Unos terroristas de Hizbolá, la organización creada por Irán en el Líbano para atormentar a Israel, cruzan la frontera y penetran ilegalmente en suelo israelí y secuestran a dos soldados, dejando muertos a tres más. La reacción del Gobierno de Beirut, un comunicado en el que afirma no saber nada y no responsabilizarse de las acciones terroristas perpetradas desde su propio suelo; la reacción del Departamento de Estado norteamericano: los hechos son responsabilidad de quienes los cometen y no del Gobierno elegido aunque éste se haya mostrado incapaz de combatir el terrorismo en el sur del país, o siquiera de intentar ponerle freno. La respuesta de Israel: Beirut es un Gobierno fallido y la seguridad de Israel sólo puede verse afianzada en este caso con una intervención militar. El resultado, que Israel vuelve al sur del Líbano.
La crisis actual debería hacernos pensar sobre los problemas de fondo. En primer lugar, la retirada israelí del Líbano en el año 2000 sin haber podido acabar con Hizbolá fue interpretada por los radicales, en realidad, como una victoria sobre Israel. Se iban del país después de 18 años sin haber logrado sus objetivos pero hastiados de su despliegue.
En segundo lugar, el miramiento con que la comunidad internacional, sobre todo los europeos, tratan a Irán, no ha hecho sino provocar un envalentonamiento de los islamistas radicales en toda la zona del mundo árabe. Nos ven presos de una debilidad terminal e impotentes ante sus demandas.
Por otra parte, la creencia de Israel de que podría obtener una mayor paz y seguridad a través de su política de salida unilateral de los territorios palestinos se está demostrando ilusoria. La salida de Gaza se leyó por los radicales de nuevo como una victoria más de su parte y explica en cierta medida el auge de Hamás en la zona.
¿Puede la respuesta militar de Israel arreglar los problemas? Puede que ésta no sea la pregunta correcta, ya que frente al auge del terrorismo no le queda más opción que defenderse. Si Israel dejara impune el crimen de quienes han matado y secuestrado a sus soldados, la situación para Israel tendería a empeorar dramáticamente. Pero las autoridades israelíes deben tener claro qué quieren hacer en el sur del Líbano. Su presencia allí, inevitable, puede también dañar al inestable Gobierno de Beirut, el primero elegido por las urnas en los últimos 30 años y eso puede obligarles a quedarse más de lo que probablemente desean.
Con todo, la comunidad internacional no puede caer en la tentación de primar la estabilidad del Gobierno libanés sobre el merecido castigo a los terroristas de Hizbolá. Es hora de que sepan que no pueden salirse con la suya.
RAFAEL BARDAJÍ
abc.es
|
|
|
|
|
|