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“Próceres de la oligarquía”
Por Moshé Korin
Ocurrió hace poco más de cien años; ocurrió luego de la Revolución francesa que proclamaba los Derechos del hombre; ocurrió luego de promulgada nuestra Constitución argentina en 1853; ocurrió en las sombras de la historia nacional y continúa ocurriendo en el silencio de la memoria histórica. Se la conoce oficialmente en los libros como “la conquista del desierto”, pero se trató del exterminio de tribus indígenas, de la expropiación de sus tierras, de la entrega de mujeres y niños a la servidumbre esclava.
En 1885 el Diario El Nacional publicaba:
“Lo que hasta hace poco se hacía era inhumano, pues se le quitaba a las madres sus hijos, para en su presencia y sin piedad, regalarlos, a pesar de los gritos. Los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigían. Este era el espectáculo: llegaba un carruaje a aquel mercado humano situado generalmente en el Retiro y todos los que lloraban su cruel cautiverio temblaban de espanto (…)”
El mismo Diario no tenía el menor pudor de anunciar menos de diez años antes, en 1878 que:
“Los miércoles y los viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad, por medio de la Sociedad de Beneficencia.”
La historia de estos sin voz, no termina en un campo de batalla, sino que perdura más allá de una mera guerra por el territorio, la violencia se perpetuó en la explotación y apropiación de las generaciones posteriores.
La perpetuación de la tragedia continuó en los sobrevivientes y en sus hijos. Existe una enorme diferencia entre conquistar una tierra y hacer de un botín de guerra de los sobrevivientes condenándolos de por vida a la servidumbre y a la privación de su identidad.
Ecos de la estrategia asiria
Es triste pero es cierto que la estrategia de dominación ejercida era muy antigua. Esta estrategia perversa me hizo recordar a la utilizada por los asirios.
Los asirios cuando ocupaban un territorio dispersaban a las minorías para que no se les opusieran. El mejor ejemplo sucede después de la muerte del Rey Salomón y comenzaron las rivalidades por la sucesión del trono. Al ser invadido el país por los asirios, diez tribus se separaron y fueron deportadas, pero dos tribus permanecieron juntas alrededor de Judea. A las diez tribus dispersadas las dominó Asiria y pasaron a la historia bajo el nombre de tribus perdidas, en cambio las otras dos que no se dispersaron, volvieron a Israel. Las tribus perdidas, dispersadas perdieron su identidad asimilándose.
Ideólogo de la conquista del desierto
La conquista del desierto no fue una situación azarosa, sino profundamente meditada en sus propósitos y en sus medios. Las actitudes de los aborígenes como grupo cultural fueron observadas y analizadas.
Escribía uno de sus ideólogos, Alfredo Ebelot(1839-1920), quien fuera un ingeniero, escritor y periodista francés que vivió en Buenos Aires por aquel entonces:
“Los indígenas han probado ser susceptibles de docilidad y disciplina. En lugar de masacrarlos, para castigarlos sería mejor aprovechar esta cualidad actualmente enojosa. Se llegará a ello sin dificultades cuando se haga desaparecer ese ser moral que se llama tribu. (…) Rompiendo violentamente los lazos que estrechan los miembros, unos con otros, separándolos de sus jefes, solamente se tendrá que tratar con individuos aislados, disgregados, sobre los cuales se podrá concretar la acción.
Se sigue después de una razzia como la que nos ocupa, una costumbre cruel: los niños de corta edad, si los padres han desaparecido, se entregan a diestra y siniestra.
Las familias distinguidas de Buenos Aires buscan celosamente estos jóvenes esclavos para llamar las cosas por su nombre.” (Trevelot Alfredo. “Los últimos días de la tribu de Catriel.”)
La historia oficial ha honrado a quienes planearon y ejecutaron lo que hoy el derecho internacional denominaría genocidio.
Sarmiento había ya denominado y señalado a este sector del país como la “oligarquía”. Dicha clase social buscaba solucionar sus problemas económicos con la adquisición de tierras cultivables para provecho de los grandes terratenientes. Pero además necesitaba la legitimación social de ser superiores, no sólo económicamente sino étnicamente. Así fue que durante el gobierno de Nicolás Avellaneda se comenzó a debatir “la solución al problema indígena”. La expropiación y apropiación de los indígenas, se fue dando en diversas fases, obteniendo como fruto el apoyo ciudadano y político del criollo.
La primera etapa fue el avance de la frontera emprendido por Adolfo Alsina como Ministro de Guerra y Marina entre 1874 y 1877.
Tras la muerte de Alsina, en diciembre de 1877, el presidente Avellaneda nombró en su reemplazo al General Roca, que había criticado la supuesta actitud defensiva de Alsina. En contraste con su antecesor, que había intentado incorporar a los indígenas a la civilización occidental, Roca creía que la única solución contra la amenaza de los indígenas era su sometimiento, su expulsión o su eliminación.
“Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión, ni otras armas que la lanza primitiva.”
Y es así, como tras la muerte de Alsina, le siguió la célebre Conquista del desierto liderada por el General Julio A. Roca (1843-1914), cuyo nombre ya implica un horrendo eufemismo ya que no se trataba de tierras desérticas, sino de tierras habitadas por las tribus indígenas.
Tan sólo en lo primeros tres meses de una campaña que duraría cinco años fueron masacrados o tomados prisioneros 14000 personas, entre ellos, hombres, mujeres y niños. Quienes sobrevivían eran trasladados encadenados caminando más de mil cuatrocientos kilómetros hacia lo puertos de Bahía Blanca y Carmen de Patagones y luego a Buenos Aires. En el transcurso del primer año de la campaña, se realizó en Buenos Aires un vergonzoso desfile de estos pobres seres encadenados, dicho espectáculo se llamó “el desfile de la victoria”.
Después de estos traslados, penurias, hambre, violencia y humillaciones públicas, se los llevaba a la Isla Martín García, convertida en un campo de concentración.
Por último quienes tenían la desdicha de sobrevivir a todo esto, eran llevados al Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires donde se realizaba la “entrega de indios” a las familias pudientes porteñas. Quienes se encargaban de la selección y reparto de los niños y mujeres prisioneros, eran las “damas” de la oligarquía nucleadas detrás de la “Sociedad de Beneficencia” que como citamos antes hacían público dicho reparto de personas, a través del Diario Nacional.
Cabe destacar que sin duda, Roca fue una de las figuras más polémicas de la historia Argentina. Mientras la historiografía clásica u oficial lo considera el arquitecto del moderno estado argentino, otros historiadores, recordando la aniquilación de miles de indígenas en la Patagonia, no dudan en calificarlo también de genocida.
Hoy quedan indudables secuelas en los descendientes de aquellos que una vez fueron mayoría, fueron dueños de sus tierras y luego minimizados, desclasados, empobrecidos y sometidos a la servidumbre.
Tan sólo espero que estas líneas hayan contribuido a paliar una de sus penas: el olvido de la historia.


Octubre 2013 / Jeshván 5774
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