Debo empezar el relato con secuencias anteriores a mi observación directa como fuera el accidente de Pesaj Grimberg y señora.
Según me contaron, el matrimonio venía al pueblo a buscar a su hijo apodado “el bocha” y al pasar por el paso a nivel no vieron la locomotora o el caballo se espantó por el aullido de esta, lo cierto es que fueron masacrados en el accidente la bestia y los dos ocupantes del carruaje.
Aparentemente al entierro concurrió una pareja de parientes de la capital que llevaron consigo al pobre párvulo de Bocha que no entendía aun mucho su situación.
Según relatan, no aguantó mucho el muchacho en la ciudad y siendo aún pequeño se apareció al poco tiempo en el pueblo sin que se supiera como ni porqué .
Aparentemente no les importó mucho a sus parientes pues no se supo que vinieran a buscarlo ni hicieran averiguaciones por él.
Cuando “el bocha” (así lo llamaban) volvió a su ex casa que estaba en terrenos fiscales o del ferrocarril, otros pobres la habían ocupado y no había reclamo posible, la prole del ocupante también requería cobijo y techo.
Así, “el bocha” Grimberg fue a dar con sus huesos a lo del “tata Pancho”.
Personaje peculiar en el pueblo, era el poseedor de un tinglado enorme en el cual se acumulaban objetos de distinto tipo y dudoso origen.
Sobre uno de los pilares, un pequeño cartel ostentaba el enunciado de “barraca y frutos del país, compra y venta”.
En realidad era la cueva de Ali Babá, y los cuarenta ladrones no venían todos juntos pero pasaban a lo largo de las jornadas. Se acumulaban cueros lanares y vacunos, rejas y discos de arado, cocinas de leña e infinidad de otros artículos.
Sobre las columnas y laterales colgaban palanganas, marmitas, cucharones, jofainas, faroles y otras rarezas que de poseerlas yo hoy tendría un capital en antigüedades, pero en esa época nadie pensaba que esos cachivaches tuvieran valor alguno en el futuro.
La mañana que el tata Pancho halló al Bocha entre los cueros, se compadeció del muchacho, le dio una sopa caliente, le pasó la máquina de tusar por la cabeza, que fuera lavada con kerosene para matar los piojos, y le dio albergue. A partir de ese momento, el muchacho pasó a ser un entenado del tata Pancho.
Con el tiempo pasaron a parecerse uno al otro, tal vez por la cabeza rapada de ambos (ahora veo que era por piojos y pulgas) o por los pantalones anchos y sucios atados con un piolín, o por cierto mimetismo del Bocha con el Tata, que se fue dando en forma natural.
Sin lugar a dudas. lo bueno y lo malo del protector fue aprendido por el educado, a juzgar por los rumores, lo malo era mucho más que lo bueno por aprender.
Hay algo que no se puede negar y es que el adulto cuidó del párvulo, todos sabían que no se lo podía molestar pues la ira del Tata caería sobre la cabeza del agresor.
También es cierto que pese a todo, insistió para que el joven estudiara hasta terminar la escuela primaria, más no había en el lugar, pero al menos el Bocha sabía leer y escribir con relativa idoneidad y su habilidad para las matemáticas pronto fue motivo de comentarios favorables por parte de sus maestras.
También es cierto que en ocasiones y sabedor del origen judaico del Bocha, el Tata lo hizo concurrir a la sinagoga precaria que tenían en el pueblo, pero el muchacho no se interesó en el tema y supongo que tampoco habrá sido atractiva su presencia dado que alimañas en su cabeza no tenía, pero en el resto del cuerpo o sus ropas era probable que si tuviera fauna desarrollada y nadie se preocupó por atraerlo o hacerle notar que era bienvenido, por ese motivo dejo de concurrir o acercarse a la comunidad que no lo extrañó en absoluto.
El verdadero interés del Bocha estaba en salir a cazar pájaros o liebres, vagar por los montes y armar trampas, luego, el producto de sus cacerías era vendido en la barraca del Tata Pancho, de ese modo colaboraba con su sustento y hacía lo que le agradaba.
En esa época lo conocí a Bocha, yo era más pequeño y fue toda una aventura la primera vez que me llevó con el para armar jaulas trampa en las que entraban pechitos colorados, zorzales, canarios y otras avecillas del monte.
La técnica era sencilla, en una jaula doble ponía un pajarito que hacía de llamador, al rato acudía otro de su misma especie, entraba en la jaula abierta y al hacerlo se accionaba la puerta trampa y quedaba encerrado.
En esa época no pensaba con misericordia respecto a la pérdida de libertad de las aves, más me interesaba apresarlas como desafío y aventura.
Con los loros y cotorras era más divertido, había que ir hasta un campo de maíz o girasol, agacharse entre las plantas y esperar se arrimaran a picotear. En ese momento nos levantábamos con una bolsa de red y les saltábamos encima, introduciéndolos en la misma.
A decir verdad, también me hice experto y me parecía una aventura fabulosa, mucho mejor que sentarse en el pupitre de la escuela.
En una ocasión, volvimos a la barraca con jaulas y bolsas cargadas, el Tata miró el producto obtenido con satisfacción y nos invitó a tomar un mate cocido dulzón
Yo estaba impresionado con su cráneo afeitado y sus bigotazos enormes, pero no me daba miedo.
Mientras mojábamos la galleta dura en el mate cocido, no sé a raíz de qué surgió el tema de su origen y el Tata respondió que era chipriota (para mí eso era Marte).
Para avalar sus dichos, trajo un viejo pasaporte en que se leía su nombre Franco Agunes y un sello en que según él estaba escrito Chipre. No le dimos importancia, entretenidos en la taza de mate cocido, lo único que rescaté es que el apodo de Pancho se lo habrían puesto por Franco, aunque creo corresponde a Francisco. Obviamente no me pareció relevante en absoluto.
Al irme, el Tata Pancho descolgó de un alambre un porta velas oxidado y me lo obsequió, yo lo guardé entre mis trofeos y quedó luego en el galpón de la chacra ya que nadie lo usaba y no tenía valor alguno, al menos, así lo supuse entonces.
Mis padres no querían que yo fuera a la barraca. Había rumores respecto a la conducta del Tata y el Bocha. Según parece, otras personas buscaban reparo en el tinglado y a las de sexo femenino se les cobraba un peaje, pero aunque me encantaría saber si era cierto, no puedo afirmarlo. En esa época no me interesaba, y ahora ya no tiene trascendencia saberlo.
Lo cierto es que espacié mis aventuras con el Bocha, era imposible disimularlas pues mi ropa venía impregnada con el olor de las liebres muertas o de las presas cobradas. Mi madre, temerosa de las infecciones o plagas, me marcaba de cerca para que no me encontrara con “esos” personajes.
Con el tiempo, mi familia emigró a centros urbanos para que pudiéramos estudiar y sólo supe del Bocha y del Tata por comentarios oídos al regresar a la chacra en períodos estivales.
De ese modo supe que el Tata había enfermado y que había sido trasladado a Bahía Blanca, el Bocha fue con él y lo cuidó hasta su muerte como un hijo querido. Fue una justa retribución a quien mas allá de virtudes o defectos, supo brindarle su asistencia y apoyo cuando era un párvulo desvalido.
Los años han pasado, ya todo esto es historia antigua en mi vida y lo reviví por dos hechos circunstanciales. El primero de ellos es que buscando un proveedor de agroquímicos di sin buscarlo con el Bocha, quienhoy en día es un gran exportador de aves.
No sé como ni porqué, pero exporta loros a Brasil. Según me dijo los llevan para cruzar con otros y poblar zonas despobladas de loros y cotorras. También exporta cuartos traseros y delanteros de liebre a Francia (los franceses no deben tener olfato si compran y consumen eso) así como de otras aves montaraces que exporta a Europa y EEUU.
Es evidente que ha encontrado una veta comercial y le va muy bien, aparentemente. Su prosperidad le ha hecho cambiar de atuendo y sólo conserva el rapado de su cabeza, no se si como homenaje al Tata o porque sigue teniendo alimañas en su barraca. Seguramente ya no lava su cabeza con queroseno sino con esencias más perfumadas.
El otro hecho relacionado, es que mi hijo encontró en el galpón, el viejo porta velas. Una vez pulido y lustrado, comprobamos que era de bronce y lo más curioso es que en su anverso tiene grabado el nombre Warsha que se corresponde al nombre de Varsovia, pero está escrito con letras hebraicas, lo cual, a mi parecer, le da un valor agregado desde lo subjetivo como pieza testimonial de mis hermanos polacos desaparecidos en el holocausto.
Curiosamente volví a recordar el nombre del Tata Pancho. Franco Agunes y en uso de las herramientas que el conocimiento me diera, especulé sobre ese apellido.
Se me ocurre sin ánimo de certeza que en hebreo el término “agunot” indica una categoría jurídica de las mujeres cuyo marido partía de viaje o a la guerra y no volvía. Dichas mujeres no podían casarse, no eran viudas ni divorciadas, eran semiparias sociales sin anclaje efectivo en la comunidad. A sus hijos, se los llamaba bastardos o “agunes” que es la manera aschkenazi o idish de pronunciar el término “agunot”. Reitero, no tengo certeza, pero es muy probable que este sea el origen del apellido que tenía el Tata Pancho. En realidad estas especulaciones no quitan ni agregan nada, pero es bueno para mí contemplar ese porta velas que hoy adorna mi escritorio y recordar al Bocha y al Tata Pancho, son hitos de mi vida en la cual muchos recuerdos reviven y me retrotraen a épocas y personajes que ya no se repetirán.
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