Cuentan que un joven rabino buscaba colocación, encontró un aviso de una comunidad española solicitando rabino y en la oferta mencionaba que en dicha localidad estaba enterrado el “Rambam” (Rabí Moises Bar Maimón). El joven se presentó a los notables de la comunidad, hablaron sobre los términos del contrato a firmar y se pusieron de acuerdo. Antes de comenzar sus tareas, el joven quiso conocer el sitio donde estaba enterrado el Rambam, fue entonces que uno de los notables lo llevó a una oscura biblioteca, los libros estaban llenos de polvillo por la falta de uso de los mismos, tomó de un anaquel la “guía de los perplejos“ de Rambam, sopló para aventar la tierra y extendiéndole el texto al rabino le dijo. Aquí está enterrado el Rambam pues nadie abre ya estas páginas. Algo similar nos ocurre hoy a los miembros de la grey judía en la Argentina. Con dos ejemplos de hechos ocurridos hace pocos días ejemplificaré lo que veo y sostengo. Debí concurrir a un centro oftalmológico en la calle Córdoba y Jean Jaurés, ante mi sorpresa en la sala de espera, me encontré con una inmensa biblioteca tapizando las paredes, mayor asombro me causó explorar los textos y encontrar que eran (son) todos sobre temas judaicos, hay textos antiguos, versiones distintas de Talmud (Babel y Jerusalem), Mishná, concordancias tanájicas etc, etc. Azorado pregunté por esos libros y me dijeron no saber más que la casa alquilada perteneciera a un hombre ya fallecido y que ignoraban destino final de los libros, demás esta decir que notifiqué a los encargados de departamento cultural de AMIA y a su vez rastreando al dueño del lugar llegué a un señor pariente del mismo que no me dio mucha atención y yo a mi vez, no seguí el tema pues no tengo tiempo para dedicar a cosas ajenas a mi actividad, conclusión. Se deben haber perdido o quemado los textos, lo ignoro al día de hoy. Relacionado con lo anterior está el tema de los numerosos libros que yacen su sueño eterno en los sótanos de dependencias judías ya no operantes, caso biblioteca Mendelsohn, IICAI, etc. A su vez, concurrí esta semana a la Expo libro y quedé maravillado de lo allí expuesto así como de la concurrencia ávida de buena lectura. Inevitable fue que recordara las ferias del libro que se realizaban hace años en la sede de la antigua AMIA y no pudiera menos que lamentar su no realización de hoy en día. Para aquellos que no lo recuerdan o no estaban físicamente para recordarlas, rememoro que era un mes corrido en que todos podían concurrir a ver, revisar y adquirir numerosos textos de temática judía a precios accesibles y eso me quedó muy marcado por mi experiencia personal al respecto. En el año 1961, aún lo recuerdo después de mi cumpleaños fuimos a dicha feria y volví a casa con dos textos. Uno era “las luminarias de Jánuca”, el otro era “De San Nicandro a Galilea”, ambos me marcaron de por vida, no comentaré el tema de los mismos, pero quienes los conocen saben que son dos obras maestras, que no hubieran llegado a mi poder de no haberlas encontrado en esa maravillosa muestra del libro judío, que año a año traía las novedades en cuanto a literatura judaica se refiere. Por eso titulé esta nota refiriéndome a los biblioclastas (quemadores de libros), somos parte de esa cultura al dejar que los textos existentes sean comidos por las alimañas y no ofreciéndolos a los potenciales adquirientes o solo lectores gratuitos. Soy consciente que la actual conducción de AMIA recibió una pesada herencia y con buen criterio se abocó a lo prioritario, también se que paliar el hambre de un solo ser humano tiene más importancia que todos los libros del mundo, no reniego de esas prioridades. Ahora bien, ya que hay un departamento de cultura con hombres idóneos y que desarrollan intensa y meritoria labor, ¿sería aventurado sugerirles algo al respecto? Mi sugerencia que creo es viable es la de rescatar tantos y tantos textos que hoy están amontonados en sótanos y terrazas y ponerlos en un salón para que estén al alcance de los potenciales interesados, no hace falta que se venda, tal vez darlos gratuitamente o trocarlos por alguna donación o alimento, sería un modo de hacerlos llegar a la gente y vivificar su contenido cuando sean por fin leídos o estudiados que para eso se imprimieron. Hay cantidad de libros que son usados, producto de donaciones o por haber sido consultados en antiguas bibliotecas, esos textos podrían ser ofrecidos a bajo costo o sin costo alguno a aquellos a quienes le interesen. No creo que lo que sugiero sea muy costoso, los salones y el material están disponibles y voluntarios para hacer la tarea me consta que no faltan, pues entonces habría que poner manos a la obra y tratar de hacerlo, salvo que existan motivos o intereses que desconozco para realizarlo. Conozco personalmente el material literario que hay en algunos sitios y seguramente ignoro mucho más de lo que yace olvidado en otros, pues dispongamos que todo se junte en un solo lugar y se ponga al alcance del público interesado. Los biblioclastas quemaban libros para arrasar una cultura, no tengo interés en que en un futuro nuestros seguidores cataloguen a nuestra generación judeo argentina de hoy, como los biblioclastas del siglo veintiuno. Recuerden, tenemos muchos libros “enterrados”, sólo están aguardando a que les saquemos la tierra de encima para brindarnos su exquisito contenido.
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