«El antisemitismo siempre fue patrimonio de las dictaduras militares: el caso del padre del embajador argentino, Jacobo Timerman, es un claro ejemplo. A mí me han llamado macaco, negro, indio, zumbo, mono y qué sé yo cuántas cosas más. Sé de primera mano el dolor de la discriminación, y todo grupo que sea víctima de ella cuenta con mi inmediato apoyo.» El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, buscó ganarse con estas palabras la confianza y la credibilidad de la comunidad judía de su país y de las máximas autoridades del Congreso Judío Mundial, con quienes se reunió ayer en Caracas. El mandatario bolivariano se comprometió a unirse a la cruzada contra el antisemitismo en la región que encabezan Cristina de Kirchner y Luiz Lula da Silva. También a eliminar cualquier mensaje antisemita de los medios controlados por el Estado venezolano, a nombrar una persona «de mi más estricta confianza» como nexo permanente entre los judíos de su país y su gobierno, se disculpó por los dos allanamientos sufridos por un centro comunitario en el que funcionan además un club y una escuela (la dirección de inteligencia bolivariana lo hizo bajo la excusa de «buscar armas») y se pronunció en contra de cualquier manifestación a favor de la desaparición de países o naciones (fue cuando lo interrogaron por su estrecha relación con el régimen teocrático de Irán, cuyo presidente Mahmud Ahmadinejad clama por la obliteración de Israel). Casi sin que se le preguntara, además, dijo que estaba estudiando la posibilidad de retomar las relaciones diplomáticas con el Estado judío, interrumpidas desde hace varios años justamente por el estrechamiento del vínculo entre Venezuela e Irán. Del encuentro, que duró casi dos horas, participaron Ron Lauder y Eduardo Elsztain -titular y tesorero del CJM-, el brasileño Jack Terpins -presidente del Congreso Judío Latinoamericano-, el embajador argentino en Washington, Héctor Timerman, el canciller venezolano, Nicolás Maduro, y el presidente de la comunidad judía venezolana, Abraham Levi Benshimol. También estuvieron el secretario general del CJM, Michael Schneider, y el embajador de Venezuela en Estados Unidos, Bernardo Alvarez. La asamblea había sido gestionada por la presidente Cristina de Kirchner y sus detalles finales concertados por Timerman, durante un viaje a Buenos Aires en coincidencia con la presencia de Chávez en la capital argentina. El embajador y Elsztain -que dialogaron desde Caracas - coincidieron en la «cordialidad» con que los recibió el líder bolivariano. «Estoy convencido de que fue sincero; sabía todo de cada uno de nosotros y no fue un encuentro protocolar. Lo que más me importa es que la dirigencia judía venezolana salió contenta, porque ésa era la misión que traíamos», dijo el empresario. Concretamente lo que le pidió Lauder a Chávez es que se una a la cruzada contra la discriminación y el antisemitismo en América latina que encabezan los mandatarios de Brasil y la Argentina. Chávez respondió con una larga declaración sobre la admiración que le produce «la cultura y la memoria del pueblo judío, y su capacidad de transmitirla de generación en generación», relató Timerman. El diplomático agregó que «los pueblos indígenas de América latina también han sido víctimas de un genocidio, y deberemos recordarlo». En relación con los allanamientos sufridos por la sede comunitaria, Chávez admitió que eso había provocado sufrimiento a sus connacionales judíos, y -sin prometer que no se repetirá- dio el incidente por «superado».
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