Carta abierta de Francois Llotard a Mahmoud Ahmadinedjad
Señor Presidente
Francamente, al comenzar esta carta no me provocaba llamarlo de ese modo.
Dicho título implica un mínimo de respeto.
Lo hago, sin embargo, porque es usted quien se expresa en nombre de los iraníes.
Sobre las fotos, lo veo a usted ante multitudes, rostros y manos alzadas.
Sin duda uno podría adivinar cierta forma de entusiasmo, en todo caso de adhesión.
Hemos conocido, en Europa, esas multitudes.
Fue un mal momento para nosotros.
Un período trágico del que seguimos arrastrando la vergüenza y la angustia.
Uno de los pueblos más cultos del mundo, un pueblo que había elevado en alto grado la filosofía, la música, la poesía, un pueblo que había asombrado a sus vecinos por su resplandor se había hundido en el odio, la locura racial, la ignominia.
Decenas de millones de individuos sufrieron, en su carne, su cultura, su digitad, esa extraña barbaridad que quería hacerse ver como un nuevo orden.
Fueron en primer lugar los ciudadanos de ese Estado, alemanes, luego poco a poco los demás, todos los demás.
A esa locura se le llamó una guerra mundial.
Pero fue, sobre todo, una guerra contra lo que había de humano en nosotros.
Se quemaron los libros, los niños fueron deportados y asesinados, las inteligencias fueron quebradas.
Todo lo que honraba al hombre fue pisoteado.
Y luego, llego a usted: una parte de la especie humana, el pueblo judío, fue destinado al infierno.
Oh, se lo concedo, una pequeña parte.
No eran ni los más numerosos, ni los más ricos, ni siquiera los más influyentes.
Eran hombres y mujeres que habían llevado consigo, durante mucho tiempo y muy lejos, su fe, sus preguntas sobre el mundo, sobre Dios, sobre la necesidad de vivir o de sufrir, sobre la alegría de amar. Generalmente, frecuentaban los libros.
Reflexionaban mucho, no comprendían por qué no eran queridos, porque se les llamaba "subhumanos", Untermensch, por qué se les consideraba insectos…
Fueron perseguidos en toda Europa, ahorcados, fusilados, quemados…
Usted sabe perfectamente todo eso, pero lo evoco ante usted por lo menos por tres razones:
- La primera, es que nosotros (digo "nosotros", como modo de hablar) no aceptaremos que todo vuelva a comenzar.
Yo no soy judío, pero los judíos son, como los persas, mis hermanos en humanidad.
- La segunda, es que ellos tienen el derecho, como usted, como yo, de tener una patria.
Que sea Francia o Israel, ello no cambia en nada el asunto.
- La tercera razón no le gustaría a usted. Pero mala suerte: es que ellos le aportan al mundo (y probablemente es eso lo que usted quiere "borrar del mapa") una concepción del hombre y de su destino que ha enriquecido a varios siglos de civilización, y que honra tanto al pueblo judío como al Estado de Israel.
Señor Presidente, usted tiene el derecho de ser nacionalista. Usted tiene el derecho de sentirse orgulloso de la historia del pueblo persa.
Usted tiene el derecho de ser creyente y de orarle al Dios "clemente y misericordioso" citado al principio de cada sura del Coran.
Usted piensa que tiene el derecho de obligar a las mujeres a ocultar la cara tras un velo, de torturar a los opositores, de encarcelar a los periodistas que lo contradicen, de condenar a muerte a niños, de perseguir a sus minorías.
Pero usted no tiene el derecho de imponerle a Israel la mirada turbia, imbécil y llena de odio que acompaña a sus discursos.
Y es que me parece que usted odia en ese Estado la libertad de expresión, la diversidad de los partidos, el papel de la oposición, la independencia de la justicia, la investigación universitaria y, sin duda, también la valentía.
Es decir, todo lo que nosotros tenemos el derecho de admirar.
Los hombres que organizaron la reunión de Wannsee, en la que se decretó el exterminio de los judíos de Europa ya murieron.
Naturalmente, al igual que todos nosotros, usted seguirá ese destino.
Deseo solamente para usted mismo, para el pueblo persa, para los jóvenes niños de Iran o de Israel que le sobrevivirán, que nadie se sienta con ganas de ir a escupir sobre su tumba.
Francois Llotard (ex Ministro frances), el 11 de julio de 2006.
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