Jorge Cohen, sobreviviente de la tragedia que al momento de la explosión estaba desempeñando su tarea como jefe de prensa de la Embajada israelí, comentó su vivencia respecto al recuerdo que tiene de un día como hoy pero de 1992 y cómo vive hoy.
-¿Qué sensación le produce en su interior un nuevo aniversario del atentado?
- Hay una cuenta regresiva a partir de cierto momento de la semana en función de hoy. Generalmente cuando escucho el sonido de la sirena a las 14:45 en Arroyo y Suipacha. Allí me doy cuenta que uno puede mantenerse hasta cierto punto, porque me emociono mucho. Hay muchos llamados, abrazos, saludos y mensajes telefónicos. Eso lo hace a uno sentirse acompañado en el recuerdo y en la memoria, y más que nada en la memoria de los compañeros que ya no están más.
-¿Qué recuerdos tiene del 17 de marzo de 1992?
- El día del atentado era un martes. Era un día del verano que ya se iba, caluroso y semi nublado. Entre a trabajar a la Embajada por la puerta del consulado sin imaginarme lo que pasaría a las 14:45. En el momento de la explosión yo estaba en el segundo piso. Luego tengo recuerdos muy compartimentados en el sentido de que no son continuos. Hay veces que me acuerdo más y otros menos. Es un recuerdo con sangre, con tierra, con sirenas. Con todo lo que se pudo haber en la filmación de la televisión, y un poco más. Haber estado adentro de la Embajada es un sensación difícil de contar.
-¿Recibió apoyó psicológico después de la tragedia?
- Después de recuperarme de la heridas empecé un tratamiento psicológico por mi propia cuenta que duró cuatro o cincos años. Además tuve acompañamiento de mi familia y amigos que fue muy intenso por bastante tiempo. Hoy voy a recibir muchos más llamados que el día de mi cumpleaños real. De hecho, el 17 de marzo pasó a ser mi cumpleaños.
-¿Cómo hizo para continuar su vida?
- Uno en algún momento tiene que darse cuenta que tiene que pasar de víctima a testigo. En ese momento uno se levanta y da testimonio. Yo me levante y pude seguir adelante, aunque siempre sosteniendo la memoria y pidiendo justicia por lo que nos pasó. Siempre con la cabeza hacia adelante, pero mirando hacia atrás como el montanista que cada cuatro pasos se fija de donde salió.
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