Autor: Scholem Aleijem
Traducción del idish: Esther Jarmatz
Había una vez un rey. El rey era grande y fuerte. Pero no le gustaban los judíos. Entonces emitía cada vez nuevos edictos, como el faraón, rey de Egipto. Una vez, en Pesaj había sido, se habían reunido con él todos los ministros y se pusieron a pensar qué nueva ley podían sacar en contra de los judíos. Que los judíos no pueden habitar en cualquier lugar del país, ya existe. Que los judíos no pueden ser oficiales del ejército, ya existe. Que los chicos judíos no puedan estudiar en las escuelas secundarias, ya existe. Entonces se le ocurrió a uno ensañarse con el Matze (La Matzá). Este creativo ministro salió con una acusación: que los judíos cuando llega Pesaj hornean para tener durante ocho días unas galletas redondas que se llaman Matze. Quién sabe qué clase de comida es esa! Sería más que justo, que se les prohíba comer Matzá. El rey se rascó la frente, pensó un ratito y ordenó que le trajeran una Matzá. Se lanzaron los emisarios por toda la capital a buscar judíos pero no pudieron encontrarlos y cuando finalmente encontraron a un judío y le exigieron una Matzá para llevársela al rey, juró que el no come Matze. Los judíos entendieron que aquí debe tratarse de un nuevo edicto. A duras penas lograron encontrar un judío que no tenía miedo de revelar que el come Matze. Le pidieron una Matzá y se la llevaron al rey. Ni bien vió el rey la Matzá, ésta le gustó. La probó y la fue comiendo de a pedacitos. Y cuando la terminó de comer, comenzó el rey a sentirse mal, cada vez peor. Y cuando se sintió bien mal, entonces fueron convocados los mejores médicos y los más grandes profesores del país. Ellos diagnosticaron que dentro de la panza del rey se encuentra algo que le hace sentir morirse. Entonces el más grande de los profesores inclinó la cabeza y posó su oreja sobre la panza y escuchó que alguien canta allí. Entonces el médico le dijo al rey: si me permite hablaré con ese que está en su panza.
Dijo el rey: hable con él ya. Entonces le habló el médico al que está en la panza del rey: - Dime, quién eres? - Soy un judío – contestó el que estaba en la panza - Qué hacés allí? - Nada – dijo el judío - Sería bueno que salgas de ahí. - No quiero salir, replicó el judío. - Por qué? - preguntó el médico. - Eso es asunto mío, contestó el judío. - Si salís de ahí, recibirás un regalo. - Ya sabemos qué regalo: me echan del país en menos de 24 horas. - Por qué? - Porque soy judío y los judíos no pueden permanecer aquí. - Pero si te prometen que podés permanecer aquí? - Que yo solo pueda permanecer aquí no me sirve. Yo quiero que todos los judíos puedan permanecer aquí.
Mientras duraba esta conversación, el rey se sentía muy mal. El judío hablaba con manos y pies, con todo su cuerpo y el rey pensó que llegó su fin. Comenzó el rey a rogarles a los profesores que traten de terminar el asunto. Entonces le habla el médico que todo el tiempo negociaba con el judío que estaba en la panza: - El rey te promete que vas a poder quedarte en el país, por todo el tiempo que quieras. - Pero yo ya le dije... que ese privilegio para mi solo no me interesa. Yo quiero eso para todos los judíos. - Está bien, todos los judíos podrán. Pero salí ya mismo de ahí. - Quién dice esto? - Lo decimos nosotros, los médicos. Pero esa es la voluntad del rey. - Quién me asegura esto? - Pero has escuchado las palabras del rey! - Que el rey diga, eso aún es poco. Ahora que le duele mucho dice así. Después, cuando se le pase, va a decir otra cosa. Igual que el faraón, rey de Egipto. - Qué es lo que quieres? Quiero que lo firme y selle, emita un documento, pasarlo por el Senado.
El que estaba dentro de la panza del rey comenzó a hablar con tanta vehemencia, a mover los pies y las manos, que el rey ya no pudo aguantar más semejante dolor. El rey ordenó entonces que se reúna a los ministros y se prepare un documento, agregar el sello del rey y su firma y hacer pasar por el Senado una nueva ley, que diga que los judíos pueden vivir y permanecer en la capital y en cualquier lugar del país en total libertad. Y todo está perfectamente autorizado. Ni bien el judío escuchó esto, salió a través del dedo meñique de la mano izquierda del rey, se prosternó delante de todo el Senado y fue a buscar negocios entre sus hermanos.
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