Tenemos en nuestras manos un libro de la colección De pensadores y poetas que reúne las producciones de los pequeños que concurren a la Escuela Schólem Aleijem. La publicación se titula “La escuela y sus pequeños filósofos” y fue presentada en Diciembre de 2003. El año pasado leímos otro libro sorprendente, tan sorprendente como éste, titulado “La escuela y sus pequeños escritores”. Menciono ese primer hito porque este segundo libro retoma el espíritu de su antecesor y relanza el proyecto que aquél inaugurara. El espíritu que gobierna el proyecto de estos libros está nítidamente expresado en el título de las publicaciones. Y la idea que campea esos títulos es novedosa. Porque según ella, la escuela no es sólo la institución donde se estudia y se aprende, sino que la escuela puede ser también la ocasión de algo más infrecuente: un lugar donde se piensa y se escribe. Confío en que las líneas que siguen puedan aclarar esta aseveración. Los pe-queños autores de los textos agrupados en estas publicaciones no están necesariamente prefigurados con el institucional rótulo de a-lumnos con el que la escuela tradicional disciplinó a sus niños; en este proyecto los pequeños emergen con otro estatuto: precisamente, de pensadores y poetas. Pensamiento y escritura infantil “Tengo miedo de quedarme ciega y no poder leer. No quiero quedarme sin mis libros. Me aterroriza la idea de que no existan los escritores. Necesito leer, porque no me gusta estar de mal humor. Me dan fobia los libros al que les faltan hojas. No seas malo, y regaláme un libro!” (De rechazos y miedos, Johana Drewnowicz, 5º grado C) Desde una concepción clásica, es difícil imaginar que la institución escolar pudiera ver algo más que alumnos dóciles, indóciles o disciplinables, tras los niños que poblaban sus aulas. Sin embargo, tenemos aquí una escuela que dialoga con niños que son, según ella misma lo asevera, escritores y filósofos. Y por lo que vamos a ver, este cambio de denominación de los pequeños no es un simple cambio de palabras. Este interesante proyecto pone de relieve una mirada de la escuela en la cual los niños, además de realizar la clásica tarea de aprender, encuentran la ocasión de constituirse en escritores y filósofos. Pensar y escribir, adquieren entonces aquel estatuto relevante que les confería el escritor francés Roland Barthes (1915-1980), cuando reclamaba para esas prácticas un destino casi ideal: “pensar y escribir devienen verbos intransitivos”. Porque en este proyecto la escuela no alienta fines instrumentales para la actividad de pensar o de escribir, sino que pone condiciones para que los niños habiten en plenitud la escritura y el pensamiento sin ponerlos al servicio de ninguna otra asignatura escolar. No se trata de escribir algo, no se trata de pensar algo, de modo que ese algo, ese producto, valorice transitivamente la práctica de escribir o de pensar. De lo que se trata es de habitar la intransitividad del acto de pensar y de escribir: Puedo escribir algo o puedo lisa y llanamente escribir; puedo pensar algo o puedo lisa y llanamente pensar. Pensar y escribir, en-tonces, abandonan su lugar instrumental en el aprendizaje de los niños para devenir experiencias con densidad y sentido en sí mismas. Hay, entonces, porque la escuela lo hizo posible, una escritura infantil, un pensamiento infantil. En sus figuras, en sus devaneos, en sus recorridos, queremos demorarnos ahora. El taller como suelo del pensamiento: del fundamento filosófico a la ética Sin embargo, parece justo señalar que el pensamiento infantil no es algo dado, ni evidente en sí mismo, sino que se hace visible y legible en un proyecto gracias a la intervención de la escuela. Es la escuela quien ha pensado aquí un dispositivo específico, el taller, con capacidad de alentar, estimular y registrar el tesoro del pensamiento infantil: “Es habitual que en el nivel inicial, a los 4 o 5 años, los chicos conversen espontáneamente acerca de situaciones o hechos de la vida cotidiana como de temas o situaciones más profundas que les interesan. La idea en este proyecto es rescatar esa actividad espontánea y otorgarle intencionalidad docente con el objetivo de que este tipo de conversación no quede en una charla y pueda estimular el pensamiento y la reflexión.” (Nora Dibner, Ruth Kuitca, Daniela Gutesman) Vislumbramos en esta sensibilidad de la escuela para percibir el pensamiento infantil sobrevolando la conversación espontánea de los chicos un vínculo esencial con el judaísmo. Puesto que el pensamiento emerge en el diálogo y no en el soliloquio de un autor. La producción activa del pensamiento infantil se engarza entonces con la tradición filosófica judía de Mai-mónides, de Buber o de Levinas, que instalan el núcleo filosófico del judaísmo en la relación dialógica con un tú y no en la reflexión ontológica sobre el fundamento de un sujeto centrado en su yo. De allí que el judaísmo encuentre su núcleo filosófico en la ética y no en la ontología. Se diría entonces que el taller propone un recorrido que transforma la conversación infantil en pensamiento filosófico. Ese pensamiento, porque es sutil, debe ser promovido, cuidado y registrado. El taller adquiere así los tonos de un ritual - ordena sus tiempos y compone sus personajes- y busca sus registros -unos cuadernos manuscritos que más tarde darán origen al libro que estamos leyendo-. “Semanalmente nos sentamos en ronda para que salga de adentro del placard el 'cuaderno para pensar'. Así es como llamamos los momentos del taller de filosofía en nuestra sala...” (Judy Bengielsdorf, sala Dino-zaurium) “Les presentamos a Filo y Sofía, muñecos de madera, y los hicimos dialogar en una dramatización cuyo texto fue extraído del libro “Filo-meno y Sofía” de Gus-tavo Santiago. Los personajes contaban qué es la filosofía, insistían en lo importante que es pensar y escuchar a los demás y les prometían que iban a estar con ellos en la sala, acompañándolos en los talleres para pensar. Uno de ellos se quedaba adentro y el otro con un cartel que decía "Chicos pensando" se quedaba en la puerta de la sala del lado de afuera así los chicos se quedaban calladitos, se concentraban y nadie interrumpía.” (Orit Pincus y Magalí Beigel, sala Ola-meinu) El arte de preguntar Hace unos siglos había un rabino al que todos lo consideraban loco porque recorría los bosques diciendo: “Tengo todas las respuestas. ¿Quién me hace las preguntas?” Cabe preguntarnos el motivo por el cual la sabiduría popular colocó el mote de loco a este pobre rabino. Según parece, quien todo lo sabe, quien renunció a las preguntas, renunció fundamentalmente a su relación con el otro: quedó por fuera del diálogo humano. La imagen del loco es la imagen del que habla solo; es la imagen de una palabra sin otro; la imagen de quien está en un eterno soliloquio del que nadie lo puede rescatar. Aunque parezca contradictorio, no hay nada más lejos de la sabiduría que la imagen de quien todo lo sabe. Esa es la enseñanza de esta parábola. El saber completo no admite preguntas. Y si no hay pregunta, formulada o escuchada, no hay otro para mí. Y si no hay otro, dirá un judío, no hay pensamiento. Podríamos afirmar entonces sin temor a equivocarnos que la pregunta es la matriz dialógica del lenguaje y por lo tanto de la relación con el otro. La pregunta es dialógica porque convoca esencialmente al otro: ante mi pregunta el otro queda radicalmente interpelado, solicitado, porque incluso si no responde, eso ya es un modo de responder. El filósofo es un niño y el niño es un filósofo Ciertamente, un gran capítulo de la psicología infantil se ha dedicado a investigar cómo debe en-frentar el adulto la actitud interrogadora del niño, que se sabe inherente a la infancia. Parece que nada hay que defina mejor a un niño que un niño preguntando. Los adultos podemos in-quietarnos, confundirnos, irritarnos, cansarnos, o di-vertirnos... lo que sea. Lo que no podemos es permanecer indiferentes ante la interrogación infantil. Sin embargo, la propuesta de “La escuela y los pequeños filósofos” no está animada por ninguna preceptiva, por ninguna didáctica, por ninguna receta que intente predisponer de algún modo al adulto -sea maestro, sea padre, sea madre- respecto de las preguntas infantiles. Más bien se propone desplegar al máximo el juego de la pregunta. El arte de preguntar preguntas es uno de los ejes centrales del libro. Es como si la escuela percibiera en cada interrogación infantil un átomo de pensamiento filosófico. Y es cierto: ¿qué cosa dispara más el pensamiento que una pregunta? ¿Y qué otra cabeza que la de un niño está más predispuesta a la tarea de interrogar? Así entonces, el arte de preguntar recorre bajo sus múltiples formas la experiencia del pensamiento en los talleres de filosofía de la escuela: “¿Los abuelos siempre fueron viejos?” “¿Por qué se mueren los bebés si recién nacieron?” “Mamá, ¿de qué son tus dientes? ¿de mate?” “Cuando sos viejito, ¿no cumplís más años?” “¿Por qué hay que dormir de noche?” “¿Por qué no puedo entrar en la panza otra vez?” “¿Para qué se casan las mamás y los papás?” “¿Cómo comen los que se murieron?” “Cuando te morís ¿el cerebro le dice al corazón que deje de latir?” “¿Por qué inventaron las malas palabras si no se pueden decir?” “Cuando yo sea mamá, ¿vos vas a ser mi bobe?” Difícilmente alguien se pueda sustraer al pensamiento ante estas preguntas. Estas preguntas no sólo muestran la energía del pensamiento puro de los chicos sino que disparan el pensamiento de quien las recibe. Por eso son dialógicas, porque son pensamiento y hacen pensar, inevitablemente. La muerte, el tiempo, los fines, las causas, los miedos, la ética, la ley, los prejuicios... léase este libro y se encontrarán los tópicos esenciales de nuestra existencia trabajados por la interrogante actitud in-fantil. Preguntas suaves, interesantes, tontas, fáciles, difíciles, dulces, preguntas sobre la pregunta... De un modo o de otro, la pregunta atraviesa dinámicamente el taller y relanza la actividad del pensamiento1. El espíritu de los talleres para pensar han revertido la fábula del rabino. Porque aquí no importan las respuestas, lo que queremos son preguntas. Preguntas y más preguntas. Y se sabe: nada más diestro que un niño en el arte de preguntar. Más allá de la escuela:la tradición de la escuela judía Decíamos antes que el espíritu de los talleres de reflexión entronca directamente con la esencia filosófica del judaísmo, que es ética por cuanto está orientada hacia el Otro. Del mismo modo, los ta-lleres para pensar realizados en la Escuela Schólem Aleijem entroncan directamente con la tradición de la ieshivá, la escuela de estudios talmúdicos. Por su espíritu, por su modalidad, por su forma, el taller para pensar está mucho más cerca de la ieshivá que del aula escolar tradicional. El taller es esencialmente grupal y colectivo; el aula disciplina individuos. El aula forma para más tarde; el taller compone voces en un presente. Como sucede en la ieshivá, en el taller lo decisivo es el encuentro de una comunidad para pensar. Se habla mucho de la crisis de la escuela, de la crisis de las instituciones en la era global. Seguramente a todas las instituciones les cabe hacerse preguntas -al me-nos eso nos enseñan día a día los chicos- acerca de cuál es su rol en las actuales circunstancias. La Escuela Scholem Aleijem ha encontrado un modo vital de sobrevivir y acaso mucho más que sobrevivir en nuestras circunstancias. Retomando lo más genuino de la tradición judía, ha logrado transformar la escuela en un lugar en el que fundamentalmente se hacen preguntas en lugar de contestarlas. No será la primera vez que los judíos habitamos una paradoja, puesto que lo que la vuelve más actual a esta escuela es haber tenido la capacidad de encontrar en lo más genuino de la tradición la savia que la nutre y la fortalece.• 1) Muchas de las actividades de los talleres están disparadas por textos de autores reconocidos: María Elena Walsh, Pipo Pescador, pero también Groucho Marx, Sócrates, Machado, Eins-tein... La amplitud con la que fueron seleccionados los textos es admirable, y pone de relieve que para el desarrollo de la actividad los maestros privilegiaron la capacidad de los textos de hacer pensar a los chicos por sobre cualquier otra característica. Sin embargo, acaso injustamente -el tiempo y la historia, pero más aún las coyunturas políticas suelen jugarnos malas pasadas- nos topamos con una cita, a mi entendeer, desafortunada: José Saramago. Es difícil superar el estupor que produce encontrar sus palabras y su imagen en un libro de testimonios vívidos e inocentes editado por una escuela judía a fines del año 2003. Algunos de los pronunciamientos públicos y reiterados del escritor Saramago en los años 2002 y 2003 expresan: "Un sentimiento de impunidad caracteriza hoy al pueblo israelí y a su ejército. Se han convertido en rentistas del holocausto". "Los judíos que han sido sacrificados en las cámaras de gas quizás se avergonzarían si tuviéramos tiempo de decirles cómo se están portando sus descendientes". "Esto que está pasando en Israel contra los palestinos es un crimen contra la humanidad". "Los palestinos son víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos por el gobierno de Israel con el aplauso de su pueblo"... por citar algunos ejemplos. Por momentos, la brutal y oscura entonación de Sara-mago contra los judíos empaña la diáfana producción infantil promovida desde la escuela. Acaso sea sólo una amarga distracción. © LA VOZ y la opinión
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