Buena parte de los judíos argentinos están indignados de la genuflexión que acaba de revelar la DAIA al correr a coincidir con la Iglesia en contra de León Ferrari. El gran artista plástico no dijo nada más que la verdad respecto al antisemitismo eclesiástico porque históricamente ha sido en nuestro país un factor de hostilidad hacia la comunidad judía. El la década del ’30, frente al avance arrollador de Hitler y Mussolini, el credo oficial de nuestro país apostó muy fuerte a las “potencias nacionales” que estaban “poniéndole coto a la peste judeo-bolchevique”, según lo expresara Criterio, semanario oficioso de la Iglesia que dirigía monseñor Gustavo J. Franceschi. Otras publicaciones, como los diarios El Pueblo y El Crisol y la revista mensual Sol y luna, también apoyaron fervorosamente al fascismo y al nazismo. Y un escritor católico como Ramón Doll, que también consideraba que “la subversión comunista emanaba de la matriz judía”, solía alertar sobre la “sífilis judaica”, expresión que utilizó, por ejemplo, en el libro Hacia la liberación, publicado en Buenos Aires por la Editorial del Renacimiento en 1939. La Iglesia y el antisemitismo durante un largo trayecto fueron sinónimos, al punto que en 1940 la iglesia del Socorro, mientras avanzaba una larga columna nazi que había partido de Santa Fe y Callao rumbo a la Plaza San Martín entonando el clásico “haga patria, mate a un judío”, hizo repicar las campanas en señal de adhesión. Esta manifestación, organizada por bandas de choque fascistas como Restauración, Afirmación argentina y, sobre todo, la Alianza Libertadora Nacionalista, tuvieron un inequívoco apoyo de la Iglesia a través de curas como Virgilio Filippo y Julio Meinvielle. Este último, autor del libro El judío en el misterio de la historia (que siempre contó con la aquiescencia de la Iglesia oficial) se convirtió veinte años después en ideólogo de grupos nazis como Tacuara y la Guardia Restauradora Nacionalista. El tiempo y la derrota del Tercer Reich en Europa hicieron morigerar estas posiciones. Eso es cierto. pero la Iglesia nunca pidió perdón a sus víctimas (más aún, actualmente no pocos curas continúan con sus prédicas prejuiciosas desde los púlpitos) y básicamente sigue siendo la misma, más allá de las actitudes parciales correctas que han tenido algunas fuerzas cristianas progresistas. Antes del derrumbe del Holocausto las masas judías de la Polonia pogromista solían calificar con el vocablo irónico de “shtadlaním” (en hebreo, condescendientes con el poder) a aquellos dirigentes comunitarios judíos proclives a arrodillarse incondicionalmente ante los factores del Estado para mantener sus posiciones. La misma expresión le cabe hoy a una institución como la DAIA, que lo único que hace es ser coherente con su prontuario.
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