Entre las innumerables acusaciones que son objeto de serios debates en los distintos foros del mundo como las Naciones Unidas, la calumnia de que Israel “roba” el agua de los palestinos y que limita la cantidad de agua con fines de “limpieza étnica” ocupa un lugar principal. Dado que en mi carrera de treinta años de ingeniero de aguas en Israel tuve la oportunidad de familiarizarme con la realidad, que es completamente contraria a las fantasías que circulan, hace tiempo que pensé escribir una nota sobre el tema.
Al mismo tiempo, pensé: para qué, si todos sabemos que los judios siempre hemos sido victimas de absurdas calumnias, ninguna persona civilizada las toma en serio. Si en el pasado se nos acusaba de haber matado a Dios, de envenenar pozos y, ultimamente, de ejecutar palestinos para vender sus órganos, ¿como no van a creer una cosa tan trivial como que robamos el agua de nuestros vecinos? El que explica demasiado siempre es visto como por lo menos un poco culpable; algo siempre se le pega. Mejor no explicar nada.
Lo que finalmente me ``colmó'' fue el blog de un europeo muy decente sobre un ``cursillo de verano'' sobre el agua que tuvo en los territorios palestinos. Uno de las prácticas tuvo lugar en Salfit, una ciudad palestina cerca de Ariel, en el valle del biblico arroyo Kamah, un afluente del Rio Yarkón que pasa por Tel Aviv.
La situación de Salfit no es envidiable, ya que las aguas negras crudas (no tratadas) de la ciudad descargan libremente al arroyo, mientras que los pozos que abastecen de agua potable (un decir) a la ciudad, se encuentran justo corriente abajo. La ayuda alemana ha erigido gratis una moderna planta de tratamiento de aguas servidas, que la Municipalidad de Salfit no mantiene ni opera. Salfit constituye una de las bases de ``activistas'' más agresiva, por lo que ningún israelí puede entrar a la ciudad (además que está absolutamente prohibido, por ser Zona C de dominio absoluto de la Autoridad Palestina).
Nuestro amigo europeo salió convencido de que los israelíes, mágicamente, impiden que los habitantes de Salfit purifiquen sus aguas servidas. Le explicaron que las autoridades israelíes -por pura maldad- les prohiben mantener la planta, y ellos no pueden hacer nada. Por lo que entendí, la planta alemana está medio desmantelada (me imagino que ha sido vendida como chatarra; el hierro está a 600 shékels la tonelada). Supongo que un escandinavo puede creer más facilmente que los palestinos obedecen con disciplina ciega una orden de las autoridades (como ``¡Paren las máquinas!'') que la alternativa de que alguien no haga nada para cuidar la calidad del agua que toma.
La realidad es que los palestinos están convencidos que el abastecimiento de agua potable no es un problema de ellos sino de los ``ocupantes'', y el mundo les da la razon.
Pero la realidad es que ninguna de las numerosas plantas de tratamiento de aguas servidas existentes en las ciudades palestinas funciona, todas han sido abandonadas y dejan pasar las aguas servidas crudas. Dado que las poblaciones palestinas están en las partes altas de Judea y Samaria, la pestilencia fluye por gravedad hacia las partes más bajas de la topografia, es decir, hacia la franja israelí.
El problema no es, por tanto, de los palestinos, sino israelí. No nos queda más remedio que purificar los desechos palestinos en territorio israelí, cosa que hacemos y a nuestra costa.
Un aparte cómico son las acusaciones de los habitantes de Salfit contra el Ejército israelí, que afirman (y los europeos lo creen) cría y libera jabalíes de ataque (cerdos salvajes) que destruyen sus cultivos y amenazan a sus niños. El cerdo es un animal tabú para los mahometanos, que le tienen un horror especial, por lo que el europeo entiende que se trata de una maquiavélica acción de guerra psicológica.
La realidad es más prosaica. En la Galilea, una vez al año se levanta la veda de la caza de jabalíes, y los drusos mantienen controlada la población. No así en el Shomrón, donde los cerdos salvajes se han convertido en una plaga agrícola. Me parece que entiendo la moraleja de la fábula palestina: ellos también quisieran salir a cazar pero prefieren no toparse llevando armas largas con alguna patrulla israelí.
La interpretación que doy es mía, la interpretación que circula en los medios árabes y musulmanes (y europeos) es la otra. Dudo que este semanario tenga mucha difusión en la ``calle árabe'', por lo que los salvajes cerdos de ataque del Ejército de Defensa de Israel seguirán rondando en la imaginación levantina.
Que Salfit no trate sus aguas servidas constituye un problema para nosotros (el autor vive en Kfar Saba que bombea ``eau de Salfit''), pero no es nada en comparacion con el problema de Meitar (un suburbio de Beer Sheva). El arroyo Hebrón nace en Hebrón a unos 800 metros de altura. USAID, la organizacion de ayuda de los Estados Unidos, ha levantado una moderna planta de tratamiento de aguas servidas para esta ciudad, de más de 150.000 habitantes. Está de más decir que la planta está abandonada y no funciona, y que las alcantarillas descargan libremente su contaminación al arroyo. Hebrón es famoso por su industria marroquinera, que procesa los cueros crudos con cromo. El cromo es un metal altamente tóxico en ínfimas concentraciones, y se infiltra al acuífero a lo largo del cauce, contaminando los pozos de agua potable de Beer Sheva. Los Pozos del Juramento cavados por Isaac, que ese es el significado del nombre de la ciudad, abastecieron agua potable durante 3.000 años, pero no más. Sería ilusorio esperar que la Municipalidad de Hebrón haga algo que pueda aunque remotamente beneficiar a los israelíes, por lo que habrá que esperar que el avance tecnológico torne obsoleto el uso de materiales tóxicos en la industria del cuero o que la competencia china lleve a la quiebra a dicha industria artesanal.
Me ha quedado poco espacio para analizar las acusaciones de que Israel está extrayendo agua que pertenece a los árabes. Ello constituye un tema de estudio permanente de expertos del agua de todo el mundo, que no han encontrado ni un ejemplo concreto, material, remediable, de dicha injusticia. Las injusticias imaginarias no pueden ser remediadas por Israel. Ninguna ciudad árabe -Damasco, Ammán, etc.- tiene abastecimiento continuo de agua potable, y durante los días de la semana en que la Municipalidad no abastece, camiones tanques venden agua por las calles.
Este fenómeno casi no existe en las ciudades palestinas, y no porque sus sistemas de abastecimiento sean mejor mantenidas que sus homólogos, sino por el paradójico sobre-abastecimiento del que gozan. En efecto; un 40% de agua abastecida a Ramala se pierde por las fugas de la cañería en mal estado, porcentaje similar a Ammán, pero Israel de su red regala a las ciudades palestinas más agua para evitar penuria de la población y las acusaciones maliciosas.
También entregamos cada año gratis 150 millones de metros cúbicos de agua a Jordania, para apoyar la estabilidad del régimen. Esta generosidad no es publicitada en Israel, quizás porque a muchos no les caería bien saber que regalamos agua a nuestros vecinos, agua por el que el israelí común paga hasta 25 shékels por metro cúbico. Pero el autor considera que la generosidad aún no reconocida es la política correcta; uno, porque queremos paz con nuestros vecinos y estamos dispuestos a pagar por ello, y dos, por- que Israel no tiene un problema real de agua, y permítanme explicar: Israel es líder mundial en desalinización de agua de mar, y produce agua potable a un costo de tres a cuatro shékels por metro cúbico. Mientras tengamos energía (y parece que tenemos mucha con los campos de gas frente a Tel Aviv) y agua de mar, Israel puede producir toda el agua dulce que quiera. Israel puede convertirse en el abastecedor de agua de todo el Medio Oriente; esa es la visión de nuestro presidente Shimon Peres. No sé hasta que punto ello nos convendría, pero ``zapatero a tus zapatos'', y termino esta nota dejando ese dilema para nuestros estadistas.
*Jaim Klein ingresó a TAHAL, la compañía israelí de Planificación de Aguas, en 1976. Actualmente enseña en la Universidad y es ingeniero consultor independiente.
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