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La sangre es mujer
Por Moshé Korin
Sobre la nueva novela de Myrtha Schalom, “La sangre que corre”

En la novela “La sangre que corre” (2013), de Myrtha Schalom, el personaje central es Berta, nacida en la colonia judía Moisesville, Santa Fe, y sus padres, inmigrantes de Europa, ya se han acriollado en el marco de ese proceso que resultó creando a los gauchos judíos de Alberto Gerchunoff. Su padre es el director del grupo de teatro vocacional y Berta lleva el virus del teatro desde la cuna. Comparte esa pasión, así como los sueños de adolescencia, con su amiga del alma, Broje. Berta se casa con Samuel, un joven judío observante, hijo de un “shóijet y móhel”, es decir matarife y el que practica la circuncisión, siendo él mismo, es decir Samuel, matarife, especialista en faenar animales de acuerdo al rito judío.

Berta y Samuel se trasladan a Buenos Aires, donde un conocido logra ubicar a Samuel en su trabajo, en su profesión. La pareja se instala en un conventillo en el barrio de Mataderos. Berta comienza a trabajar en una panadería para contribuir al presupuesto familiar, y sigue siendo fiel a sus amores de adolescencia: su familia, su pueblo, su amiga Broje y el teatro. Al cabo de un tiempo logra volver a las tablas en el teatro ídish de Buenos Aires.

Viviendo en Mataderos conoce a Justo Antonio Suárez, “el torito de Mataderos”, el púgil que se habría de convertir en el primer gran ídolo popular surgido de las clases y los barrios pobres de la ciudad. Una atracción sexual irresistible y desconocida se instala en los sentimientos de Berta, estableciéndose una fuerte tensión entre ambos, luchando Berta entre el deseo y la censura que le impone su condición de mujer casada.

Paralelamente, desaparece Broje de Moisesville, juntada con un sujeto de dudosa prosapia. Es Berta y no la familia quien se ocupará de buscar a Broje, quien a partir de determinado momento lucha denodadamente por librarse de los tentáculos de la mafia judía, la “Zwi Migdal”, que la había prostituido. Broje huye, apoyada por su amiga, y da a luz un hijo que desde niño y en una situación trágica pasará a ser criado por Berta y Samuel, y por el segundo esposo de Berta después de la también trágica muerte del primero.

Ese hijo crecerá con todo el amor maternal de Berta, privada ella misma de descendencia, y se convertirá en médico. Le dará también un nieto. Berta ya está inmersa en el mundo del teatro más allá del círculo reducido del teatro ídish, pero comienzan los días violentos de la actividad terrorista con las despiadadas acciones de “la triple A” y ese hijo con su esposa (y también el marido de Berta), desaparecen de la escena en un río de sangre, en tanto que ella misma apenas si consigue salvar su vida y la de su nieto, quien al momento de escribirse la acción es periodista e indaga con su ayuda en su pasado.

Hasta acá una apretada síntesis de la trama de esta novela que abarca, en relativamente pocas páginas, a cuatro generaciones.


Un juego de contrastes

Myrtha Schalom es conocida por el público por su exitosa novela histórica “La polaca”, que ha merecido y aún merece numerosas reediciones (recientemente fue nuevamente reeditado y se encuentra en todas las librerías), y por sus incursiones en el teatro como autora, directora y actriz. Su novela, aun siendo ficción, está firmemente cimentada en documentación de la época acerca de la organización judía de rufianes que regenteaban prostíbulos y prostituían y explotaban a mujeres judías, especialmente en lo que se refiere a la persona de Raquel Liberman, con toda la novedosa documentación que adjuntó al final como agregado. Probablemente se trata de la única obra de ficción que ha ingresado a la bibliografía de la gran monografía histórica sobre este tema publicada por el profesor Haim Avni (sólo en hebreo por el momento).

De manera que al montar una trama vinculada a los rufianes por un lado, y al teatro por el otro, la autora se maneja en un territorio conocido y familiar. Para decirlo en lenguaje futbolero, “juega de local”. A partir de ahí, tanto los personajes como sus ocupaciones y la trama de la novela están elegidos para cumplir los objetivos de lo que la autora pretende hacer trascender, o como se solía decir hace años atrás, quedan subordinados al mensaje más allá de la ficción.

La primera elección, y quizás la más exitosa, es la estética: la búsqueda de las tensiones que soporten todo el tramado. El hijo matarife de un padre “mohél” que debe enfrentar la convivencia con una mujer que sin transgredir la ley camina por la cornisa, ya sea en su actividad teatral, ya en sus pensamientos y sueños pecaminosos; el enfrentamiento entre ese credo judío que prohíbe beber sangre y el mundo no judío circundante en el cual se cree que es esa bebida la que da fuerzas. Esos y otros contrastes a lo largo del relato son los que crean la tensión estética y agregan fuerza a lo que surge de esos choques, el verdadero tema de la novela: el protagonismo femenino.


Mujer, y judía

Este es un libro fundamentalmente feminista. No sólo porque la protagonista es mujer – y Berta es la protagonista, el eje, el centro de todo lo que sucede aunque el relato no sea en primera persona salvo las citas de su diario – sino porque es la verdadera heroína a lo largo de los años. Es la que lucha y vence los prejuicios de toda la sociedad circundante, incluidos los más próximos, que censuran todo intento de salir de su encierro: debe rebelarse para salir a trabajar, debe rebelarse para dar lugar a su vocación artística, debe rebelarse para buscar a su amiga y brindarle toda su ayuda. Su vida es una lucha constante y sale de ella victoriosa. No sólo porque sobrevive – empresa nada sencilla en las diferentes etapas que le toca vivir en el país, desde explosiones de antisemitismo violento y hasta las torturas a las cuales es sometida por la dictadura militar – sino porque se convierte en un ejemplo de dignidad, de vida, de integridad.

Berta es casi un paradigma de la mujer judía en Argentina. Proviene de Moisesville, lo que equivale a decir el Mayflower del judaísmo argentino, y toda su vida y la de las generaciones que le suceden en vida, son una integración en la sociedad argentina hasta el límite de la asimilación. De hecho su nieto por adopción, Luis, ya no es judío siendo que su madre no lo es. Incluso en ese sentido Berta es símbolo de su femineidad, está por encima de pertenencias, militancias y divisiones, su amor siempre es incondicional para con los suyos, siendo los suyos aquellos a quienes ama.

El ambicioso objetivo de la autora es incluir no sólo el periplo simbólico de la presencia judía y femenina, sino también el de la historia argentina, al menos desde el punto de vista de lo que alguien podría denominar “explotadores y explotados”. Hay una permanente lucha que no es otra que la lucha de clases y que se manifiesta a lo largo de todo el relato. En eso conviven mancomunadamente todos, judíos y gentiles, todos unidos: el Torito de Mataderos, los inquilinos de diferentes etnias en el conventillo, todo el barrio entero de Mataderos.

Todos ellos serán víctimas de la violencia en esa lucha, su vecino golpeado y torturado por ser representante gremial, como su hijo y su nuera, por luchar por la misma causa. Ella misma formará parte de ese ciclo de violencia que parece caracterizar a todo el libro, con sus dos símbolos claros: los animales sacrificados en el matadero y el pugilista de suerte cambiante y trágica hasta su final, pobre y enfermo. Esa mezcla de religiones, idiomas y procedencias luchando por un bien común y muriendo violentamente en esa lucha, es la Argentina que surge de las páginas del libro.

Hasta tal punto no existen las diferencias y quedan todos a merced de un destino común, que a ninguno de los protagonistas se les ocurre la idea de escapar a Israel, por ejemplo, como efectivamente hicieron muchos judíos en situación similar en esos años trágicos. En general, en el libro no se indaga en las diferencias entre los propios judíos: no hay proletarios y burgueses, idishistas y hebraístas, neobundistas y sionistas. Apenas si se insinúa una diferencia entre laicos y religiosos y tampoco eso como confrontación, pese a que ésta existió en la realidad histórica y fue muy ríspida.

Es precisamente por ello que tiene doble vigencia la lectura del libro como alegoría, por la elección hecha entre opciones existentes y que la autora no ignora. Esa elección es un decir: un decir sobre la mujer en la sociedad argentina, y sobre la sociedad argentina en una época tormentosa del siglo veinte.

Por lo tanto, Myrtha: “Jizkí, imtzi vetamshiji!” Con fortaleza, investigación y talento, continua. Ko Lejai! - Por la vida.


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-------- Mensaje reenviado ----------
De: Myrtha Schalom
Fecha: 19 de marzo de 2013 12:56
Asunto: AGRADECIMIENTO 18 de marzo
Para: amia

Querido y admirado amigo
Moshé Korin. Gracias por tu medulosa opinión de "La sangre que corre" y tu cordialidad hacia los presentes.
Quisiera extiendas mi agrdecimiento a quienes desde Cultura y Mantenimiento han ayudado para que todo salga bien
Los abrazo,
Myrtha Schalom

PD: CONSULTA A MOISHE: si él decide publicar su ponencia, envío una foto del libro a Mundo Israelita. Avísenme.



Abril 2013 / Iyar 5773
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