Parece ayer cuando en esa tarde de Marzo me encontraba en Retiro sacando pasajes, de pronto se sintió un ruido sordo y al salir de la estación oí el comentario: Le pusieron una bomba a los judíos. Obviamente al salir vi la humareda que orlaba un edificio circular cercano, dirigí mis pasos apresurado hasta la calle Arroyo y allí encontré el comienzo del infierno. No abundaré en detalles conocidos, todos estábamos atónitos, sin saber que asistíamos al comienzo de la impunidad contra la comunidad judía en su conjunto. Conocía bien el edificio existente en el lugar, inclusive había escrito sobre su emplazamiento como embajada, cuando el señor Mirelman y el señor Teubal, compradores del lugar, dieron a la señora del embajador sus chequeras en blanco para hacer de dicho espacio un lugar lujoso digno del entonces nuevo estado. Ahora contemplaba su destrucción por manos asesinas, también me tocó ver lo mejor y lo peor de la solidaridad humana, desde la ayuda como fuera, hasta la rapiña, sin dejar de lado figuras conocidas que fueran directamente a las cámaras de televisión que se hicieron presentes ante el evento. Cuando el periodista Mario Diament dijo: hoy todos somos judíos, me pareció una expresión solidaria y cierta, solo mi ingenuidad me permitió pensar de ese modo. No sabía cuan profundo calaba en la sociedad argentina, el desinterés por los ciudadanos de origen judaico, cual si fueran no humanos o miembros de otra especie zoológica. Al poco tiempo se hicieron marchas, reuniones, comisiones etc, todo para nada, yo tuve la suerte de entrar en contacto con don Carlos Susevich, padre de una de las víctimas, su lucha desesperada que hasta hoy sigue, me pareció la más digna de las actitudes. Yo aseguraba que esto no quedaría impune, el estado de Israel no lo dejaría pasar y la sociedad argentina en su conjunto haría todo por esclarecer el hecho. Han pasado trece años de impunidad absoluta, incluyendo dictámenes de comisiones ad hoc decretando que la causa fue una auto implosión, provocada por armamentos o explosivos atesorados en la sede diplomática. Las víctimas ya no tienen recupero, la justicia ausente por completo desde aquel momento hasta la fecha. Se abrió la ventana de la impunidad total en ataques a bienes o personas judías en el país y desde aquel momento nuestras escuelas se ven rodeadas de barrotes, rejas de contención, guardias de seguridad, etc. Nuestros niños no saben lo que es concurrir a una institución judaica que no posea dichas barreras, desconocen que la generación anterior, concurría a colegios, clubes, centros etc, en las cuales solo había una puerta, muchas veces abierta de par en par. Carezco de respuestas, no puedo asumir la falta de seriedad con que se investigó este primer atentado, no me cabe duda que esto permitió el segundo ocurrido en la AMIA. Es como si hubiera en el país un inmenso cartel anunciando: libre para atacar judíos, aproveche, acá no se investiga. Hoy sólo me queda tratar de acompañar a los dolientes en su desdicha y recordarle al señor Diament que se equivocó, es falso que un día todos los argentinos fueron judíos, nunca se sintió de ese modo y lo digo con todo el dolor de mi corazón judeo argentino. El atentado a la embajada de Israel, (que pocos recuerdan), fue el comienzo, le siguió la bomba en la AMIA, nada puede prever cuando o cómo será el tercero. Que D” se apiade de nosotros.
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