Maryssa Navarro Gerassi (nacida en 1938 en España durante la guerra civil española, doctora en historia e integrante del plantel de docentes de varias universidades del mundo, incluida la Yeshiva University de Nueva York), en su trabajo "Los nacionalistas" (Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires 1969), realiza una documentada referencia a "la alianza entre los nacionalistas y el clero derechista católico (durante la década del treinta) en extremo ventajosa para la derecha argentina". Ese sector, íntimamente ligado a la Iglesia, era profundamente antisemita; a-postaba fuertemente a la "resurrección de la Hispanidad"; adhería insistentemente al llamado del ideólogo Ramiro de Maeztu de restaurar "la antigua Monarquía Católica, instituida para servicio de Dios y del prójimo"; y, sobre todo, combatía con todas sus fuerzas a los "malignos satanes del judaísmo y del comunismo que, junto con la masonería, están trabajando sin descanso por la disolución del Occidente cristiano". Entre los más entusiastas promotores de esta ideología estaba la revista "Sol y luna", que publicó diez números entre noviembre de 1938 y mayo de 1943, dirigida, entre otros, por Mario Amadeo (notorio fascista que, años más tarde, en 1955, como ministro de Relaciones Exteriores y Culto del gobierno golpista del general Eduardo Lonardi, sería el encargado de acompañar a Perón hasta la cañonera paraguaya que lo conduciría al largo exilio, y en 1960, como delegado del gobierno de Frondizi ante las Naciones Unidas, protestaría reiteradamente por el secuestro israelí de Adolf Eichmann); Juan Carlos Goyeneche (conocido antisemita que llegó a entrevistarse en Alemania con los más altos jerarcas nazis, que también estuvo después ligado a Lonardi y era apodado "El virrey" por sus nostalgias monárquicas) y José Maria de Estrada (otro hombre de la Iglesia). Entre sus colaboradores contó con lo más graneado de la intelectualidad nacionalista de fines de los treinta, entre ellos Marcelo Sánchez Sorondo (el hijo de Matías Sánchez Sorondo, ex ministro del Interior durante la dictadura de Uriburu y famoso por los discursos antisemitas pronunciados desde su banca en el Senado), Ignacio B. Anzoátegui (escritor, poeta, ultracatólico y apologista de Hitler) y Nimio de Anquín (jefe intelectual del viejo Partido Fascista Cordobés). "Sol y luna" era una revista impresa en forma lujosa y sumamente refinada, que dedicaba la mayoría de sus artículos a la critica literaria y ensayos sobre la eterna grandeza de España, inclusive fragmentos de la "Historia de la leyenda negra hispano-americana" de Rómulo D. Carbia, que trataba de mostrar cómo las grandes hazañas españolas habían sido calumniadas por los judíos, protestantes, comunistas, liberales y masones. También escribía en "Sol y luna", César E. Pico para explicar por qué los católicos debían colaborar con el fascismo. "El fascismo -señaló Pico en ´Sol y luna´, N° 3, 1939, página 75-, considerado en la realidad de su dinamismo histórico, es la única tentativa político-social que ha demostrado su fuerza de contención contra los avances revolucionarios". Los escritores de "Sol y luna", acotó con ironía Marysa Navarro Gerassi, parecían tener un solo tema: explicar por qué, a pesar de sus progresos económicos, la Argentina carecía de vida espiritual. Sostenían que nuestro país había poseído vida espiritual sólo cuando formaba parte de España. El país (en opinión de los nacionalistas católicos argentinos, que entonces desdeñaban la milenaria cultura de los pueblos originarios) había sido un territorio virgen al cual España le había dado todo: su raza, su religión y su idioma. Por lo tanto, según los antisemitas y fascistas de "Sol y luna", la Argentina "debía reafirmar sus antiguos y casi olvidados lazos, y esta reafirmación era la Hispanidad, cuyos símbolos eran la Cruz y la Espada". Fue en esta revista que llegó a colaborar el propio Jorge Luis Borges, embelesado por su pulcritud y su formato de libro culto. Y fue en esta revista, justamente en su N°1, de noviembre de 1938, página 60, que el mismo Goyeneche calificó de "blasfemos" a quienes levantaban los "derechos del hombre". "Sol y luna" se colocó además al servicio incondicional de "los grandiosos designios de Franco para recuperar el Imperio" cuando estalló la guerra civil, considerando al conflicto como una verdadera cruzada contra las fuerzas del mal, especialmente el judaísmo y el comunismo, o sea la "Guerra santa" que había anunciado tiempo atrás el cura ultraantisemita Julio Meinvielle.
EL INEFABLE FRANCESCHI Ya nos hemos referido in extenso, en entregas anteriores, al furioso antisemitismo de "Criterio", el órgano oficioso de la Iglesia que, durante muchos años, fuera dirigida por monseñor Gustavo J. Franceschi. Este sacerdote, entusiasmado con el avance fascista en Europa y por los privilegios obtenidos por el catolicismo durante la égida de Mussolini, escribió en octubre de 1932 un artículo titulado "El despertar nacionalista". "Criterio", igual que el resto de la jerarquía católica, había saludado con entusiasmo el golpe del general Uriburu del 6-IX-30; y, en 1932, exaltó hasta el hartazgo la pastoral emitida por la Iglesia instando a no votar por la fórmula "atea" Lisandro de la Torre-Nicolás Repetto. Y, en 1938 (concretamente el 12 de mayo, páginas 41 y 42), alarmó y llamó a combatir aquello que el multimillonario antisemita norteamericano Henry Ford consideraba como "el mecanismo de un súper gobierno mundial judío perfectamente listo para ser puesto en marcha". Y, para reafirmar su adhesión a la violencia antijudía, especialmente la que se estaba desarrollando con virulenta continuidad en la Alemania hitlerista, la revista de Franceschi (21-IV-38, página 457) recordó que el papa Inocencio IV (1195-1254) autorizó al arzobispo de Viena la expulsión de los judíos "a causa de sus agitaciones y actividades en contra de la fe cristiana y desobediencia a los estatutos concertados". Y agregó "Criterio", reemplazando con odio y racismo, su inveterada retórica sobre la caridad cristiana: "Muchas veces los Papas aprobaban, bien porque peligraba la ortodoxia de los cristianos, bien por la natural inclinación del judío a aliarse racialmente, el que no se le permitiera vivir al judío libremente mezclado en las viviendas de los cristianos, sino recluido en apartamentos propios. Así nació el ghetto o carriere o idenwinkel o judengasse, que todo significa lo mismo. Esto lo promovieron los Papas y los Concilios, como el IV Concilio de Letrán (en 1215), no por un odio de raza ni por un feo o sucio resentimiento, sino por una autodefensa justa contra las ocultas maquinaciones y los peligros del judaísmo. La Iglesia no puede transigir en el ideario: el mosaísmo está, después de la revolución de Jesús, definitivamente arrumbado y caducado. Desde este punto de vista, no espere el judaísmo que la Iglesia reconozca sus doctrinas y menos que acepte un sincretismo judaico-cristiano. El abismo es irreductible. Y seguiremos, como es costumbre antiquísima de la Iglesia, rezando por la conversión de los judíos". Y muy pocos días después, el 12-V-38, página 41, haciéndose eco de un trabajo publicado por el cura P. Ignacio Biain en la revista archiantisemita "San Antonio" que los Padres Franciscanos publicaban entonces en La Habana, Cuba, señaló "Criterio" textualmente: "Vemos en el judaísmo, en su oro y en su Kahal, la más terrible de las amenazas contra los Estados cristianos y contra el orden nacional. He ahí la tarea en que está metido el judaísmo: asegurar la hegemonía universal de Israel y destruir la actual composición cristiana del mundo por el soborno y la revolución. Parece una tarea diabólica, y lo es. La raza que prestó al Hijo de Dios su carne y su sangre y pidió luego su cuerpo para crucificarlo, castigada por Dios a vagar por el mundo, sin patria y sin Rey, en espera de la salvación final, está hoy coaligada, por haberse afincado en una absurda obsesión político religiosa, para la ruina de la sociedad cristiana".
CONTRA EL HOSPITAL ISRAELITA En aquellos días de persecución a los judíos en Alemania y de ascenso brutal del antisemitismo en la Argentina, monseñor Franceschi, si bien criticaba los aspectos "paganos" del régimen de Hitler, no ocultaba su admiración por aquellos que en Roma y Berlín estaban frenando las "ideas disolventes". Franceschi, en "Criterio" del 7 de enero de 1937, llegó a escribir que "en el fondo, en Alemania existe más libertad que en Rusia y, de todos modos, de los que más hay que cuidarse es de los liberales que abren las puertas al comunismo". Y añadió sin ocultar nada de algo que era como una suerte de sambenito de la mayoría de los católicos de esa etapa: "No se puede negar a las autoridades de la nueva Alemania, junto con sus errores, sus positivos méritos: han desarraigado de esa nación al comunismo". La persecución antisemita no le perturbaba en absoluto a Franceschi y, mucho menos, al resto de la prensa católica. El antiliberalismo, el antisemitismo y el anticomunismo de Hitler les agradaba y lo mismo el hecho de que "la juventud alemana", como lo enfatizó "Criterio" en su edición del 23 de agosto de 1935, fuera "sometida a un rígido proceso de militarización". La misma posición sustentó el diario "Crisol", entre cuyos miembros se encontraban numerosos sacerdotes. "Crisol" publicó el 1º de agosto de 1935 un desorbitado panegírico al nazismo que, luego, fue re-partido en octavillas distribuidas en algunas parroquias. En esos días debía aparecer en Buenos Aires la versión española de la biografía del general José de San Martín escrita por el conocido intelectual judeoalemán Emil Ludwig. Entonces estalló el escándalo. "¿Cómo es posible -se preguntó el cura M. J. Sanguinetti en la revista de monseñor Franceschi- que San Martín fuera biografiado por un judío? ¿Cómo es posible que los argentinos tengamos que aguantar estas iniquidades judías?". Para "Criterio" esto constituía un verdadero "atentado", porque el escritor "se disponía a explotar el negocio de nuestro patriotismo en una forma típicamente judaica". Y, al producirse el alzamiento franquista (18-VII-36), el escritor nacionalista L. Barrantes Molina escribió en "El Pueblo" (un diario que contaba con amplio y abierto apoyo de toda la jerarquía eclesiástica): "La unidad nacional de los argentinos exige liberarse del comunista, el franc masón, el judío, el liberal y el socialista". Fue precisamente en esos momentos que comenzó a arreciar en Buenos Aires una ola de denuncias contra la "infiltración judía". Volantes que no tenían firma ni pie de imprenta, pero que eran de indudable origen nacionalista y católico, llamaban a impedir que los judíos se apoderaran en la Argentina de la educación, la salud, la cultura y las Fuerzas Armadas. Damos un ejemplo de esos volantes titulado "El racismo judío", que era repartido especialmente en los hospitales públicos y apuntaba a descalificar al Hospital Israelita (que gozaba de mucho prestigio científico) y decía textualmente lo siguiente: "La clase de racismo que practican los judíos es el peor, porque es un racismo intransigente, intolerante contra todo lo que no sea de origen judío. "Dicho racismo lo ponen en evidencia en sus congregaciones, ghettos, hospitales, instituciones, etc., infranqueables para todo lo que no sea judío. Pero cuando este mismo sistema lo sienten aplicado en contra de ellos, reaccionan a gritos y exhiben el provechoso pretexto de la ´libertad y la democracia´, pidiendo en nombre de estos principios el más amplio apoyo y goce de derechos. "El ejemplo lo tenemos en los hospitales. El Hospital Israelita es in-franqueable para todo lo que no sea judío y estos mismos son los que protestan cuando en un hospital municipal se les prohíbe la entrada". "Últimamente, la Ezrah, organismo judío, se ha puesto en campaña en toda la colectividad para una conscripción de socios judíos para el Hospital Israelita, que alcanza sus ´beneficios´ solamente a los que llevan sobre sí los estigmas de un origen perverso, frutos de la traición y la desobediencia: los judíos". Demás está decir que el contenido de este libelo era absolutamente calumnioso, porque el Hospital Israelita estaba abierto de par en par para todos. Pero los antisemitas argentinos desataron esta campaña para justificar la discriminación expandida en aquellos años contra los judíos en los hospitales públicos y, particularmente, en la Facultad de Medicina donde la vida cotidiana de los estudiantes judíos era un verdadero pandemonio.
ORACIÓN DEL CURA FILIPPO En nuestra entrega anterior, los lectores tuvieron oportunidad de acceder a los poemas antisemitas escritos en 1939 por otro cura nazi, Virgilio Filippo, unos de los infatigables operadores de la Iglesia. En esa misma época, cuando arreciaban las persecuciones antijudías en Europa y las matanzas eran algo habitual, Filippo dio a conocer una "oración final" (con reminiscencias quizás de la "solución final") que decía exactamente así: "Señor, Tú que siempre has rechazado las promesas falaces de Satanás, mira a este pueblo argentino sometido actualmente por el espíritu del mal. No es justo que una nación de arraigadas tradiciones cristianas, con tanta sangre latina e italiana circulando en sus venas y arterias, de alma católica, sea puesta al servicio del judaísmo internacional y de sus jefes visibles, Franklin Delano Roosevelt y el verdugo de todas las Rusias, José Stalin, destructor de tu Iglesia. Ilumina las mentes de nuestros gobernantes para que no permitan que seamos la vanguardia fratricida de la retaguardia cobarde, siempre en fuga. Esos anticristos judaicos, en sus naufragios, suelen clamar habitualmente: ¡primero las mujeres y los niños!. Mas ahora, en su hundimiento final gracias a la acción libertadora de los lideres europeos, quieren que seamos nosotros, los argentinos, los primeros en sacrificarnos. Tú no lo permitirás, Señor". Este verdadero llamado al genocidio en nuestro país, lo difundió el cura Filippo principalmente en su iglesia del barrio de Devoto, aunque también tuvo repercusión en la prensa nacionalista católica.
LA AGRESIÓN A WALDO FRANK El escritor judío Waldo David Frank, residente en los Estados Unidos y autor, entre otros libros, de "Rahab", "España virgen", "Ya viene el amado" y "El redescubrimiento de América", fue golpeado y torturado apenas llegó en 1942 a la Argentina a dictar conferencias antifascistas. Toda la prensa nacionalista y católica realizó la apología del atentado y "El Pueblo", diario que alguna vez había recibido la felicitación del propio Vaticano, se alegró de este modo: "El señor Frank, después de la golpeadura, y sin duda por temor a dejar definitivamente sus huesos en tierra argentina, hizo una serie de aclaraciones hipócritas que no convencen a nadie. El cínico escritorzuelo judío comunizante se ha dedicado a formular declaraciones injuriosas contra nuestro país y calumnias que sólo pueden malquistarnos con repúblicas hermanas y vecinas". Los sectores adversos al fascismo, que salieron a repudiar el atentado y a expresarle su solidaridad a Waldo Frank, fueron reprimidos por la policía. Inclusive Alicia Moreau de Justo fue detenida por repartir volantes antifascistas, en tanto que "Clarinada" calificó a la aguerrida dirigente socialista como "un insulto para la mujer de nuestro pueblo". Sin embargo, los epítetos más duros contra el escritor judío los lanzó el propio cura Filippo, quien, en una nota publicada originalmente en "El Heraldo" de Belgrano y luego reproducida en otros medios de ese sector, no sólo justificó la agresión sino que también reclamó que se haga lo mismo "con todos los judíos que están al servicio incondicional de la revolución comunista y del ataque a nuestra santa Iglesia". Y a propósito de "El Pueblo", el diario que los católicos de Buenos Aires leyeron durante alrededor de seis décadas desde 1900, sus páginas plagadas de material antisemita y de exaltación a las "potencias nacionales", podrían extenderse por varios kilómetros. Seguramente en nuestras próximas entregas tendremos oportunidad de referirnos a esta publicación que reflejaba nítidamente las posiciones oficiales de la Iglesia. Por hoy, como ejemplificación y para cerrar esta nota, basta un botón: En 1940, cuando se produjo la entrada nazi a París y se estableció el gobierno títere de Vichy, "El Pueblo" le cantó loas al mariscal Petain con este título: "Nace un Estado cristiano". Eran los tiempos en que la Iglesia argentina había desatado una desesperada ofensiva para confesionalizar la sociedad argentina. Eran los tiempos en que el obispo de Rio Cuarto publicaba la enésima carta pastoral definiendo a la escuela laica como "un crimen de lesa niñez" y como "un veneno mortífero todas las doctrinas opuestas a la doctrina católica". Eran los tiempos en que el vicario general del ejército, monseñor Calcagno, trataba de alimentar en los cadetes del Liceo Militar la mística de los "soldados cristianos", invistiéndolos de la responsabilidad y el privilegio del "sacerdocio" que habían emprendido ("sois argentinos", les dijo, por lo tanto "sois cristianos"). Eran los tiempos en que el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel A. Fresco (admirador de Hitler y Mussolini) implantaba la enseñanza de la religión católica en las escuelas del primer Estado argentino. Eran los tiempos en que "El Pueblo" (4-IX-39, apenas tres días después de la invasión de las tropas de Hitler a Polonia) llamaba en nuestro país a la "lucha religiosa". Eran los tiempos en que las congregaciones francesas de la Argentina, a través de "El Pueblo", se dirigían colmadas de devoción al anciano mariscal cristiano que había claudicado ante Hitler. Eran los tiempos en que toda la prensa católica celebraba el proceso de Riom que los colaboracionistas franceses habían incoado contra el ex premier socialista León Blum (de origen judío) y "El Pueblo" se preguntaba en un tono colmado de esperanza: "¿Llegaremos a tener nuestro Riom?. Eran los días, en fin, del gran asedio nazi a las ciudades rusas, cuando la gran mayoría de los curas argentinos elevaban sus preces al Altísimo para que "se hunda pronto y para siempre el odiado y diabólico régimen judeo-soviético". En la calle judía, mientras tanto, frente al avance arrollador del nazismo de allá y del antisemitismo de acá, reinaba el desconcierto y la amargura. Todo parecía derrumbarse y las publicaciones de la colectividad, de una y otra orientación, en aquellas jornadas sombrías de fines de los años treinta y principios del cuarenta, trataban de insuflarle aliento a las masas judías para no desfallecer ni perder el ánimo de lucha.. © LA VOZ y la opinión
|
|
|
|
|
|