En 1956, en el “Majón Grinberg” de Jerusalem, para maestros de la Diáspora, tuvimos la dicha de que fuera la Dra. Nejama Léibovich Z”L nuestra profesora de “Tanaj” (Biblia). Su enfoque a la vez profundo y ameno de los temas, del Libro de los Libros, despertó en nosotros una nueva manera de disfrutarlos. Incentivados por ella, asistimos también a cursos y conferencias del eminente profesor Ieshaiahu Léibovich, su hermano.
Desde entonces, cada vez que visité Israel procuré escucharlo, y he seguido con interés sus escritos principistas y su pensamiento político.
En el mes de agosto de 2006 se cumplirán 12 años de la desaparición física de esta personalidad tan original en su forma de pensar y de actuar; consecuente con sus ideas, leal a sus convicciones: un maestro para la juventud.
Nacido en Riga (Letonia) en el año 1903, se educó en Alemania y en Suiza. Inmigró a Eretz Israel en 1935 y se integró a la Universidad Hebrea de Jerusalén. Enseñó Química, Fisiología e Historia y Filosofía de la Ciencia. Publicó libros y artículos, pronunció conferencias y editó algunos de los tomos de la Enciclopedia Judía.
Falleció en Jerusalén el 18 de agosto de 1994.
Una personalidad inquietante.
En la vida comunitaria cotidiana en Israel, Ieshaiahu Léibovich se inscribía como un enigma inquietante. Por un lado, su condición de profesor con grandes méritos académicos, famoso en todo el mundo, infundía respeto. Al mismo tiempo, muchos de sus congéneres lo detestaban por su papel de censor público cuyo severo lenguaje los apabullaba, atentando contra su incipiente confianza en sí mismos y en los principios establecidos.
De modo que le manifestaban su admiración por la serie de doctorados con los que había llegado al país, en los años 30 del siglo XX; no lo contradecían en sus opiniones científicas, en temas de química orgánica, química biológica, neurofisiología, etc.- Pero en cuanto a sus reprimendas, no se las perdonaron ni después de muerto.
Justamente como censor público lo consideramos nosotros mucho más importante, ya que nuestro pobre “Galut” (Diáspora), tan desdichado en apariencia, nos surtió siempre de genios y de científicos en cantidad; y las reservas no parecen haberse agotado aún. De todos modos, como hombre de pensamiento propio respecto a los asuntos más candentes de nuestra existencia, Léibovich fue sin duda una figura impar, a la que es preciso tomar en cuenta, quiérase o no.
A nadie escatimó sus amonestaciones, ni en su lenguaje oral, tan severo y desafiante, ni en sus ásperos, condensados trabajos escritos. A menudo se excedía, con el claro propósito de resultar chocante, de arrancar a la gente de la rutina diaria y llevarla a buscar la verdad por sí misma.
Eso, sin duda, no era tan sencillo. Los adversarios no se quedaban cruzados de brazos. Así sucedió que cuando, en 1992, quisieron honrarlo con el Premio “Israel”, entonces se suscitó una gran controversia, y Léibovich renunció a ese honor. La explicación podría hallarse en la frase del profeta Amós: “Saneú basháar mojíaj, vedover tamim ietaevu.” (“Odian al que reprende en la puerta de la cuidad, y abominan del que habla rectamente”)
Léibovich y el Rabí de Kotzk.
Ieshaiahu Léibovich proclamaba con apasionada obstinación la verdad en la cual creía. Su intransigencia nos trae a la memoria al Rabí de Kotzk (1787–1859). Pero Reb Méndl Kótzker decidió aislarse del mundo apenas pasados los 40 años. En cambio Iéshaiahu Léibovich siguió hasta el último día de su vida inmerso en el presente, y a la manera del judío en la noche de “Pésaj”, con las puertas abiertas “a todo hambriento y todo menesteroso”.
Tanto el Rabí de Kotzk como Ieshaiahu Léibovich sentían una fanática responsabilidad por la verdad; y cada uno de ellos pudo exclamar a su manera: — ¡HORROR! ¡ La verdad yace bajo tierra!
Al Kótzker le importaba la decadencia del alma humana. “Ha sucedido una desgracia. El alma ha pasado a ser un trozo de carne. El alma ha pasado a ser una mentira. Y al judío le duele el bolsillo enfermo, y no el alma enferma. Se les marchita la cabeza pensando en el sustento. Cada uno derrama lágrimas por su propia existencia. No hacen más que comer, no hacen más que dormir, y encima sueñan con una suculenta porción del mundo venidero.” (Abraham Iehoshúa Héshel, “Kotzk en la lucha por la verdad”).
A Ieshaiahu Léibovich le importaba la degradación de nuestra vida comunitaria: los tejemanejes parlamentarios, la idolatría con apariencia de Fe, los falsos mesías que ponen en peligro la existencia misma en el Estado propio: Contra todo ello no se expresaba blandamente. Ponía al descubierto las lacras con la agudeza de un cuchillo y sabía elegir las palabras que mejor dieran en el blanco.
Sin embargo, no le faltaron adeptos. No por cierto de aquéllos para quienes cada vocablo del rabí es palabra santa, sino de los que repasan y tamizan sus recriminaciones, no siempre placenteras tampoco para ellos, y luego eligen su propio camino.
La prensa, la radio y la televisión aprovecharon su precisión retórica, su talento casi teatral para enfrentar a un auditorio. Y él, Léibovich, se prestaba de buen grado al empleo de los “medios”, a fin de hacerse oír del modo más efectivo, tal como lo lograba ante sus alumnos en la cátedra. Y aunque no se estuviera de acuerdo con él, sus palabras sacudían, clavando un asomo de duda en las convicciones previas.
También sucedió una vez que un sujeto de entre los periodistas lo descalificó totalmente, cubriéndolo de oprobio, sobre todo porque él, Ieshaiahu Léibovich, el hombre devoto, temeroso de Dios, era mirado con simpatía por la gente de izquierda.
Una religiosidad muy particular.
Para quienes en su niñez poco tuvieron que ver con el “Shulján Aruj” (el libro que contiene todas las normas que un judío observante debe cumplir); para aquéllos que no dejan de modernizar y adaptar su escasa porción de judaísmo a las actuales concepciones periodísticas, la religiosidad de Ieshaiahu Léibovich fue un ovillo de enigmas y contradicciones. No pueden concebir su actitud hacia los valores espirituales del judaísmo, según la cual la religión judía implica, en primer lugar, el cumplimiento de las leyes rituales (“Halajá”) y del culto a Dios: aceptar el yugo de la religiosidad, incondicionalmente y sin cálculos con el Creador, sin un toma y daca. La religión judía implica el cumplimiento de los preceptos, tal como lo prescribe la “Halajá”. No se reza para conseguir algo del creador; tampoco para aliviar el corazón ante Dios, pidiéndole misericordia, salud y sustento. Se reza sólo para cumplir el precepto de la oración. No tiene ningún sentido explicar los preceptos por necesidades humanas, vincularlos con aspectos morales, sociales o nacionales, transformarlos en factores utilitarios. Los preceptos cobran sentido sólo si se cumplen desinteresadamente, sin intenciones personales egoístas.
Debido a su creencia en el valor decisivo de la ley, Léibovich abogó por renovadas deliberaciones “halájicas” que tratasen las situaciones y desafíos del mundo moderno.
En su posición teológica estuvo próximo a Maimónides, sosteniendo que todo lenguaje descriptivo acerca de la Divinidad resulta falso e inadecuado y posiblemente cercano a la idolatría, debido a la alteridad de Dios respecto al mundo humano.
El judaísmo no ofrece al hombre la manera de explicar los hechos del universo: es una manera de explicar qué hace el hombre con esos hechos dentro del mundo. Es, por lo tanto, un esfuerzo constante por realizar los mandamientos de Dios en el mundo, si bien, en esencia, la brecha entre las demandas de Dios y la acción humana es permanente.
Léibovich fue un ardiente defensor de la separación entre religión y Estado.
Actuó en varias agrupaciones políticas, pero desaprobaba el sistema de gobierno de los partidos y el gran número de éstos, incluyendo a los religiosos.
Bregó públicamente contra la corrupción gubernamental y la proliferación de armamento nuclear.
Una tierra y dos pueblos
Tras la Guerra de los Seis Días (1967), se opuso a la retención de cualquier territorio árabe, sosteniendo que la ocupación destruye moralmente al conquistador.
Apoyó a los militares que objetaban, por motivos de conciencia, servir en los territorios anexados en 1967 y en el Líbano.
Léibovich escribió: “ La historia de los judíos y de este país durante los últimos 2000 años, y la del pueblo árabe durante los últimos 1400 años, ha creado una tierra con dos pueblos, y cada uno de ellos siente profundamente que esa tierra es suya. Frente a esta realidad, no tienen objeto ni sentido todos los argumentos históricos, filosóficos y legales que proclaman ambas partes. En la situación tal como está dada, existe sólo dos posibilidades: Guerra o partición. No hay otra salida.”
En cuanto a la promesa divina hecha a Abraham respecto a la Tierra de Israel, Léibovich no le quita validez, pero sostiene que “deducirla como un don gratuito, ignorar las condiciones de la promesa y descartar las obligaciones que recaen sobre sus receptores, es una degradación y una profanación de la fe religiosa.”
Su concepción del Judaísmo
Para Ieshaiahu Léibovich, no hay un solo concepto de judaísmo universalmente aceptado. “Cada judío da a esta palabra una definición propia, le da contenidos y elementos integrativos según las condiciones de la realidad de su propia vida.”
En su contacto con judíos americanos, Leibovich comprobó, y así se lo confesaron que “no saben si estarán en condiciones de volcar su mensaje de judaísmo a sus propios hijos.”
Su visión del Humanismo
Ieshaiahu Leibovich considera humanista a quien coloca “ la vida del hombre como valor supremo”. Y como prototipo del humanista en la generación que lo precedió, elige a León Trotzky. Dice de él que “fue cosmopolita, pacifista, anarquista y ateo, todo junto”.(...) “Por mi parte -agrega- no tengo esas características. No soy cosmopolita, porque estoy ligado a la Patria que tiene fronteras, lengua y cultura propias. No soy pacifista, porque reconozco la posibilidad de que haya cosas por las cuales es permitido y hasta obligatorio luchar. No soy ateo, por cuanto creo en el Creador del Mundo.(...)”.
Sin embargo, Ieshaiahu Léibovich reiteró siempre que, según el credo judío, se debe juzgar por las acciones y no por los dichos. En su vida, no dejo de involucrarse en los movimientos humanistas y pacifistas. Y en ocasiones llegó a identificarse con la extrema izquierda.
Su actitud radical, inclaudicable, hacia el judaísmo y la judeidad, también determinó en buena medida la postura de Ieshaiahu Léibovich respecto al embrollo político en el Estado de Israel. No hay duda de que su lenguaje sin tapujos, más de una vez debió sacar de las casillas aun a sus más fervientes partidarios. Pero el estilo inflexible de Léibovich, que recuerda al del Rabí Méndl de Kotzk, sigue siendo una advertencia contra los peligros que acechan a la existencia judía justamente desde adentro, desde el indigno apareamiento entre la religión, la fe y las tendencias políticas extremistas, con su irracional interpretación de lo sagrado y de lo profano.
El pensador y filósofo judeo-inglés Ieshaiahu Berlín, una de las mentes más lúcidas del siglo XX, fallecido en el año 1998, dijo de Léibovich que era “la conciencia de Israel”. Puede sonar como expresión retórica, ya que se trata de conceptos no fácilmente demostrables. Sin embargo, nos preguntamos con razón si Ieshaiahu Léibovich no habrá tenido algo que ver con los acontecimientos que señalan alguna posibilidad de paz en la región. Y en ese caso, su voz no habrá sido la de alguien que clama en el desierto.
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