Si dos pequeñas y buenas noticias auguran novedades políticas, son sumamente alentadoras. La Unión Europea decidió condicionar su relación comercial con la dictadura siria a que ésta mejore su política exterior, y un importante muftí islámico declaró que el lugar de los islamistas es el manicomio, donde deberían curar su psicopatía herética y violenta. Ojalá se trate en cada caso de cambios, tardíos y bienvenidos, tanto en la actitud de Europa como en la del mundo islámico. Sin embargo, las limitaciones con que se produjeron ambas novedades permiten suponer que cada una de ellas fue una mera golondrina, y –como enseña Aristóteles en Ética a Nicómaco– "una golondrina no hace verano". Los ministros de Exteriores de las 25 naciones miembros de la Unión Europea se reunieron en Bruselas (18-7-05) en uno de sus congresos regulares, que hasta ahora no han producido ninguna modificación esencial de su estrategia en Oriente Medio. Empero, en dicho cónclave se resolvió esta vez condicionar el comercio con el régimen de Siria a que "mejore su relación con sus vecinos". El ministro francés, Philippe Douste-Blazy, insistió en que esa dictadura debe retirar del Líbano también a sus agentes de inteligencia, que siguen aterrorizando al país, y que resulta "inaceptable que se trabe la frontera libanesa". El déspota de Damasco aceptó parcialmente el desafío, e inmediatamente anunció que repararía su vínculo con la democracia emergente de Irak (el Gobierno sirio es uno de los peores enemigos de la democracia) y con el Líbano (del cual retiró sus tropas después de tres décadas de vandálica e impune ocupación). La promesa parece haber satisfecho a la reconvención europea, pero cuando nos fijamos en el mapa notamos que Siria, que "debe mejorar su relación con sus vecinos", tiene tres más con los cuales puede corregirse, especialmente uno al sur al que intentó destruir en reiteradas ocasiones. Por un lado, es auspicioso que Europa decida demandar a los genocidas que se reformen un poco, y esta vez no con una vaga "condena" sino amenazando con castigos económicos, aun si las penas no han sido especificadas. Por el otro, cabe preguntarse por qué en el contexto de exigencias a la casta alauita de los Asad no se incluye también que remueva a las bandas de terror antiisraelí que operan desde su territorio. Una vez más, pareciera que para la Unión Europea la violencia es ilegítima cuando no se ejerce contra judíos. Después de los recientes atentados en Londres, la agencia española EFE difundió un cable con antecedentes de acciones terroristas en el mundo: curiosamente no figuran allí ni los ataques contra blancos judíos en Buenos Aires (embajada de Israel en 1992 y la AMIA en 1994) ni ningún atentado contra civiles israelíes. En el último lustro fueron asesinados 1.048 israelíes en 142 ataques suicidas, pero EFE no llegó a registrarlos. El primer ministro sirio, Mohamed Naji Otari, percibió la cortedad del requerimiento europeo y se apresuró a dejar sentado que "desarmar al Hezbolá constituiría una amenaza para la seguridad de su país" (sic). Bueno, que empiecen entonces por otra de las hordas protegidas por Siria, el comunista Frente para la Liberación de Palestina de Nayef Hawatmeh, una de cuyas hazañas fue la toma de una escuela en la ciudad israelí de Maalot (15-5-74), donde secuestraron a veinticuatro escolares mientras dormían y los asesinaron a sangre fría. El mundo jamás castigó la atrocidad, y ni siquiera ha condenado la libertad con que Hawatmeh entrena a su gente en Siria, desde donde ahora declara que se mudará a Gaza apenas Israel concluya su retirada unilateral. No queda claro qué impide a Europa explicitar que Israel también es un vecino con el que deben establecerse relaciones pacíficas. Más aún, no sería demasiado esperar que, a la luz de la historia de Europa en lo que a los judíos se refiere, ésta se abstenga de la amistad con países que proclamen su intención de destruir el Estado hebreo. Esta sugerencia es especialmente válida para Alemania, cuyas empresas proveían al Gobierno de Sadam mientras éste lanzaba sus misiles contra Israel (1991) y que hoy mantiene excelentes relaciones con el régimen de los ayatolás iraníes, que difunden terrorismo y judeofobia. En un plano más modesto, tampoco sería pedir demasiado que el imán de la ciudad catalana de Sabadell sea colocado en la cárcel que se merece por incitación a la violencia, ya que exhortó públicamente al exterminio de los judíos (18-10-04). En una entrevista parcial y tardíamente reproducida en el diario El Mundo (2-3-05), Abdelilah el Aroua asegura que "Hitler acertó en el diagnóstico" y que "el mundo sin judíos sería un paraíso". Todo lo que se le impuso, meses después, fue una vaga retractación. Nos preguntamos si eso habría bastado en caso de que el blanco recomendado del genocidio hubiera sido otro grupo, como los negros, los socialistas, los homosexuales, etcétera.
La otra golondrina Otro hábito que debería denunciarse sin tapujos es el de inculpar a los judíos de cada mal del planeta. Incluso ante los recientes atentados en Egipto (23-7-05), la televisión de ese país, considerado de los más moderados de entre los árabes, transmitió las acusaciones contra Israel que formulaban el parlamentario Ala Jasnin, el general Fuad Alam, los "especialistas" Dia Rashwan y Majdi Birnawi y otros periodistas y comentaristas. Al Qaeda ya había asumido la responsabilidad por los ataques, pero las impunes calumnias contra Israel eran retransmitidas por las dos principales televisiones satelitales árabes, Al Yazira y Al Arabiya. Como ni en Egipto ni en ningún país árabe existe televisión sin control gubernamental, la mentada incitación es semioficial, y debe ser entendida como parte de la costumbre dictatorial de buscar las culpas siempre afuera, con una predilección recurrente por un candidato a culpable. Por todo ello, celebramos la golondrina que echara a volar el muftí de Australia, Taj Aldin al Hilali, quien declaró que los islamistas "deberían ser encerrados en instituciones para enfermos mentales y ser tratados por la dolencia de herejía y violencia de la que padecen". De acuerdo con el diario Asharq al Awsatt de Londres, el sheik exhortó al Gobierno australiano a deportar a todos los clérigos islamistas, ya que "no alcanzan las aspirinas para tratar el sida". Por supuesto, no se trata del primer musulmán que condena los atentados. El imán de Italia Abdel Hadi Palazzi, entre otros, desde hace años viene pregonando la moderación islámica, y la paz con Israel y con Occidente. Pero la novedad consiste en la solicitud concreta a un Gobierno occidental para que tome medidas rigurosas en el marco de la guerra contra el islamismo, y para que se deshaga de los violentos incitadores que están envenenando el alma del Islam y propagando el genocidio. Es hora de que los musulmanes moderados alcen no sólo su voz inequívoca de condena contra los bárbaros crímenes que están cometiéndose en nombre de su religión, sino que sean ellos mismos quienes exijan medidas concretas para castigar a los islamistas. En suma, si Europa empieza a confrontarse con las dictaduras árabes en lugar de expresarles simpatía, y si el mundo islámico da pasos para exorcizar la maldad del terrorismo en lugar de distanciarse en silenciosa complicidad, podremos hallarnos ante un punto de inflexión en la Tercera Guerra Mundial en la que nos han sumido. Por el contrario, si no hubiera tal metamorfosis habremos recibido una fugaz inspiración, como la que visitó a Ernst Toller en la cárcel en 1920 y le dictó los poemas que integran su Libro de las Golondrinitas.
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