LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
La Intelectualidad en el Conflicto de Medio Oriente y el Antisemitismo
La Tercera Guerra Mundial: Imperio capitalista o imperio islámico

Por Marcos Doño
Quiero comenzar la nota con el acontecimiento central que viene determinando, desde hace un año a la fecha, las relaciones internacionales en los ámbitos militar, político y económico. Hablo de la Tercera Guerra Mundial, un escenario que, aunque nos cueste visualizar or-gánicamente, podríamos arriesgarnos a considerar comenzó con los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono, el 11 de septiembre de 2001. Y si esta hipótesis es correcta, diremos que ya se han escrito las primeras páginas de un voluminoso libro de historia, que generaciones veni-deras estudiarán.
Los sucesos diarios en el Medio Oriente, con epicentro en Israel, los bombardeos de los Estados Unidos y los enfrentamientos entre la Alianza y los talibanes en Afganistán, los nuevos pactos militares y políticos internacionales, como el que acaban de declarar los líderes de Rusia y China en el sentido de enfrentarse al terrorismo islámico, la toma de posición de Australia que ha considerado la posibilidad de hacer incursiones punitivas en todos los países que rodean su geografía en el caso de atentados terroristas islámicos, y la inevitable batalla que se iniciará en Irak, son las primeras piezas del rostro aún fragmentado de un conflicto bélico de proporciones y consecuencias inéditas.
Sin dudas, un conflicto demasiado complejo como para coincidir en la insistencia de muchos analistas, que ven en los intereses de los Estados Unidos la causa única y central del mismo. Como veremos, la ecuación no es tan simple. De hecho, las acciones y declaraciones abiertas o soslayadas de Jihad -guerra santa del Islam- (ver recuadro 1) de gran parte de los líderes del mundo árabe, nos revela que la lucha del Islam en pos de la liberación de los pobres y oprimidos contra el poder del "capital internacional judío" -concepto calcado de las páginas de uno de los libros de mayor difusión en el Medio Oriente, el libelo antisemita Los protocolos de los sabios de Sión, que asegura que la raíz de todos los males hay que buscarla en la confabulación de un "gobierno judío internacional en las sombras"-, se sostiene en una estructura con pretensiones imperialistas, detrás del cual cabalgan en limusinas los intereses de poderosísimos líde-res financistas, cuya influencia económica se extien-de a escala planetaria.
En este sentido, debemos decir que aquellos multimillonarios líderes islámicos que apoyan o promueven ideológica y económicamente la Jihad y los atentados más sangrientos, han sabido sacar muy buen partido del imaginario social instalado: el de un mundo árabe débil. Una concepción falsa y sospechosa que está siendo alimentada a diario por el discurso acrítico de una intelectualidad y una izquierda que han forzado sus análisis hacia las fronteras mismas de un totalitarismo conceptual. Ejemplo y pro-vecho de esto, la vista gorda que se hace a las neuróticas declaraciones a la que nos tienen acostumbrados muchos imanes, quienes, Corán en mano, han reducido el mal a una confabulación judeo-norte-americana.
Todo suma en esta ecuación de violencia, cuando no se diferencia en-tre el autoritarismo opresor de una nación como los Estados Unidos, del totalitarismo religioso o laico de los países árabes que ejercen el terror contra civiles, especialmente ju-díos (los argentinos lo hemos vivido con los atentados contra la Embajada de Israel y la AMIA).
Una ecuación en la que la inmoralidad intelectual no va a la saga de las balas, las bombas y el poder económico .
Si, como se dijo más arriba, la hipótesis de que ya ha comenzado la Tercera Guerra Mundial es cierta, debemos entender que nuestra elección se reduce a dos variables: O elegimos oponernos y luchar por una justicia social y una vida digna en un mundo pletórico de injusticias, en el que los Estados Unidos, sin dudas, es responsable y culpable directo. Pero un mundo en el que ciertas reglas de juego hacen que los más débiles aún puedan sentarse a las mesas de negociaciones; que los más débiles de cada país se animen a manifestar en las calles de países oprimidos como nuestra Argentina, donde las luchas políticas vuelven a renacer de las cenizas. O elegimos luchar del lado de quienes proclaman como solución a todos los males su guerra santa. Y con todo lo que una hipotética victoria de la Jihad significaría: la no existencia de sindicatos; el control religioso absoluto sobre todas las manifestaciones culturales y cotidianas; la no división entre estado y religión; la intolerancia has-ta el punto de asesinar en masa a quienes se consideran enemigos del Corán (caso Kenia); la censura más absoluta por discrepar políticamente con las en-señanzas de los imanes (ca-so del periodista iraní re-cientemente condenado a muerte por un artículo periodístico); el sometimiento de clase a un verticalismo feudal que tiene subsumidas a naciones enteras, mientras muchos de sus jefes "espirituales" nadan en tanto dinero, que harían palidecer a la mayoría de los salvajes capitalistas de la globalización neoliberal. Es decir, si el conflicto se globaliza, nos veremos impelidos a elegir entre aliarnos durante la contienda a un sistema autoritario de opresión, o a un sistema totalitario de opresión. La ciencia política, además de su profusa teoría, nos ofrece ejemplos históricos muy claros. Uno de ellos, quizás el más relevante, es el que se dio durante la Segunda Guerra, cuando a pesar del pacto de no agresión entre la Ale-mania nazi y la Unión Soviética (pacto Ribentrop-Molotov), esta última fue invadida por el ejército alemán, provocando decenas de millones de muertes. Hoy, a la luz de la historia, y aun sabiendo de la brutalidad del sistema totalitario instaurado por Stalin, o estando en contra del capitalismo y la hegemonía norteamericana de aquella época, pensar otra alianza que no fuera con los Estados Unidos y la Unión Soviética en contra del totalitarismo nazi sería suicida.
El imperio contraataca
Sería pueril creer que un imperio como los Estados Unidos, con todo lo que conlleva la estructura y la lógica de todo imperio, ha culminado su tarea punitiva en Afganistán. La maqui-naria está en marcha y avanza, inexorablemente, en defensa de sus derechos como nación y como imperio. Es un disparate histórico concluir que el interés de los Estados Unidos, especialmente a partir de la masacre del 11 de septiembre, radica sólo en el petróleo iraquí, como en mantener su hegemonía económica en la zona. Hay circunstancias históricas en las que se ponen en juego factores que, en momentos no críticos, subyacen silenciosamente en las mismas estructuras del poder. Ha-blamos del peso que lo simbólico adquiere, cuando el imaginario de poder de esa nación corre el riesgo de debilitarse frente al planeta. Y esto no es un juicio de valor, ni lo pretende ser. Es la realidad en la que la historia suele ponernos. Es ese estrecho margen que nos deja para elegir, aun a pesar de que nuestras convicciones se vean forzadas hasta la náusea. Y es eso lo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, aunque este concepto de-bamos repetirlo una y otra vez.
La lógica de todo imperio hace que sus razones de estado se sostengan, si es necesario, a sangre y fue-go; aunque ese fuego y esa sangre se derramen también entre sus ciudadanos. Una lógica que no admite fisuras ni dudas sobre su hegemonía. Nada puede socavar lo simbólico de un imperio. Y si en lo moral lo ideal sería que un imperio no existiese, en lo histórico, un imperio es lo que sus intereses hacen que sea un imperio. Y no lo que de-bería ser según las necesidades de los más débiles. Así funciona el imaginario, de un imperio. Ese es el mayor capital con el que cuenta. De la misma manera como todo banquero sabe que, en última instancia, su poder radica no en el dinero en sí de los depósitos, sino en el imaginario que los dueños de ese dinero, sus clientes, tienen del banco.
Relativismo cultural y progresismo retrógrado
El argumento falaz que esgrimen muchos pesadores de occidente, sospechosamente afectos a un relativismo cultural, que trata de explicar los atentados del fundamentalismo islámico como la expresión de su cosmovisión ante situaciones sociales extremas, es, más que un disparate analítico, una flagrante inmoralidad. Falacia que desnuda la hipocresía de hombres como el nóbel de literatura José Saramago, y el lingüista norteamericano Noam Chomsky, en cuanto no admiten jamás en sus escritos su evidente disonancia con las confesiones que los mismos suicidas, sus "románticas víctimas", de-jan como legado póstumo antes de inmolarse. Nos referimos a los testamentos de despedida, casi siempre grabados en video, que no dejan lugar a dudas sobre las verdaderas razones que los mueven a la Jihad -guerra santa del Islam-:
1) Matar judíos y regar con su sangre la tierra, donde sea que estén.
2) Destruir, como objetivo de máxima, el Estado de Israel.
Objetivos que, además, se proclaman a diario en las movilizaciones políticas, en las escuelas, en los jardines de infantes y en la mayoría de las mezquitas chiítas por boca de los imanes. Ejemplos que muestran que el pueblo árabe viene siendo sometido desde su temprana infancia a una pedagogía medieval, de neto corte racista e inquisitorial.
Es desde esta realidad, peligrosamente enraizada en lo más profundo del imaginario popular, y no por las razones aducidas por los intelectuales de un "progresismo retrógrado" -valga el oximorón-, que debe verse la matanza de civiles no como el resultado cola-teral de las acciones mi-litares contra un ejército enemigo, ni tampoco como un acto de desesperación existencial. De lo que se trata es de una clara estrategia militar y pedagógica, contemplada para la Jihad. Que quede claro, en esto no hay interpretación ulterior. Para los guerreros de la actual Jihad, los judíos, los cristianos y todos aquellos que se nieguen a abrazar la fe coránica, no son vistos como enemigos políticos, sino como infieles herejes: una categorización simbólica que cierra el universo discursivo y toda posibilidad de diálogo racional. Inmersos, desde hace décadas, en esta concepción es que muchos de los líderes árabes pactaron una alianza con el hitlerismo. Tal el caso del tío de Yasser Arafat y aliado de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, el Mufti de Je-rusalem Hajj Amin Al-Husseini, (ver recuadro 2), que llegó a considerar que el exterminio de los judíos era también una misión del pueblo musulmán, al punto de arengar a sus hermanos de fe a completar la tarea emprendida por los alemanes en los campos de exterminio.
El antisemitismo y la mala conciencia
Cuando se trata de entender los razonamientos de las izquierdas del mundo, o de intelectuales de talla, que ven en Israel a un monstruo de ocupación territorial que comete genocidio, aún en conocimiento de que no existe ningún hecho fáctico que permita tal acusa-ción, nos surge la duda sobre sus verdaderas intenciones. Cuando vemos có-mo esas izquierdas y esa intelectualidad se encolumnan en defensa de naciones y sistemas de gobiernos dictatoriales o cuasi feudales. Y ponen en marcha un festival teórico de silogismos, a sabiendas de que en esos países no se ejercen los derechos mínimos de los trabajadores, pero sí se ha cometido genocidio y tortura en masa, como la matanza con gases letales ejecutada por el gobierno de Irak contra el pueblo kurdo, volvemos a hacernos una pregunta: ¿Cuáles son los sentimientos más profundos que estos progresistas tienen sobre los judíos?
La perversa idea insta-lada y atizada por unos y otros, fundamentalistas is-lámicos y progresistas occidentales, de que los nazis del presente son los israelíes, es una aseveración que, además de ser falsa, tiene ahora un nuevo componente maquiavélico: fusionar el concepto de nacionalidad israelí a la de pueblo judío. Una fusión que tiene un único objetivo: justificar su accionar extraterritorial, satisfaciendo así su manifiesto antisemitismo.
Esto nos obliga a ana-lizar el conflicto árabe israelí como si éste tuviera dos caras. Una, es la que nos muestra el conflicto en sí mismo; política y militarmente. La otra, como el reflejo de la mirada que el mundo tiene sobre el conflicto.
Especialmente sobre los judíos, tomando en cuenta que cada vez se arraiga más en las masas el silogismo: israelí = judío = nazi. Es aquí donde debemos detenernos, donde debe detenerse esa intelectualidad acrítica, para una pregunta capital: ¿Cuál es el residuo moral que ha dejado el Holocausto en las conciencias de todos los pueblos y las naciones para que se haya invertido la carga de la prueba?
Sin dudas, la clave que abrirá las puertas de la conciencia se encuentra encerrada en la respuesta a ese interrogante: un patrimonio del que la humanidad aún no se ha hecho cargo.
Con el Holocausto el rostro que la humanidad tenía de si misma se hizo insoportable. El Holocausto significó el retorno a la horda, al incesto. Fue la antropofagia de la ley, tal y como simbólicamente nos la legó Moisés a retornar del Monte Sinaí. Fue el paso que nos instaló en lo real siniestro, ante el más abrumador silencio de la hu-manidad. Podemos decir que, después de tantos intentos en la historia, con el Holocausto la humanidad dio a luz el rostro de las pesadillas: el infierno.
El film que muestra las compungidas narices tapa-das del general Eisenhower y sus acompañantes entrando a uno de los campos de exterminio nazis, y el juicio de Nüremberg, como generador fundacional del concepto jurídico- cultural de crimen de lesa humanidad, no han saldado ni puesto en la sociedad el debate de esta tragedia.
Los guarismos de la siguiente estadística nos revelan parte de este interrogante. Al finalizar la Segunda Guerra, el 98% de los judíos de Europa había sido exterminado. Sin em-bargo, en un país europeo como Dinamarca, esa cifra se invierte: el 98% de los judíos de Dinamarca fueron salvados de la barbarie nazi. Esto muestra a las claras que el poderío nazi se valió de la complicidad, la militancia y el silencio de la mayoría de los pueblos y gobiernos del mundo para ejecutar su masacre.
Cierta vez le hicieron a Einstein la recurrente pregunta que se hace todo judío: ¿Qué es ser judío? A lo que contestó: "Ser judío es una actitud".
La estadística enunciada nos obliga, entonces, a otra pregunta análoga: ¿Qué es ser humano? Una respuesta se impone: Ser humano es una actitud. Palabra, esta última, que nos habla de un planteo ético profundo so-bre cómo debemos ver al prójimo, sobre cómo debemos comportarnos con el prójimo, sobre todo en circunstancias trágicas. Pero cuando ya no estamos a-cosados por la tragedia, cuando la muerte ya no es inminente ante nuestra conducta, es cuando más estamos obligados a responderla. Porque la paz nos da esa oportunidad histórico-moral de entender cuán profundo descendimos en nuestra actitud ética. No hacerlo significa reprimir lo sinies-tro. Y lo reprimido, bien nos lo ha enseñado el psicoanálisis, siempre retorna como síntoma. Entonces, retorno al por qué la hu-manidad ha invertido la carga de la prueba, por qué la humanidad, en una actitud infinitamente perversa, ne-cesita ver a los judíos como nazis.
La respuesta se dibuja en un síntoma emergente: La mala conciencia. Una construcción inmoral que inviste a la víctima de victimario, en un acto de exorcismo igualmente execrable al que se ejerció durante el Holocausto, cuando había que sacarse al demonio judío de encima.
A la luz de estas preguntas, nos queda bucear para tratar de encontrar en las profundidades de lo cultural, qué expresa el contrato social en las na-ciones que se rigen por el Corán.
La organización social en la mayoría de los países árabes contiene una estructura de explotación que deviene en sometimiento económico y social, sos-tenido esencialmente desde el discurso teológico. Y si bien esto no es nuevo, -occidente padeció las cruzadas y la inquisición como formas de expansión y do-minio económico político- es la realidad que hoy vive el mundo musulmán. Ne-garlo, sería negar la en-señanza que nos ha dejado la historia: la fusión entre estado y religión. O, inclusive, entre estado y partido, para el caso de los laicismos totalitarios.
La explotación más abyecta es un hecho indu-dable que se ejerce en las naciones árabes regidas por califatos cuasi feudales, o por partidos religiosos.
Y así como el señor dinero suele exigirlo todo de sus súbditos occidentales, también lo hace en oriente medio. Y si la in-molación es el emergente de la cosmovisión de una religión, lo es, sobretodo, en el sentido que expresa la más execrable explotación del hombre por el hombre.
ALGO DE HISTORIA SOBRE LA JIHAD
(Recuadro 1)
En el siglo XII, el califa musulmán del Yemen emprendió un Jiahd feroz contra los judíos. Sabemos de eso por una carta que enviaron los judíos al Rambam, que fue el médico de Salaj A-Din (Saladino). Allí contaban cómo los musulmanes habían entrado a sus casas, violado a sus hijas, matado a sus familias, con la orden de aceptar el Islam o morir. El Rambam mostró la carta a Salaj A-Din, quien tenía buenas relaciones con los judíos, e intervino a favor de ellos, deteniendo el Jihad.
Un claro caso en el que la Jihad puede depender del gobernante de turno. Otro ejemplo horripilante se dio en Bagdad, en el siglo XII, cuando el califa Harum Al Rashid emprendió una serie de verdaderos pogroms contra los judíos. En 1981, miembros del nuevo Jihad Islámico en Egipto asesinaron a Anwar El Sadat. El atentado fue financiado por Libia. Los responsables calificaron el atentado como "un acto glorioso del santo Jihad": Ya en 1989 quedaba claro que el mensaje del Hamás, encabezado por el jeque Ajmad Iasín, que se considera el fundador y el adalid ideológico, era aún más sanguinario que el de la OLP.
Tal como lo documentó el periodista norteamericano Carl Karthammer, durante la Intifada hubo más palestinos que murieron en luchas fratricidas entre la OLP y Hamás, que víctimas palestinas de la represión israelí.

MUFTI AL HUSEINI
(Recuadro 2)
El Mufti Hajj Amin Al Husseini (aliado del nazismo) murió en 1974 en Beirut. Jamás fue condenado por sus crímenes de guerra. Sólo fue encarcelado en el año 1920 por espacio de un año, cuando las autoridades del mandato Británico lo acusaron de liderar los motines antijudíos, con el trágico resultado de centenares de muertos. Tras su liberación, lideró los sangrientos pogroms en años 1929 y 1936. Más adelante, en 1941, participó del golpe pro-nazi en Irak. Pero lo más significativo es que vivió en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, reclutando militantes musulmanes para la causa nazi. Asimismo, se lo considera el responsable del atentado que le costó la vida al rey de Jordania en 1951.o
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Diciembre de 2002
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