No suelo escribir críticas sobre films, sin embargo, la película “El concierto” de Radu Mihaileanu recientemente estrenada en los cines de Buenos Aires me ha motivado a hacerlo.
Las razones de ello son varias. Tal vez la primera sea que me ha traído reminiscencias de mi viaje a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en el año 1991. Asistí en aquel año al Congreso Internacional en Pro de la Cultura Judía, pero dicho viaje además de darme la oportunidad de participar en ese acontecimiento cultural de gran envergadura, me posibilitó recorrer las ciudades de Moscú y Kiev, entre otras. Así como también me permitió ver al Bolshoi luego de un breve periplo, ya que las entradas para disfrutar del renombrado espectáculo debí adquirirlas en el mercado negro.
Aquel viaje y la asistencia a dicho Congreso, me posibilitaron compartir experiencias similares a las que se relatan en “El Concierto”, de boca de decenas de escritores, poetas y artistas teatrales judíos.
Pero además de evocar mis reminiscencias personales, la película despertó en mí diversas emociones y reflexiones que quisiera aquí compartir con ustedes.
La riqueza de la trama
Dirigida por Radu Mihaileanu, “El concierto”, está ambientada en los años previos a la implosión de la U.R.S.S. y tiene como uno de sus escenarios principales, la decadencia corrupta del régimen totalitario.
Más precisamente se centra en la época de Brezhnev; Andrei Filipov era el mejor director de orquesta de la Unión Soviética y dirigía al célebre Bolshoi, pero luego de renunciar a pesar de la orden emitida por el Partido, a separarse de los músicos judíos de la orquesta es despedido bajo la sentencia pronunciada por un agente de la KGB en pleno concierto, de “enemigo del pueblo”, dicha en público al tiempo que rompía en dos la batuta.
Humillado y degradado Filipov continúa trabajando en el Bolshoi pero como personal de maestranza, durante 30 años.
Y luego de tres décadas arriba a sus manos la oportunidad de tomarse una revancha. Mientras está lustrando los muebles del despacho de su jefe, llega un fax en el cual el director del Teatro Châtelet de París invita a la orquesta a dar un concierto.
Así Filipov se aboca de lleno a concretar la disparatada idea de reunir a sus anteriores músicos y presentarse en París en nombre del Bolshoi.
En el transcurso de ese periplo en el que intenta reunir a la mayor parte de la anterior orquesta, la trama nos va mostrando el derrotero que les ha tocado en suerte a los que hace 30 años fueran renombrados y eximios músicos.
Sasha, cellista y mejor amigo de Filipov es conductor de ambulancias, el clarinetista gana su sustento haciendo el sonido de películas pornográficas, otros dos músicos se dedican a ser peones de mudanzas y el que fuera antes el poderoso agente de la KGB que los expulsara en público, es hoy un orador de “meetings” comunistas que debe pagarle a la esposa de Filipov para que le reúna asistentes.
A este mismo ex KGB llama Filipov para que sea el manager de la ficticia orquesta Bolshoi que se presentará en París.
Leída la trama con cierta sutileza, puede interpretarse a este personaje como el contrapunto de Filipov. El ex agente de la KGB también tiene un sueño a realizar en París: dar un discurso en la sede del Partido Comunista frente a un sincero público y así revitalizar al comunismo.
En una de las escenas cúlmines del film, frente a la insistencia del director de orquesta de que permaneciera en el teatro durante la función del concierto en vez de ir a la sede del Partido, él acusa a Filipov de egoísta, de pensar sólo en sí mismo, en su fama y no en el bien de todos.
Aquí vemos la inteligencia de este veterano director de cine rumano –conocedor por ende, de primera mano, del comunismo- que no cae en el facilismo de radicalmente endemionar al comunismo, sino que duramente lo critica pero al mismo tiempo resalta la virtud de su ideario; pues ¿cómo podría negarse que las bases que inspiraron a aquella doctrina no eran las que defendían la igualdad humana? Radu Mihaileanu rescata así los nobles ideales diferenciándolos de sus ciegas y corrompidas encarnaciones.
Sin embargo, está claro y el film lo recuerda: todo totalitarismo conlleva a la injusticia, a la falta de libertad y a aberraciones.
En la mencionada escena, Filipov contesta aquellas acusaciones con las siguientes palabras:
“La orquesta es un mundo en el que cada músico llega con su instrumento y su talento diferente y todos se reúnen en un concierto con la esperanza de producir un sonido mágico, de lograr la armonía. Eso es el auténtico comunismo que dura el tiempo de un concierto.”
La cita creo que se justifica por sí sola, además de sagaz, la comparación es en gran medida cierta.
Finalmente, aquel mismo agente de la KGB será quien encierre al funcionario del “Bolshoi oficial” que al descubrir lo que ocurre, irrumpe en el Châtelet para interrumpir el concierto.
Manteniendo un perfecto timing de suspenso en el desenlace de la historia, recién al final comprendemos el nudo de la trama de los personajes –que por razones obvias aquí no mencionaré, de lo contrario privaría a los espectadores de otro de los exquisitos ingredientes de este film.
La música como protagonista
Por otra parte, la otra gran protagonista en esta película es la música. Más precisamente la música de Tchaikovski. Los últimos minutos del film están dedicados a deleitarnos con una maravillosa interpretación de su Concierto para violín y orquesta.
A nivel musical, la historia misma hace una subliminal referencia a lo padecido por el genial compositor Rostropovich cuyas obras fueron censuradas por el régimen comunista al ser declaradas “enemigas de la causa”.
Una perfecta armonía entre la comedia y el drama
Con una perfecta rítmica emotiva, la trama nos lleva a reírnos en innumerables ocasiones de la mano de un humor, por momentos disparatado, plagado de situaciones absurdas y también satíricamente judío.
Luego, promediando el film, logra emocionarnos con un tono dramático nada efectista, pero que logra sensibilizarnos hasta las lágrimas.
“El concierto” es, en buena medida, una apología de los sueños, del entusiasmo y la pasión, razón por la cual algunos giros de la historia no son absolutamente realistas, su propósito pareciera ser no meramente reflejar la realidad tal cual es, sino también mostrar cómo ésta puede cambiar cuando alberga aquello que si bien es imposible, es conjuntamente deseado.
Para concluir, no me resta más que hacer el debido honor a quienes la realizaron:
Interpretación: Alexei Guskov (Andrei Filipov), Mélanie Laurent (Anne-Marie), Dimitri Nazarov (Sacha), Valeri Barinov (Iván), Miou-Miou (Guylène), François Berléand (Olivier), Anna Kamenkova (Irina), Lionel Abelanski. Guión: Radu Mihaileanu; con la colaboración de Matthew Robbins y Alain-Michael Blanc; basado en un argumento de Héctor Cabello Reyes y Thierry Degrandi. Producción: Alain Attal. Música: Armand Amar. Fotografía: Laurent Dailland. Montaje: Ludovic Troch.
En síntesis: Un film para disfrutar y reflexionar.
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