El 6 de abril de 2005 falleció a los 89 años, en su casa, en Brooklyn, Massachusetss, el célebre escritor y Premio Nobel de Literatura, el judío norteamericano Saúl Bellow. Cabe destacar que en 1999, a esa altura de su vida, Bellow había vuelto a ser padre, fruto de su quinto y último matrimonio con Janis Freedman, la pequeña Naomi Rose, que él anunció alborozado pero que desató no pocas polémicas. Bellow fue padre de otros tres hijos de sus anteriores matrimonios, que le dieron a su vez varios nietos. Y también, controvertido es su último libro, “Ravelstein”, en el que narra la vida de su gran amigo, el filósofo y politólogo Allan Bloom, muerto en Chicago en 1962. En este caso, se le reprocha a Bellow que descubra aspectos íntimos del protagonista, hasta ahora no revelados, como su homosexualidad y su muerte por Sida. Consecuentes con nuestro propósito de homenajear a las personalidades ilustres, nos ocuparemos de este brillante escritor, comprometido judío y excepcional ser humano. Bellow es considerado el más destacado de los escritores judíos de la generación que actuó después de la Segunda Guerra Mundial, ha sido el único Nobel estadounidense que ha recibido además, tres Premios Nacionales del Libro (“National Book Award”) y un Premio Pulitzer.
LOS COMIENZOS. Desde su temprana infancia mostró Saúl Bellow un especial talante comunicativo. Se manejaba con tres lenguas: el inglés, el francés y el ídish. Sus padres habían llegado al Canadá procedentes de Rusia. Él nació en 1915 en Lachine, un pueblo del Quebec, provincia canadiense de habla francesa. Luego se mudaron a Montreal, la mayor ciudad de esa provincia. A los seis años de edad lucía un “talít katán”(1) de indiana verde bajo su camisa. Con sus padres se traslada luego a los Estados Unidos, exactamente a la ciudad de Chicago, en el Estado de Illinois. Allí se afincarían definitivamente. Fue estudiante de Antropología en la Universidad de Chicago y en otras del noroeste del país. En 1937 obtiene la licenciatura en Antropología y funda una revista literaria junto al periodista Sydney Harris. En 1940 comienza a escribir. A la vez, entre 1943 y 1946 se desempeña en el staff editorial de la “Enciclopedia Británica”. Cuando estalla la Guerra se alista en la Marina Mercante.
(1)“Talít Katán” (“arbá kanfot”): especie de chaleco provisto de 4 flecos (“tzitziot”), que el judío observante viste debajo de su ropa.
NACE EL NOVELISTA. Su primera novela data de 1944, cuando tenía 29 años de edad, y se titula “Hombre en Vilo”. Describe la vida de los jóvenes norteamericanos angustiados en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Se la dedica a su hija Anita. En 1947, días de posguerra, edita una novela sobre el antisemitismo: “La Víctima.” Entre 1952 y 1953 se desempeña como profesor de escritura creativa en la Universidad de Princeton. Luego es designado oficialmente en la Universidad de Chicago, en el Comité de Pensamiento Social. En 1953 va a ser galardonado con el Premio Nacional al Libro (“National Book Award”), cuando publique, por una casa editorial neoyorquina, “Las Aventuras de Augie March”. Se trata de una novela picaresca, que narra las peripecias de un muchacho judío de Chicago durante los años de la depresión económica. En 1956 aparece “Carpe Diem”, “Disfruta el día presente” (expresión tomada del famoso poeta latino Horacio). Es un estudio sobre la soledad en los comienzos de la Edad Media. De 1958 es su novela “Henderson, el Rey de la Lluvia”, dedicada a su hijo Gregory. En ella incursiona en la fantástica historia de un hombre acaudalado que emprende una búsqueda de la realidad última del mundo entre las tribus africanas. Con esta novela crece ostensiblemente la popularidad de Bellow, puesto que llega a una masiva cantidad de lectores.
EL TEMA JUDÍO. En su obra encontramos, desde ya, el tema judío. En 1963 publica “Grandes relatos judíos breves”, y en 1964 obtiene un especial suceso con “Herzog.” Esta novela -cuya versión española consta de 400 páginas- se convierte pronto en un “best seller” internacional. Y además lo hace acreedor al Premio Internacional de Literatura, proyectándolo mundialmente. Su héroe es un profesor judío que rumia sin cesar graciosas, pero inútiles, batallas frente a una realidad que no comprende; y se estrella contra ese mundo deshumanizado, algo que acontece con casi todos los personajes protagónicos de las novelas de Saúl Bellow. Así, queda atrapado en la contradicción entre su rico universo interior y un ámbito totalmente opuesto. Bellow es considerado uno de los grandes escritores de la segunda mitad del siglo veinte. Si bien fue la novela la que lo proyectó en el mundo, también debe recordarse que incursionó en otros géneros literarios, como el teatro y el periodismo. Su primera pieza de teatro, se titula “Análisis” y data de 1965.
CORRESPONSAL DE GUERRA. En 1967 va como corresponsal de la revista norteamericana “Newsday” a cubrir la Guerra de los Seis Días en Israel. Bellow hizo llegar largos informes a través del télex a los lectores en los Estados Unidos. Les describía minuciosamente el campo de batalla. Era la primera vez que le tocaba estar en medio de una guerra. Y era una guerra que sentía como propia, dada su condición de judío. Estuvo en los Altos del Golán, así como en el Desierto del Sinaí. En esta última geografía le llamaron la atención algunos bultos abandonados, ya que le pareció extraño que hubieran caído tantas lonas o sacos de los camiones militares. “…No tardé en darme cuenta -nos relata asombrado- de que aquellos sacos oscuros y reventados eran cadáveres…”. El drama de la guerra se le aparecía en toda su dimensión al escritor humanista, que venía de latitudes menos agitadas.
LA DIMENSIÓN DE LA LITERATURA. De vuelta en Chicago, escribe en 1968 “Las Memorias de Mosby y otros relatos” y en 1970, “El Planeta del Señor Sammler”. Por ese libro obtiene el tercer “National Book Award”. En 1975 publica “El legado de Humboldt”; posiblemente su obra literaria más importante. Bellow siempre definió la obra de arte como el más acabado retrato de la dimensión humana. Así entendía la literatura en general y también la suya propia. Con la llegada de los años setenta, el mundo occidental se hiperpolitizó. Bellow reflexionaba con amargura sobre esa joven lectora que le escribía desde Italia, diciéndole que sus novelas tenían astucia para negar los acontecimientos políticos. Él respondía que el poeta sigue siendo poeta sólo cuando “los sentimientos humanos, la experiencia humana, la forma y el rostro humanos, recuperan su lugar propio: el primer plano”, aun a costa de las peripecias de la política. Pero supo, no ya como escritor de ficción sino como hombre comprometido y pensador consustanciado con los ideales de la democracia, hacer oír su voz en las distintas circunstancias en que la realidad política lo exigía; o bien, en todo lo concerniente a la existencia de Israel.
CARTA QUE NO SE PUBLICA. Con la Guerra de Iom Kipur, en octubre de 1973, se vivían tiempos en que el mundo civilizado se sometía al chantaje árabe por la crisis del petróleo. Las más avanzadas potencias occidentales se aliaban a los regímenes opresores del Medio Oriente. Y al canciller francés Maurice Jobert se le ocurrió declarar públicamente que la guerra contra Israel se justificaba por el deseo de los árabes de “volver a casa”. Bellow no pudo tolerar semejante ignominia y envió una carta al célebre diario francés “Le Monde”. Fueron dos copias: una que entregó el dramaturgo Eugène Ionesco y la otra el novelista Manes Sperber. Sin embargo, el diario no las publicó. Bellow haría trascender más tarde, y por otros medios, el contenido de la misiva. Se preguntaba qué Francia habría de prevalecer: la de la Ilustración y el ideario liberal o la del “affaire” Dreyfus y el Gobierno de Vichy.
EL VIAJE. A fines de 1975 viaja a Medinat Israel con su esposa Alexandra, matemática de origen rumano, no judía. Sus reflexiones dan lugar al libro “Jerusalem, Ida y Vuelta. Un Relato Personal”, que aparece en 1976. Es un trabajo muy ingenioso, en el que se describen con agudeza los conflictos y problemas que hacen a la vida del Estado de Israel, lo mismo que las relaciones entre dicho país y los Estados Unidos.
EL PULITZER. EL NOBEL. En “El Legado de Humboldt” que publicó en 1975, estigmatiza el fascismo y el stalinismo, que pretenden erigirse en verdades abstractas, negando así las realidades concretas. El título le valió el “Premio Pulitzer” En 1976, La Academia Sueca de Letras le otorga a Saúl Bellow el Premio Nobel de Literatura por “La humana comprensión y el sutil análisis de la cultura contemporánea que se unen en su obra”.
ENTRE CHICAGO Y BUCAREST. En 1982 publicó la novela “El Diciembre del Decano”, cuya acción transcurre entre Chicago y Bucarest. No olvidemos que de esta última ciudad era oriunda su esposa, lo mismo que su amigo y editor Pat Covicci. “Albert Corde” es el personaje protagónico de la historia. Se trata de un cronista que regresa a su ciudad para enseñar periodismo y que concluye siendo decano de una universidad. El relato nos muestra desde los centros asistenciales de Chicago, en el Estado norteamericano de Illinois, hasta la policía secreta de Bucarest, capital de la entonces República Popular de Rumania. El decano de los Estados Unidos logrará adentrarse en el alma de los marginales, sean éstos malhechores, drogadictos o simples vagabundos. Con un estilo de a ratos simple, de a ratos sofisticado, Saúl Bellow dibuja una trama ágil que atrapa al lector. Es un relato de amor y muerte en el que siempre se debe tomar contacto con el mundo interior de los personajes.
EL DERECHO A LA EXISTENCIA. Las continuas guerras que Israel debía afrontar, llevaron a Bellow a escribir con energía acerca del derecho a la existencia del Estado Judío. Así leemos: “…Lo que uno sabe es que la creación de un Estado judío dejó intacto un hecho de la vida judía: no es posible dar por sentado el derecho a vivir. Otros pueden; nosotros, no…”. Y agrega que “…los judíos, por ser judíos, nunca han podido considerar el derecho a vivir como un derecho natural…“. En 1975, durante su segunda visita a Israel, una bomba produjo seis muertes en Iafo. “Una bomba en Israel nunca será como una bomba en cualquier otro lugar del mundo”, precisó Bellow. Por los mismos días también era arrojada una carga de dinamita en Londres, pero “…la diferencia es -señaló-, que cuando estalla una bomba en un restorán del “West End”, no se pone en discusión el derecho fundamental de Inglaterra a existir…”.
IDA Y VUELTA A JERUSALEM. Queremos a partir de aquí ocuparnos especialmente del libro ya citado, “Jerusalem, Ida y Vuelta”, que apareció poco después de su visita de 1975. Pese al título, lo que se describe no es sólo Jerusalem sino todo Israel; aunque Jerusalem ocupa el lugar más importante. Eran días difíciles y muy tensos. A la arrogancia de los árabes luego de la Guerra de Iom Kipur se sumó la incomprensión del mundo hacia la postura Israelí y la terrible actitud de la UN, traducida en una resolución que equiparaba al sionismo con el racismo. Fue en esos días cuando Saúl Bellow decidió ver Israel con sus propios ojos y narrarlo con su propia pluma.
EL AURA DE SHIMÓN PERES. Tuvo intenso contacto con diferentes factores de la vida política israelí (Itzjak Rabin era entonces el premier). De un almuerzo compartido con los ministros Shimón Peres e Israel Galili y el alcalde de Jerusalem, Teddy Kóllek, por ejemplo, apuntará Bellow sus impresiones: “…Teddy Kóllek observa que los viejos dirigentes nunca han estado dispuestos a reconocer un problema árabe. Golda Meir rechazó de plano su existencia. El señor Galili, viejo socialista y “kibutznik”, discrepa con la observación de Kóllek. El señor Peres es un político de rango demasiado elevado como para dejarse arrastrar durante el almuerzo a una disputa de esta naturaleza…”. Se detiene luego en la radiografía de Shimón Peres, a quien conoce en sus años de más fulgurante presencia política. Nos dice de él: “…Ha venido a hablar de literatura conmigo, colega suyo en cuanto escritor…” Y nos explica acerca del carisma del líder laborista israelí: “…El señor Peres posee un aura. Lo rodea el brillo del poder. Ya he observado esto antes. Era visible en los difuntos Kennedy, Jack y Bobby…”. En la comparación, encuentra que en los tres, “…sus cabellos relucían, su color era sano, sus dientes eran fuertes…”.
ESPÍRITUS MULTIFORMES. Bellow observó también que, dondequiera fuese, era notable en Israel la frecuencia con que aparecían personas que creía haber visto en otra parte, o sumamente parecidas a ellas. Escribió entonces que “…en Israel, dondequiera que uno vaya, cree reconocer a las personas. Se ven ojos, narices, complexiones, posturas, gestos familiares. El profesor Harkabi y mi primo Louis, de Lachine, se parecen mucho…”. Y también se preguntaba: “…Este hombre calvo, de voz profunda y amplio pecho ¿es el gerente de una fábrica de Nazaret o el hijo del doctor Tir, que llegó a capitán de la marina mercante de los Estados Unidos?…”. Y concluye: “…Empieza uno a sospechar que un grupo multiforme de espíritus está operando a partir de un limitado número de tipos corporales y faciales…”. Por ello siente que “…la experiencia es agradable y desagradable a la vez. Los ojos, pecas, bocas, dedos, son extraordinariamente familiares. Pero estas semejanzas son engañosas… “, define, ya que “…cuando uno se entrevista con dirigentes y ministros de gobierno que parecen agentes de seguros de Montreal o profesores universitarios de Brooklyn, empieza uno a sentirse desconcertado…”.
SOBRE LA CIUDAD SANTA. De imperdible factura son también algunas de las descripciones que realiza Bellow de su estancia en Jerusalem. Con pausada y emotiva prosa nos describe en las páginas de “Jerusalem. Ida y Vuelta” los distintos aspectos que en ella adquieren especial relieve. Así, nos dice de la luz: “…Me afecta la suavidad de la luz. Vuelvo la vista hacia abajo, hacia el Mar Muerto, por encima de quebradas, rocas y casitas de tejados bulbosos. Tienen ellas el color de la propia tierra, y en esta extraña falta de vida, el aire abrasador presiona con un peso casi humano. Estos colores comunican algo inteligible, algo metafísico…”. Y del pensamiento nos confirma que “…la gente piensa aquí tanto, y con tanta ansiedad… Y debido a la longitud y profundidad de su historia, este diminuto país parece a veces muy grande. Alguna dimensión mental parece extenderse en el espacio…”. O bien, de la palabra, en todo cuanto hace a la reconocida verborragia de los judíos, que adquiere especial fuerza en el ámbito de su eterna Jerusalem, afirma Bellow: “…Aquí, en Jerusalem, cuando cierra uno la puerta de su apartamento, se encuentra envuelto en un embravecido temporal de conversaciones: exposición, argumentación, arenga, análisis, teoría, debate, amenaza y profecía…”.
PARTICULAR SENSIBILIDAD. Encontramos en Bellow una especial sensibilidad, su corazón latiendo siempre junto a las desventuras del pueblo hebreo, su literatura tan llena de la vida de las gentes, con sus anhelos, amores, sinsabores y fantasías. Una prosa maestra que lo llevó al Premio Nobel y un ser humano siempre dispuesto a la entrega generosa. Las novelas de Bellow nos muestran a sus criaturas en su grandeza y en su miseria; pero en casi todos los casos, sus personajes aparecen cubiertos por un manto de comprensión y afecto. Su literatura nos acerca a la gente; a la gente y a las formas de vida que en los pueblos se dan. En el terreno personal, la amistad fue una faceta especialmente cultivada por Bellow. El celebrado escritor judeonorteamericano, que había cumplido en 2005 sus luminosos 89 años, había dicho que, contrariamente a lo que muchos le advirtieron, al llegar a los sesenta empezó a tener más amigos. Es decir, que desafió una ley que los demás tienen como segura. Es que el afán de conocimiento y la aventura de la proximidad del otro fueron para él un estilo de vida. Y su literatura, bien puede decirse que es, en parte, una continuidad de ese estilo por comprender e indagar en el otro, por memorizar lo que el otro puede y lo que no puede y por hacerlo llegar al público. Bellow fue, en el juicio de muchos críticos, uno de los más admirados novelistas del siglo veinte. Bien vale entonces que lo recordemos y homenajeemos.
REENCUENTRO CON EL NIÑO DEL TALIT. Si una anécdota lo pinta de cuerpo entero, es aquélla de un viaje a Israel con su esposa. En el avión venía un grupo jasídico de Nueva Jersey. Habló en ídish con el joven religioso que tenía a su lado, por lo que éste supo que era judío. Para que el joven no se decepcionase ante un judío que no era devoto, optó por pedirle a la azafata que le sirvieran también a él comida “kasher.” Es más, le dijo al joven que su esposa no hablaba ídish porque no había recibido educación judía. De ningún modo quería contrariar el mundo de ilusiones de aquel piadoso judío. Y tal vez se haya reencontrado él mismo con aquel niño que usaba, bajo la camisa americana, un “talit” de indiana verde…
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