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La desigualdad, el gran tema (pendiente) de América Latina
Por Bernardo Kliksberg (Safe Democracy Foundation)

América Latina tiene una oportunidad muy favorable para luchar por la equidad. Los buenos resultados macroeconómicos de los últimos años, la profundización democrática que ha llevado a una nueva generación de gobiernos renovadores, y las fuertes demandas de la ciudadanía exigiendo más igualdad, ofrecen tierra firme para aplicar políticas a su favor. ¿Qué significa vivir en América latina, la región más desigual? De cada cien niños que nacen en Suecia, sólo el 0,5 por ciento muere antes de cumplir un año. En Bolivia, entre niños de madres con poca educación, la cifra asciende al 10 por ciento, veinte veces más. Un niño no elige los ingresos del hogar en que nace, ni el lugar, ni la educación de los padres; pero en la región, son determinantes en su destino.

Así, aunque la democracia ha hecho un gran esfuerzo por aumentar el número de matriculados en primaria (que supone más del 90 por ciento) el 50 por ciento no termina el ciclo. Entre el 20 por ciento más pobre, sólo el 12 por ciento finaliza la educación secundaria, y sólo el 0,9 por ciento finaliza la Universidad a pesar de ser gratuita. Operan las trampas de desigualdad.


¿Accidente de nacimiento?

Los niños pobres desertan en primaria porque deben trabajar (20 millones de menores de 14 años trabajan), están desnutridos (el 16 por ciento tienen una talla menor a la que deberían tener de acuerdo a su edad), y vienen de familias desestructuradas por la pobreza. Sólo tres de cada diez hijos de padres que no terminaron la primaria finaliza la secundaria. Sin esta educación, están condenados a formar parte de la economía informal, donde no tienen crédito, apoyo tecnológico, protección social, y ganan muy poco. En 1990, un trabajador formal ganaba un 60 por ciento más que un informal; hoy es un 72 por ciento más. Por otra parte, un 25 por ciento de los jóvenes no forman parte del sistema educativo, ni del mercado laboral, y en muchos casos sus familias se desmembraron. Están fuera de todo marco de integración.

La desigualdad es decisiva para entender a América Latina, y para poder actuar con efectividad sobre sus enormes niveles de pobreza (38,5 por ciento, 205 millones de personas). Es necesario ponerla en el centro de la agenda pública y buscar el modo de desarmar el accidente de nacimiento, y asegurar oportunidades para todos.

La desigualdad de América Latina, donde el 10 por ciento más rico tiene el 48 por ciento del ingreso, y el 10 más pobre el 1,6 por ciento, y caracterizada por diferencias notorias en el acceso a tierra, salud, crédito, educación de buena calidad, agua, instalaciones sanitarias, Internet, y otras áreas… se paga muy cara.

Viola la ética común a todas las cosmovisiones espirituales que proclaman la dignidad e igualdad de todos los seres humanos. Impide, además, que la pobreza se reduzca más allá de ciertos límites. A altas desigualdades, el crecimiento tiene un impacto casi nulo sobre la pobreza.

Congela la movilidad social. Estrecha los mercados internos, hace que la tasa de ahorro nacional sea muy baja, fractura la cohesión social, y atenta contra la eficiencia de la economía. Los latinoamericanos saben hoy que el hecho de que casi la mitad tenga que resignarse a vivir agobiados en un continente tan rico potencialmente, y que unos pocos en cambio tengan el nivel de vida de las metrópolis más ricas del mundo, no supone un juego limpio.

Un 90 por ciento afirma en las encuestas que están muy insatisfechos o insatisfechos con los niveles de equidad de la región. Lo expresan, entre otros campos, en su bajo nivel de confianza hacia las instituciones básicas. Todas se hallan por debajo del 45 por ciento de confianza. También lo manifiestan en las continuas protestas sociales masivas.

La equidad, una palanca formidable

El tema no es realidad crecer con equidad; es más profundo. Como plantean Bourguignon y Walton (Universidad de Harvard) es cómo entender las relaciones entre ambos. La equidad, además de ser ética, es la palanca más formidable para disparar las capacidades productivas de una sociedad y crear cohesión social, y gobernabilidad.

Así lo indica el caso de las economías más exitosas del planeta. Noruega, Finlandia, Suecia eliminaron el accidente de nacimiento, dando a todos los ciudadanos la posibilidad de ser becados hasta terminar la Universidad. Corea, y Taiwán hicieron grandes inversiones en educación, y dieron acceso masivo a la propiedad de la tierra. Japón tomo como prioridad al salir de la guerra construir un sistema universal de protección de la salud. Hoy dice la Oficina de Evaluación del Banco Mundial que ha sido un concepto equivocado la idea de que se puede crecer primero y preocuparse por la distribución después.

América Latina tiene una oportunidad muy favorable para luchar por la equidad. Los buenos resultados macroeconómicos de los últimos años, la profundización democrática que ha llevado a una nueva generación de gobiernos renovadores, y las fuertes demandas de la ciudadanía exigiendo más igualdad, ofrecen tierra firme para aplicar políticas a su favor.

Pueden hacer diferencias inmediatas. CEPAL, IPEA y PNUD muestran que bastaría que el coeficiente Gini bajara 1 ó 2 puntos para que la pobreza se redujera igual que en varios años de crecimiento. La ONU verificó que los países con más hambre podrían reducir a la mitad la población desnutrida si disminuyeran moderadamente las desigualdades de acceso a alimentos. CEPAL y PMA cuantificaron que la región produce alimentos para abastecer al triple de su población; sin embargo, hay 53 millones de personas con hambre y un 16 por ciento padece desnutrición crónica.

La Unión Europea ha obligado a todos sus países miembros a crear un Organismo nacional de igualdad. Es hora de trabajar juntos en el continente latinoamericano para lograr que ésta deje de ser la región más desigual de todas.

(*) El autor es experto en lucha contra la pobreza y asesor principal del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de América Latina y el Caribe.


Noviembre 2008 - Jeshvan 5769
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