José Ángel Gurria, Secretario General de la OECD, arruinó una de las costumbres folklóricas más populares de la sociedad israelí y de medios informativos judíos de la diáspora. Se trata del ejercicio de criticar síntomas y conductas de sociedades foráneas, especialmente árabes o musulmanas. En comparación, a Israel se lo considera un paraíso terrenal que solo sufre de contados problemitas marginales que las promesas de Netanyahu seguramente los corregirán mañana por la mañana. En su reciente visita a Israel, el máximo directivo de esa reputada institución internacional presentó un fastidioso informe de la economía y sociedad israelí cuya conclusión más importante se puede resumir con su sugestiva y explicita sugerencia: “Israel tiene que mirarse en el espejo”[1]. En otras palabras, en vez de despilfarrar tiempo y esfuerzos en criticar a los demás, sería mucho más importante que lo inviertan en corregir los serios, profundos y hasta nefastos desvíos sociales y económicos que afectan a su propio entorno. Sin lugar a dudas, el prestigio de la institución y el renombre profesional de su director determinaron normas protocolares de cortesía y atención. De otra manera lo hubiesen recibido con una típica andanada de ofensivos vituperios. El informe de la OECD comienza con un único elogio a los índices macroeconómicos que conjuntamente fueron el motor de “un crecimiento del PBI que supera al de la mayoría de los países de esa organización durante la última década”[2]. El resto es una explícita demostración que la teoría de Netanyahu que “el crecimiento económico se transfiere a la capas débiles”[3] es una falacia. La distribución de ese ingreso, que fue creciendo significativamente durante la última década, fue sistemáticamente concentrada en sectores cuantitativamente minoritarios aunque económicamente poderosos. La consecuencia inmediata fue la apertura de una gran brecha social entre ricos y pobres hasta convertir a Israel en el segundo país con mayor índice de pobreza de la OECD, solo detrás de México. Pero los estragos que está dejando Netanyahu durante sus consecutivas e interminables cadencias gubernamentales en la sociedad israelí no solo se concentran en pauperizar grandes sectores de la población a favor de unos pocos millonarios. La corrupción e inseguridad no son menos dañinas. La organización Transparencia Internacional publica desde 1995 el índice de percepción de la corrupción que mide los niveles de esta violación de normas democráticas en el sector público en distintos países. Según uno de sus informes, Israel se encuentra dentro del grupo de estados más corruptos dentro de la OECD. El testimonio fue presentado en Israel por Mija Lindenshtraus, juez retirado de la Corte Suprema de Justicia[4].En otro reporte de investigaciones de soborno internacional, la misma OECD ubica a Israel entre los peores estados que menos se esfuerzan por descubrir o investigar a representantes de sus empresas que sobornan funcionarios oficiales foráneos[5].En estos días la sociedad israelí fue desenmascarada en un típico caso de corrupción. Colonos judíos acostumbran a justificar sus usurpaciones de tierras y viviendas palestinas en Cisjordania aduciendo su compra según comprobantes legales en sus manos. Destacados ministros del Gobierno acostumbran a apoyar incondicionalmente estas demandas. Una investigación de la policía determinó claramente que en 15 casos investigados, 14 de ellos se trataba de falsificación de documentos[6]. No preocuparse, ningún judío está detenido. Para el gobierno israelí esto no es corrupción, usurpación o destierro, solo se trata de “inocentes voluntarios” que se ocupan desinteresadamente por la redención pasiva de la tierra de Israel. Como si todo esto fuera poco, también la seguridad demostró ser otra artimaña de Netanyahu para mantener hipnotizado políticamente a la mayoría judía y de esa manera convertirlos en un rebaño de corderos sumisos. Los últimos acontecimientos demuestran que de nada le vale coronar a Netanyahu como Mister Seguridad, la enorme flota de submarinos con capacidad de lanzar misiles cargados con ojivas nucleares (según fuentes extranjeras) o el descomunal presupuesto de seguridad para el cual cada familia israelí está pagando en promedio 1,000 dólares por mes año tras año. Cuando la colonización judía de Cisjordania obliga a mezclar poblaciones étnicamente diferenciadas, con y sin derechos civiles básicos, la inseguridad reinará por generaciones en todo rincón de Israel. Unos pocos jóvenes y mujeres, inclusive adolecentes púberes palestinos, con cuchillos o armas de fuego de la segunda guerra mundial, están haciendo temblar de pavor a la sociedad israelí. No en vano un presentador de noticias de un canal muy identificado con las políticas oficiales se atreve a expresar en pantalla que “la situación es inaguantable”, para posteriormente preguntarse “¿qué hacen contra la insoportable facilidad con que terroristas logran penetrar «adentro» y hacer estragos con ciudadanos israelíes”?[7] Yitzhak Herzog, líder de la oposición aunque en la práctica soporte básico de las políticas de Netanyahu, llorisqueó ante el Canciller americano Kerry pues “los israelíes estamos siendo asesinados. Esta situación de inseguridad no puede continuar”[8]. No es para menos. El mismo Moshe Yaalon, Ministro de Defensa demostró cómo el gobierno de Netanyahu se deslinda de responsabilidades cuando declaró que “ante la nueva situación los ciudadanos deben estar alertas y responder con armas, si es que la portan, y si no, con lo que tengan, inclusive con las manos”[9]. No menos extravagante fue la última bravata de Netanyahu cuando dio orden de bloquear el acceso a la ciudad de Ramala como represalia al ataque de un policía palestino a soldados israelíes. El prestigioso analista Avi Issacharoff afirma que la medida no tiene ningún objetivo de incrementar la seguridad y que se trata únicamente de una farsa para mostrar a los israelíes cuánto se preocupa Netanyahu al respecto y cuánto hace sufrir a los palestinos. Concretamente a los dos días tres jóvenes de la región de Jenin lograron arribar a Jerusalén (pasando por la zona de Ramala) y asesinar a la policía israelí Hadar Cohen. Pero el aspecto más insólito del informe de OECD se centra en la afirmación que la sociedad israelí es mayoritariamente feliz de la vida. Todo ello pese a los altos índices de pobreza, enorme brecha social, corrupción e inseguridad que caracterizan la vivencia en el país en relación con otros países desarrollados[10]. Sin lugar a dudas Netanyahu, como ningún otro político, logró descifrar el ADN del pueblo judío para convertirlo en un rebaño de atemorizados obedientes que lentamente adopta una nueva conducta: el masoquismo social. Ojala me equivoque. [1] Secretario Gral OECD: Israel tiene que mirarse en el espejo”, Ynet, 31.1.16 [2] “OCDE: grave problema de pobreza en Israel”, Israel en Línea, 31-1-16 [3] “Discurso de Netanyahu en la Convención Cesarea”, Arutz 7, 21-6-06 [4] “Índice de Corrupción: Israel en el lugar 24 de 34 estados de la OECD”, Globes, 3-12-14. [5] Israel entre los peores estados en investigación de soborno”, The Marker, 20-8-15 [6] “En 14 de 15 casos de compra de tierras palestinas documentos fueron falsificados”, Chanel 10 TV y Haaretz, 1-2-16 [7] Noticiero Chanel 2, 3/2/16 [8] “Herzog a Kerry en Roma”, Radio jai, 3/2/16. [9] “Yaalon: ciudadanos tienen que estar preparados de ser atacados”, Chanel 10, 9/10/15 [10] “Informe OECD: Israel corrupto, pobre y feliz”, Ynet, 31-1-16
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