Justo el día en que festejamos ''la raza'', el descubrimiento de América, un nuevo continente donde la civilización puede desarrollarse, tengo que traer temas terribles vaticinados mucho antes de ese día en 1492 cuando Colón llegó a América.
¿Será que estamos al borde de ese cataclismo que tantos agoreros predijeron durante veintiséis siglos? Ya la pitonisa Sibila, en su oráculo de Delphi, en el siglo VI a.n.e., anunció que en 26 siglos el mundo se terminaría. El almanaque maya, que fue un ejemplo de exactitud durante más de mil años, ya anunciaba el fin, terminando su famoso calendario con el solsticio del 21 de diciembre del 2012. Merlín, el renombrado mago del rey Arturo, que en realidad vivió antes de que éste naciera, convirtiéndose en un mito, hablaba del fin del mundo en el siglo XXI. El gran Nostradamus también mencionó en sus escritos que el siglo en que nosotros vivimos será el último. En el libro Revelaciones, parte del Nuevo Testamento, también se habla del fin del mundo, cuando el Anticristo haga su aparición. Y no fueron los únicos.
Demasiadas coincidencias para un solo artículo en un gran periódico, pero suficientes para obligar a pensar a mis queridos lectores sobre las predicciones hechas durante tantas centurias, en tantos diferentes lugares, por tan diferentes personajes. Porque en realidad estamos enfrentando tiempos, políticas y líderes de naciones raros, gente que tienen poder y pretenden tener armas de destrucción masiva. Esa gente tiene también el dinero suficiente como para tratar de conseguir sus objetivos. Se hacen aliados alrededor del planeta, por un lado Putin de Rusia y por el otro Chávez de Venezuela, atraídos por la riqueza que ciertos países tienen en el Medio Oriente. Estoy escribiendo sobre el Anticristo de nuestros tiempos, sobre Mahmoud Ahmadinejad, el presidente de Irán.
Ahmadinejad no tiene ni un prurito de vergüenza en decir al mundo que su objetivo es destruir a un miembro de las Naciones Unidas. En esa ocasión mencionó a Israel, aunque mañana puede mencionar a cualquier otra nación, europea o americana. Su objetivo declarado es la destrucción de la civilización occidental y, en especial, las libertades individuales aseguradas por la Constitución, entre ellas la libertad de culto, en la que se basa nuestra cultura judeocristiana.
La meta fundamental de Ahmadinejad es establecer el califato mundial y convertir a la humanidad al islam, aunque el islam extremista que él pregona sea muy diferente del islam que dicen la mayoría de los musulmanes es una religión de paz. Lamentablemente, casi la totalidad de los actos de terror que se cometen en el mundo son cometidos por musulmanes. Es verdad que los terroristas islamitas extremistas son una minoría, pero la mayoría, por miedo o porque los apoya, están callados. No levantan su voz ni cuando matan a otros musulmanes, viejos, mujeres y niños en las calles donde tiran bombas o se suicidan, explotándose entre la población apacible. O atacando nuestras torres gemelas en Nueva York, los autobuses en Londres, los trenes de Madrid, los restaurantes alemanes, una pizzería en Jerusalén, atletas en Munich o tantos miles de civiles que han muerto debido a su extremismo religioso.
No olvidemos que la motivación básica de todos sus conceptos, es el odio. Odio a los judíos, odio a los cristianos, odio a los americanos, odio a Israel.
Ahmadinejad utiliza este concepto para aglutinar a las masas alrededor suyo y elevarse en el mundo islámico. Hugo Chávez, en Venezuela, salido del extremismo y la intolerancia política, también usa el odio como motivación aglutinadora en su país. Uno como el otro se abrazan y llaman hermanos, pero sus senderos políticos no permiten la oposición en sus países ni la competencia en el exterior. En realidad, no les importa el destino de sus naciones o sus pueblos, la corrupción es su arma principal y tratan con dinero de sus propios erarios, comprar a los líderes de otros países para que sean aliados suyos o tratan de abatirlos.
Tenemos que volvernos hacia el Todopoderoso, Rey del Universo, único conocedor real de nuestro futuro y rogarle para que tenga piedad de nosotros, para que nos dé salud, fuerza y unión. ¡Amén!
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