La conciencia del mundo no es abstracta, ni se forja por generación espontánea, como si se tratara de una especie de conciencia universal que se sitúa por encima de la voluntad precisa y terca de crearla. Muy al contrario, la historia está llena de ingratos episodios de gran perversidad que no han tenido nunca quien los relatase. Hace falta que un ser humano, situado por encima de la miseria del momento que vive, muy por encima del miedo y la locura, se ponga en pié y construya, con férrea convicción, una conciencia que nos apela y nos concierne a todos. De hecho, hace falta que este ser humano desvele, hurgue y tal vez construya nuestra propia conciencia.
El “Iehudi Tov” Simon Wiesenthal, el "buen judío" que sobrevivió a todo el recorrido del horror nazi, que contempló la muerte de 89 de sus familiares, que intentó suicidarse dos veces y que, cuando fue liberado de Mauthausen, su último campo de exterminio, por las tropas americanas, pesaba 45 kilos, ha sido, en cierto modo, la conciencia del holocausto. No estrictamente la conciencia de las víctimas, tan intensamente representadas por cada superviviente con su brazo marcado para siempre con el número de la maldad, sino la conciencia de la justicia. Fue él quien forjó el lema "justicia y no revancha" y, en aras de esa justicia que merecían las víctimas, dedicó su larga vida a encontrar, identificar, perseguir y finalmente condenar a los verdugos nazis. Es cierto que se considera que solamente un 10% de los responsables nazis han sido llevados ante la justicia, pero también lo es que algunos de los nazis cazados por Wiesenthal fueron emblemáticos. Por ejemplo, la cacería de la amable ama de casa que vivía tranquilamente en barrio neoyorquino de Queens y que Wiesenthal identificó como Hermine Braunsteiner, la mujer que había supervisado el asesinato de centenares de niños judíos. O el reto que, en 1958, le lanzaron, en una presentación del Diario de Anne Frank, un grupo de manifestantes que aseguraban que la joven holandesa no había existido nunca, un reto que él recogió. Cinco años después identificaba a un inspector de policía de Viena como Karl Silberbauer, el oficial de la Gestapo que había arrestado a Anne. Su testigo en el juicio acalló para siempre a los negacionistas. Y también queda para la memoria la identificación, y posterior detención en Brasil, en 1967, del austríaco Franz Stangl, comandante de los campos de Treblinka y Sobibor; o la del comandante del gueto de Przemysl, detenido en Argentina en 1987. O, aún más, la localización de los dieciséis nazis que perpetraron el asesinato de la población judía de Lvov, la ciudad primero polaca y ahora ucraniana donde vivía el propio Wiesenthal.
Pero la gesta más paradigmática de Wiesenthal, en su lucha contra la impunidad de los criminales nazis, fue el hallazgo del arquitecto de la Endlösung (la "solución final"), el nazi Adolf Eichamnn, localizado en Buenos Aires en 1954, secuestrado por el Mosad, juzgado en Jerusalem y finalmente condenado a la horca, sentencia que se cumplió el 1962. Sus cenizas se lanzaron fuera de las aguas territoriales israelíes para que no ensuciaran tierra judía. El hombre que había planificado la deportación y la muerte en masa de millones de judíos dejaría para la crónica del horror aquello que Hannah Arendt tipificaría como "la banalidad del mal", una personalidad mediocre y banal y una "naturalidad" en la ejecución de las órdenes. "No perseguí los judíos con avidez, ni con placer. Fue un gobierno quien lo hizo. Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia". El asesino más grande de la historia de Europa, no era gran cosa...
Densa, comprometida, moral y honrosa, la biografía de Simon Wiesenthal obliga a una seria crítica sobre el papel de Europa y del mundo con respeto a la impunidad de los crímenes nazis. Es cierto que tras la Segunda Guerra Mundial el mundo condenó el nazismo, y que los juicios de Nuremberg son su consecuencia más relevante. Pero también es cierto que tras esa catarsis colectiva momentánea, muchos países del mundo se transmutaron en refugio paradisíaco de criminales nazis, dejaron de perseguirlos, y la inmensa mayoría de ellos no han sido juzgados. Quede en la vergüenza colectiva el papel de Argentina, Chile o Brasil como refugios de nazis, países que no han realizado nunca la obligada autocrítica, y que aún hoy no reconocen su explícita complicidad con los criminales. Quede…, la España negra, en cuyas Marbellas los nazis encontraron amor y refugio. Quede también constancia de la ausencia rotunda de autocrítica de Austria, país que llegó a tener como presidente a un hombre de pasado nazi, Kurt Waldheim, y que nunca ha recordado su absoluta entrega, como país, a la causa de Hitler. De hecho, lejos de realizar la catarsis de autocrítica severa a la Alemania se ha obligado a si misma durante décadas, Austria ha hecho creer al mundo que todos eran la Familia Trapp. Ni culpa, ni complicidad, sino una repugnante impunidad con su pasado. La tierna mirada... Pero del global de los países cómplices con el nazismo, Siria es, sin duda, el más flagrante, no sólo por haber sido refugio de nazis, sino por haber convertido en asesor de la presidencia a Alois Bruner, la mano derecha del mismo Eichmann, a quien aún protege. Wiesenthal le consideraba como el único nazi identificado y localizado que se le había escapado. De hecho, sin embargo, ¿se le escapó a Wiesenthal? ¿O se le escapó a un mundo, el interés del cual por los criminales nazis acabó junto con los juicios de Nuremberg, y que decidió mirar rápidamente hacia otro lugar, en parte por incomodidad de culpa, en parte por indiferencia? Que se sepa que un criminal nazi es el asesor de un presidente que se sienta a la ONU, que viaja y es visitado, que negocia e influye, y que se sepa y no ocurra nada quiere decir hasta qué punto el dolor judío no nos importa. En el fondo la biografía de Wiesenthal es una derrota, porque constata que solamente llegó la mano de la justicia a aquellos criminales que encontró Wiesenthal -u otros organismos judíos- pero no al resto de asesinos, muchos de los cuales aún viven en el anonimato y la tranquilidad. En este in memoriam improvisado al “Iehudi Tov” Simon, quede como reflexión la constatación de una vergüenza: fueron judíos los perseguidos, fueron judíos los asesinados y, pese a las declaraciones de buenas intenciones, han sido judíos los que han cazado y juzgado sus verdugos. El mundo ha mirado con simpatía a Wiesenthal, pero lo ha dejado solo, únicamente acompañado por su pueblo, el recuerdo de sus víctimas y su fuerza indómita. Descanse en paz, justo entre los justos.
Trad. Es-israel.org
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