tienes tus buenos años, te digo que te acompaño en esta batalla. Y que lamento no poder encontrarme para marzo de 2006 en Israel, para sufragar a tu favor. Con todo, espero que no declines en tu determinación ni consideres que fracasaste en tus intenciones pro-paz, por el atentado de hoy en Netanya. Castiga si y con todo el rigor posible a sus autores y destruye sus estructuras, pero persiste en el camino que iniciaste. Haciendo caso omiso a quienes buscan descalificarte a ti y también a Shimón, por razones de edad avanzada. Al fin y al cabo nosotros, la mayoría, conocemos nuestra historia y tenemos bien presente que el hacedor principal de Eretz Israel fue aquel luchador apodado “El Zaquen” (El Viejo) David Ben Gurión, que no por ello cejó en su batallar hasta lograr la independencia del primer Estado judío. Poco me molesta entonces, por el contrario, me enorgullece, que sea otro “Zaquen” el que consiga la tan ansiada paz.
Un abrazo y KADIMA. Shalom Javer.

Mario Linovesky (ciudadano israelí con teudat zeut y todo, viviendo circunstancialmente en la diáspora).

Argentina, diciembre 5 de 2005.

Diciembre de 2005 / Kislev 5766
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