“Rose”
Obra teatral de Martín Sherman:
Con Beatriz Spelzini y dirección de Agustín Alezzo.
La trama: una historia de historias
Vemos a una mujer mayor (Beatriz Spelzini) sentada en un banco de maderita con un pañuelo en mano. Lo primero que nos dice es que está sentada para la “shiva” (ritual judío de duelo durante siete días). “Hay que sentarse para la shiva por los muertos”
No sabemos aún por cuáles muertos hace “shivá”. La mujer nos irá contando poco a poco durante la obra. Pues en sus ochenta años, muchos seres ha perdido y demasiadas cosas han ocurrido.
Nosotros, el público somos sus testigos; a nosotros nos dirige el relato de su larga vida, de sus múltiples vidas podríamos decir. Nacida en 1920 de origen ruso, sus 80 años confluyen con el nuevo milenio. Ella sabe que sus vivencias son del pasado siglo, que -tal como lo simboliza la “shivá” que está haciendo- las palabras que nos entrega son un recordatorio, su memoria que habla, unas veces dudando, otras entrecortadamente, pero su memoria precisa hablar de sí y de los suyos. Llevarnos de la mano por las distintas encrucijadas que atravesó.
Cuando nació era Rosala, vivía en Yultishka, un “Shtetl”( pueblito) de Ucrania. Su familia era pobre y sobrevivía cómo podía. Esta es la primera de las historias de supervivencia que nos cuenta. El entramado familiar esconde penurias y un secreto que con excelente ritmo narrativo sutilmente se develará luego.
El infaltable pogrom está presente, y se lleva la vida de su padre.
Hay un rasgo distintivo de la obra: luego de un hecho crudo y triste, le sobreviene el humor. Se trata de una constante que permite que la crudeza se matice, se libere a través del humor. Lo cual no niega lo ocurrido, sino que lo afirma de otro modo, de ese modo vital, que ha sido desde siempre, parte del reservorio cultural judío.
Rosale, viaja luego en 1937 a Varsovia y allí encuentra su apasionado amor, Yussel; con el que se siente por primera vez libre y mujer. Rosale da a luz a Esther.
Y depués la entrada de los nazis en Varsovia.
“No recuerdo el gueto. Bueno, está bien (...)”
La voz a veces se resiste, pero la memoria indefectiblemente insiste y la impulsa a hablar.
El geto, la hacinación, la urgencia de comida, el “privilegio” de trabajar en una fábrica por pan, la liquidación del gueto, la muerte siquiera vista de su hija Esther, la desaparición de Yussel, se van desgranando frente a nuestros oídos.
“Volví corriendo a la calle. No sé qué pasó después.”
Esta vez la memoria se detiene, porque como toda historia de sobreviviente de la Shoá, posee sus agujeros negros. Y nuevamente la salida por la vía del humor: “Si fuera budista esto me daría puntos a cuenta de la próxima vida.”
Después de la Guerra
El fin de la guerra la lleva atónita, como a tantos por distintos campos de desplazados, hasta que finalmente desemboca en el tristemente célebre barco “Exodus 1947”. Rose no es una heroína, la obra no busca encarnarla en ningún prototipo de mujer guerrera que defiende y enarbola un ideal; Rose es un personaje más cercano: el de una mujer sobreviviente, que busca los posibles caminos para continuar luego de la desolación del derrumbe. Un fragmento que transcurre a bordo del barco ilustra, al tiempo que sintetiza, aquel derrumbamiento interior.
“Entonces vi a una chiquita jugando a la escondida, una nena muy chiquita y no pude soportarlo. Cerré los ojos. Cuando los abrí ví el pecho de un hombre, un pecho lampiño. Y pensé, ¿para qué abrir los ojos si las alucinaciones seguían? Y me di cuenta de que era el pecho de un marinero que me sonreía ¿Por qué me sonreía? Hacía frío. Se puso la camisa, pero era torpe y pasó la cabeza por el agujero del brazo y se quedó trabado. (...) De pronto una convulsión me sacudió el cuerpo. Sentí un espasmo en la columna, me saltó el estómago. Sentí que una corriente eléctrica corría a través de mi vientre y supe que ya estaba, finalmente iba a morir. Entonces oí un sonido en mi garganta, un extraño sonido y ahí me di cuenta de lo que estaba pasando. Estaba riéndome. Me había olvidado. No me había reído así desde el café de la calle Krochmalna. Por algo que había dicho Yussel.”
El marinero era Sonny Rose, quien le salva la vida, quien le gritará luego de que la breve y por demás conflictiva travesía del “Exodus” termine, -y sus tripulantes estén nuevamente rumbo a un campo de desplazados, en un vagón de tren- que se case con él y que juntos viajen a América. Así, Rosala, se vuelve Rose Rose en Atlantic City.
En Norteamérica
En Estados Unidos será otra vida, otra familia, otro nombre, Rose Rose, pero tampoco será una vida color de rosa. La historia aquí gira alrededor de los avatares en la nueva tierra, la añoranza de su anterior marido -cuya contrapartida es una divertidísima estrategia adoptada por Rose para traerlo nuevamente-, el crecimiento de su hijo Avner. Así como también el florecimiento económico que logró.
Avner crecerá y se hará israelí, devendrá padre y habitante ferviente de un “kibutz”. Y ello traerá más historias al relato.
El tiempo de la narración se va acercando paulatinamente al presente y es en verdad sólo al final de la obra, cuando se concluyen todos los enigmas, cuando terminamos de saber por todos aquellos que hace “shivá” hoy Rose Rose y Rosala.
El texto, la dirección y la actuación: un ensamble perfecto
El texto pertenece a Martín Sherman, famoso autor norteamericano. Nacido en Filadelfia, egresado de la Universidad de Boston, ha escrito numerosas piezas para teatro y cine. Entre sus obras teatrales y cinematográficas se encuentran: “Bent”, “Lo que ella bailó”, “Un manicomio en Goa” “Algún día de sol” , “La casa de veraneo”,”Vivito y coleando”entre otras.
La traducción de Cristina Piña y la adaptación realizada por el célebre Agustín Alezzo, quien es el director de “Rose” en el Maipo (Esmeralda y Corrientes 1piso), son impecables, al punto tal que parecieran haber sido concebidas para nuestro público local.
El texto de la obra teatral esta basado en una historia que se entrama con muchas otras, que de ella devienen. Aborda las consecuencias, las secuelas del nazismo en una vida, al tiempo que muestra un personaje de suma sencillez, pero lleno de vital energía para forjar otros senderos.
.Se trata de un texto franco que no busca posiciones facilistas a reflejar, sino más bien sutilezas críticas a la hora de pasar por temas cruciales como la religión, Israel y el conflicto de Medio Oriente, así como las tensiones generacionales entre una sobreviviente de la Shoá y su hijo israelí.
Posee la poderosa cualidad de escenificar con el relato lo ocurrido, de hacer presentes las diversas historias sin más apoggiatura que la evocación. En otras palabras, somos llevados como espectadores a través de la potencia del texto y de la actuación a presenciar en nuestra imaginación, las escenas contadas.
Transcribir aquí la reconocida y larga trayectoria de Agustín Alezzo sería demasiado extenso, pues de gran renombre es su actividad teatral que se ha iniciado hace décadas y continuó ininterrumpida hasta el presente tanto en Argentina como en España, Colombia y Perú. Por ello, destacaremos tan sólo algunos de los galardones recibidos como director y puestista: Estrella de Mar por “En boca cerrada”; Premio Municipal por su puesta en escena de “Danza de verano”; María Guerrero y Premio ACE por su puesta en “Master Class”. Premio Gregorio Laferrer, 1995, otorgado por la Municipalidad de Bs. As. Premio Konex en el 2001, por su labor en la década de los ‘90. En el 2006, Argentores y la Legislatura lo distinguen por su trabajo teatral a lo largo de su vida. Finalmente en el 2007 recibe el premio Clarín Mejor Director por “Yo soy mi propia mujer”.
De la extensa carrera de la actriz Beatriz Spelzini, que excelentemente representa este unipersonal, mencionemos que se ha iniciado a los precoces 16 años en el teatro IFT y que ha trabajado en teatro sin interrupción desde 1975. Los mojones de reconocimiento público le han brindado el Premio ACE a la mejor actriz de reparto, 1996, por la obra “Danza de Verano” de Brian Friel, bajo la dirección también de Agustín Alezzo. Fue reiteradamente nominada a los premios María Guerrero, Trinidad Guevara, ACE, Florencio Sanchez y Cóndor como mejor actriz protagónica, por su último trabajo “Yo la recuerdo ahora”, dirigida por Nestor Lescovich. En cine protagonizó la producción italiana “Rinconciliati” dirigida por Rosalía Polizzi y “Olga Victoria Olga” dirigida por Mercedes Farriols. Además ha trabajado durante dos décadas en distintos programas de televisión.
Por último, verla actuar en “Rose” habla por sí solo.
“Rose” es una de aquellas contadas obras en la cual, todos los elementos que la conforman se ensamblan tan brillantemente que uno no se siente frente a una pieza teatral, sino frente a un relato no ficcional; la actuación tan bien lograda como dirigida, junto al texto, la puesta en escena, la iluminación, la música, se conjugan de forma compacta y nos transportan: el cometido esencial del teatro se ha cumplido.
Para concluir, sólo me resta mencionar a quienes además hicieron posible “Rose” en el Maipo: Gabriela Pastor como Asistente de direción, al músico Diego Vainer, Marta Albertinazzi en escenografía y vestuario; Omar Possemato en puesta de luces, David Masajnik en producción ejecutiva y producción general junto a Lino Patalano, Claudio Esses en fotos y Duche-Zarate a cargo de prensa.
¡Para meditar y disfrutar!
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