En el teatro “El Nudo” se estrenó la obra “Para-dero desconocido”, dirigida por Lía Jelin. La obra, construida en un contrapunto epistolar entre dos amigos, Max Einsenstein y Martín Schulse, ambos expatriados alemanes en San Francisco (EEUU) después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), pone en escena el devenir de la transformación subjetiva de Martín a los ideales del nazismo. Martín, de origen alemán, decide regresar a Alemania en 1932. Pero lo que Martín ignora - acaso nadie podía saberlo- es que retorna a una Alemania que vive los albores del nazismo. La obra exhibe entonces en un crescendo bastante impactante la adhesión de Martín a los ideales nazis conforme avanza el proyecto de Hitler en el poder. Y no sólo Max, su amigo judío, asiste demudado a esa inesperada y escalofriante transformación; también su-cede eso con el público que asiste a la obra. Raúl Rizzo, Roberto Catarineu y el co-ro de artistas dirigidos maravillosamente por Lía Jelin han logrado el encanto. Una primera transformación Quien se sienta en las butacas del teatro “El Nudo” se sienta también - de algún modo acaso insospechado- en el pullman del viejo cine “Lorraine”. Para mí fue inevitable evocar las buenas épocas pasadas cuando, ubicado en las primeras filas del teatro, esperaba el comienzo de la obra. Porque en aquellas épocas evocadas ir al cine era mucho más que ver una película. Una suerte de ritual cultural se desataba en las conversaciones durante las colas, en los comentarios de pasillo. En el viejo cine Lorraine vimos las películas que estaban vedadas en el circuito comercial. Vimos el cine de corte filosófico y hermético de Bergman, que reclamaba interpretaciones, debates, aproximaciones; vimos también allí el cine contestatario de Chaplin y las películas del ciclo socialista de Eisens-tein. El solo hecho de estar allí era ya en sí mismo un acto cultural. Y todo ese clima cultural de entonces volvió a mí como una atmósfera que me envolvía cuando esperaba el co-mienzo de “Paradero desconocido”; acaso porque también esta obra, como el gesto de ponerla en escena, revive el compromiso de aquellos años, lo suficientemente renovado y actual. Las cartas y el conflicto Carta de Max a Martín Martín: “Necesito pe-dirte que la busques, que la ayudes. Vos co-nocés su gracia, su be-lleza, su dulzura. Tu-viste su amor, ese amor que no le dio a ningún otro hombre. No intentes escribirme. Ni si-quiera necesito pedirte ayuda. Basta con decirte que algo está mal, que tiene que estar en peligro. Lo dejo en tus manos, yo no puedo hacer nada.” Max Carta de Martín a Max “Heil Hitler! Lamento tener que darte malas noticias. Tu hermana está muerta. Como vos mismo decías, desgraciadamente era una im-prudente. Hace menos de una semana llegó a mi casa, perseguida por una patrulla de la SS... Estamos construyendo una nueva Alemania a las órdenes de nuestro Glorioso Líder, muy pronto demostraremos grandes hazañas al mundo.” Martín Acaso mucho más en su versión teatral que en su versión literaria, “Paradero desconocido” retoma la estructura dramática de la tragedia: dos antagonistas, Max y Martín, se enfrentan en una escena que va in crescendo dramáticamente hasta culminar en un desenlace fatal: Martín, quien representa la figura de la traición en cuanto desconoce a un amigo a causa de su judaísmo, muere al final de la obra. Y en esa muerte, respecto de esa muerte, Max no es completamente ajeno. Fiel al estilo de la tragedia griega, la puesta exige un coro de artistas que canta en vivo y que actúa en un segundo plano las escenas de la historia que se desprenden del relato epistolar de Max y Martín. La obra plantea un duro final, un final que nos cuesta comprender, o que reclama la fuerza de una aguda consideración. Los espectadores hemos visto como crecían los sentimientos pronazis de Martín; hemos visto cómo se desentendió del cuidado y la protección de Giselle, la hermana de su amigo -con quien Martín había mantenido un romance de juventud- y que desapareció trágicamente de los escenarios de Berlín; he-mos visto también cómo Martín negaba hasta repudiarlo a su socio y amigo, ese judío que vivía en California y administraba la galería de obras de arte en la que eran socios. Y al final de esa metamorfosis lo hemos visto también sucumbir. Los espectadores sabemos -o intuimos, porque el arte prefiere las formas sugestivas por sobre las formas declarativas- que Max tuvo algo que ver en esa muerte. La muerte de Martín toma ribetes de justicia, o de merecida venganza, o incluso de un acto heroico que, con el correr del tiempo, sería nada más que un eslabón de la cadena de la ecuanimidad. Quizá no convenga entonces en-juiciar a Max, quizá no convenga tomar partido a favor o en contra; quizá convenga detenerse un poco antes: lo suficiente como para poder pensar ese final solamente en función de una tragicidad mucho mayor que esa muerte, acaso justa: la tragedia de la traición de una amistad, la tragedia del abandono de un amor, la tragedia del repudio de la condición judía. El espesor de la obra no reside tanto entonces en su desenlace como en la mutación subjetiva del personaje que exhibe. Una mutación que asombra, y que, vista desde una historia personal, la historia de una amistad, estremece sobremanera, por cuanto nos obliga a pensar en la serie acaso infinita de traiciones, abandonos, negaciones y repudios a las que fueron sometidos miles de individuos bajo el aplastante y brutal régimen del nazismo. Y es ese aspecto de la condición humana lo que nos estremece al mirar esta obra. Es ésa la dimensión que esta obra nos obliga a pensar. Una denuncia prematura “Paradero desconocido” fue publicada en 1938. Su autora debió publicarlo con un seudónimo: Kressman Taylor, para ocultar que era mujer, madre de tres hijos y una anónima publicista en Nueva York. En efecto, por la denuncia prematura y anticipada del nazismo, por la dureza de lo que exhibía y el atrevido final, la historia no podía, por aquellos tiempos, aparecer firmada por una mujer. Katherine, la autora, mu-rió en 1996, a los noventa y tres años, luego de que fuera celebrada la reedición de la historia en la que se basa esta pieza teatral que hoy comentamos. “Pa-radero desconocido” se adaptó para teatro en las principales capitales culturales de Europa y hoy tenemos el placer y el orgullo de tenerla en nuestros escenarios gracias a la magistral dirección de Lía Jelin y la excelente interpretación de Raúl Rizzo y Ro-berto Catarineu. La vigencia de esta obra en nuestro ámbito es doble: por un lado, porque toma desde la perspectiva de una historia singular un tema universal: la condición judía ante el nazismo; pero también entronca con la dolorosa historia de las desapariciones vividas por los argentinos durante la dictadura militar. Se podría recordar, a propósito de esta fatal conexión, el viejo adaggio expresado por Tolstoi que reza: “pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Es cierto: lo incomprensible de la condición humana no sólo está en el mundo, también está en la aldea. Pero en la aldea también habitan los artistas que pintan la vida de los hombres. Gracias a ellos lo incomprensible de la condición humana ad-quiere las formas que la vuelven pensable.• © LA VOZ y la opinión
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