Fue en el segundo seder de Pesaj del año pasado. Estábamos invitados a festejarlo en casa de unos clientes de mi esposa desconocidos para mí. No soy afecto a concurrir a cenas "judaicas" en las cuales falta el sentimiento judío y supuse que esta sería una reunión de ese tipo, mas en aras de la armonía familiar y sin excusa válida a mano, llegué hasta el lugar donde harían el "seder" de Pesaj. De entrada me desorienté. Había mucha gente, po-cos eran de mi conocimiento y oía conversaciones en diferentes idiomas, identificables pero poco entendibles para mí. Cuando la dueña de ca-sa nos presentó a su hija re-sidente en Finlandia que es-taba de visita, no me asombré. Pero sí lo hice cuando me presentó a la pareja de su hija, cuyo nombre era Scott Men, aunque eso fue-ra lo de menos. El tal Scott era de raza negra, portaba una kipáh (solideo) labrado con ra-diantes colores y hablaba un "slang" inentendible que salía de una boca enorme con "muchísimos" dientes de impecable blancura. Me dispuse a tener un Seder con gentiles. La due-ña de casa me sentó a la cabecera de la mesa para recitar la Hagadah junto a su marido y el tal Scott de los dientes blancos. Cuál no sería mi sorpresa, al observar a Scott si-guiendo los rezos en he-breo. Cuando llegó el mo-mento de los cánticos, tuve que dejarlo seguir a él, no sólo porque cuando yo canto se aprecia el silencio, sino porque él lo hacía maravillosamente bien. Cuando entonó el Jad-Gadio con hermosa melo-día sefaradí, me conmovió, mientras observaba la larga mesa en que americanos, alemanes, ingleses, argentinos y chilenos, compartíamos preciosos momentos de armonía que no son tan comunes entre los hombres. Terminada la primera sesión de cantos, pasamos al living donde en mullidos sillones entablamos largas y poliglotas charlas. Aproveché para dirigirme a Scott en hebreo, que me resulta más fácil que el inglés, y me respondió con un hebreo perfecto que salía cantado por entre su blanca sonrisa. No sé a raíz de qué tema, surgió entre nosotros la idea de contar nuestros orígenes. Oí cosas muy interesantes, y a mi turno, conté sobre la historia de mi familia desde 1700 hasta la fecha, convencido de haber impactado con los datos cronológicos a la audiencia. Aunque le disguste a mis paisanos, los ashkenazíes tenemos mucho por aprender aun de la historia de los sefaradíes. Quizá por ignorancia menoscabamos una historia inmensamente rica, profunda y emotiva. La disgresión anterior viene al caso, porque cuando Scott comenzó a relatar su propia historia, todas nuestras presuntas epopeyas, empequeñecieron ante su relato. Relato de Scott Men Hasta donde yo sé, mi grupo familiar llegó desde la isla de Tamarica (Brasil), como esclavos de una familia de cripto judíos apellidada Mendes, hasta la isla Martinica, que era un dominio francés. A diferencia de otros grupos esclavos, éramos bien tratados, dejándonos libres los días sábados para cultivar mandioca, tabaco y otros cultivos a nuestro exclusivo beneficio. Nuestra religión pasó a ser la de nuestros amos y adoptamos también su apellido, hábitos y costumbres. Esto transcurría en el año 1654. Éramos esclavos de familias holandesas, escapadas de Brasil por la persecución portuguesa. Una parte de la familia Mendes debió enfilar a Ja-maica, que era colonia es-pañola. Los conversos que volvieron a la fe mosaica fueron detenidos, no así los judíos no conversos que como ciudadanos holandeses, fueron liberados. De este grupo de libertos, 23 judíos embarcaron en el Sta. Catherine, llegando a Nueva Amsterdam (Nueva York), donde se desarrollaron y fueron colonizando la zona junto a otros de distinto origen y religión. La fracción de la familia Mendes a que mis abuelos pertenecían quedó en la isla Martinica, donde se dedicaron al cultivo de la caña de azúcar. Su industria y exportación, prosperando rápidamente y nosotros con ellos. Los franceses fueron tolerantes en el aspecto religioso y en 1676 se autorizó a traer desde Amsterdam un rollo de la Toráh, que fue recibido con cánticos y bailes por parte de toda la comunidad hebraica, y nosotros, sus esclavos, nos adherimos al festejo. Fue algunos años más tarde cuando, a instancias de los jesuitas, se comenzó a perseguir a las familias judías, alegando prácticas esotéricas, trato igualitario a los esclavos, aduciendo festejos de la muerte de Cristo y otras patrañas por el estilo. La familia Mendes, así como otras, abandonaron las islas de Martinica y Guadalupe, escapando al tristemente célebre Code Noir (código negro) cuya implementación era una condena para los judíos. Junto con nuestra familia, embarcaron hacia New Amsterdam, las familias Pe-reira, Franco, Molina, Bue-no, D'Andrade, López, etc., cuya situación era igual a la de los Mendes, y al igual que ellas, poseían parientes en la costa donde estaban las colonias inglesas. Durante varias generaciones mis abuelos quedaron al servicio de los Men-des, cuyo apellido se había acortado para estar más a tono con los demás (de ahí el Men). Convenía estar ba-jo la protección de blancos en una tierra en que predominaba la esclavitud. Aunque por relatos, sé que la esclavitud en este caso tenía mucho de "fa-chada", pues mis abuelos habían sido liberados se-gún la ley judaica, y compartían con los "amos", el festejo de todas las efemérides hebraicas. De hecho, durante mu-chas generaciones, mis a-buelos fueron enterrados en un cementerio particular, junto a los miembros de la familia de cuya protección gozáramos. Luego llegó la Guerra de Secesión con su secuela de libertad. Ya para ese en-tonces, la familia Men, tan-to blanca como negra, se había multiplicado y diseminado por la inmensa geografía de América del Norte. Mi padre conservó la religión judía por elección y todo el grupo familiar así lo ha hecho hasta hoy y es probable que así continúe, me dijo Scott con una hermosa sonrisa, llena de blancos dientes brillando bajo su radiante y florida kipáh (solideo). Cuando Scott terminó su relato, un silencio invadió el recinto, la mente y los pensamientos de los invitados habían recorrido los dolorosos años de la esclavitud de los ancestros de Scott ¿Quiénes más que ellos podían valorar la libertad que en esta ocasión se conmemora? Uno de los invitados, deseoso de establecer diferencias, le preguntó a qué tribu de Israel creía pertenecer, sabiendo que por origen no pertenece a ninguna. Yo no alcancé a entender la pregunta. Cuando me la aclararon, y ante el silencio de Scott, me apuré a responder al pedante que había hecho la pregunta. ¿Es que usted no leyó la Biblia?, inquirí con ironía. Le sugiero que lea Números 12 (I), y verá que Scott desciende de Moisés, que tomó como mujer a Cushi (ne-gra). Así que sus orígenes son de la tribu más santa y del varón más grande, con lo cual el impertinente cerró el tema y yo me gané una amplia sonrisa de Scott. Creo que en pocas ocasiones canté el "cuan bello y agradable es estar los hermanos juntos", como en aquella ocasión. No volví a ver a Scott, pero sé que en algún lugar, hay un afro - americano -judío - finés que el próximo Pesaj estará repitiendo el "le contarás a tus hijos" en una mesa de Seder. Eso me lleva a pensar que por mucho tiempo, en distintos lugares, habrá al-gún hombre exaltando frente a sus hijos el valor de la libertad. Aunque no sepamos de ellos ni de su vida, estarán junto a nosotros re-cordando que hemos sido esclavos para no volver a serlo jamás.• © LA VOZ y la opinión
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